La amabilidad y esa voz que rebosa buen humor son dos de los rasgos distintivos de Máximo Huerta (Utiel, 1971), uno de esos nombres que ha transitado caminos muy diversos en el mundo de la cultura española, de escritor a presentador de televisión e incluso un breve paso como titular del ministerio encargado de Cultura y Deporte. Feliz, con uno de sus deseos cumplidos (abrir una librería en su pueblo) y conocedor de que ha encontrado ese punto de tranquilidad desde el que vivir la vida de la mejor manera, regresa a las librerías con París despertaba tarde.

La ciudad del Sena es uno de sus amores confesables y allí transcurre la historia de Alice Humbert, un personaje que no es nuevo en su bibliografía y que regresa para protagonizar una gran historia de amor en un año, 1924, que transformó París.

Llega a las librerías París despertaba tarde. ¿Cómo surgió el argumento de esta novela?

Fue en la Basílica del Sagrado Corazón, estaba mirando un mosaico que hay en un altar de uno de los ábsides y descubrí que había dos valencianas. Empecé a investigar sobre quiénes podían haber sido esas dos mujeres, y ese fue el inicio de la novela. Descubrí que esos mosaicos se habían hecho en 1924, durante los Juegos Olímpicos, y ahí vi la luz para empezar a escribir.

Vuelve a las librerías con una gran historia de amor y con París como protagonista. ¿Qué significa esa ciudad para usted? ¿Cómo nació su amor por ella?

    Estoy deseando volver, estaba mirando vuelos ahora. Escribir o leer libros es la manera de estar más cerca de París. O ver cine, o ponerme música… Tenía unas tías francesas que cuando venían me hablaban de París y me parecía superexótico. En la mente de un niño esa idea creció y se hizo gigantesca. Luego ya la superó el primer viaje, el segundo, el tercero… incluso durante un tiempo me quedé viviendo allí. Para mí ir a París es recargarme las pilas, es absolutamente inspirador.

    Alice Humbert vuelve a las páginas de una de sus novelas. ¿Qué le atrapa de este personaje?

      Representa a aquellas mujeres de los años 20, modernas, valientes, atrevidas... Aun arrastrando pena, culpa, arrepentimiento y dolor por una guerra fueron capaces de seguir adelante. Es un personaje que representa muy bien a ese tipo de mujer.

      Alice es modista y ve cumplido su sueño de tener una tienda en París. Conoce a Coco Chanel, se inspira en Poiret, Schiaparelli… y los trajes de las falleras también tienen un papel relevante en la trama, ¿cómo es su relación con la moda?

        La moda me parece muy importante, justo en los años 20 es fundamental para que la mujer tenga otra actitud ante la vida. La moda está al servicio del cambio de carácter y actitud, de una nueva vitalidad. En 1920 es un cambio trascendental para que la mujer se sienta más libre y la moda habla de cada uno, de la comodidad, deseos, ambiciones… más que una cáscara, es una actitud.

        Planeta : París despertaba tarde

        : París despertaba tarde

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        Crédito: D.R.

        En un momento de la novela, una de las protagonistas dice: “Yo podía acceder a lo que ella quisiese contarme, y una nunca cuenta toda la verdad a sus mejores amigas. Ni siquiera se cuenta toda la verdad a sí misma. Salvo que escriba”. ¿Escribir es para usted un acto de sinceridad absoluto?

          Sí, sobre todo últimamente. Aunque ni escribiendo te cuentas toda la verdad, porque no es un diario, escribir me parece una manera muy útil de ver el mundo de otra manera, de viajar, de soñar, de crear un mundo paralelo. A mí me relaja, me da dolores de cabeza, pero en resumen me libera muchísimo.

          El peso del pasado también está muy presente en esta historia. Dice Alice "¿Qué puede una arreglar de su pasado, cómo cambiar las faltas, los disparates, los resbalones?". O cuando dice que a veces el pasado se queda atrapado en la garganta y sale repentinamente. En su vida, ¿es también de los que siente el peso del pasado o tiene esa capacidad de mirar hacia delante sin recrearse en él?

            Depende del día. Recrearme en algunos momentos no me resulta ya doloroso, sino que elijo qué momento recordar. Y me parece que la melancolía es sabrosona. No tiene por qué ser triste, puede ser dulzona en el sentido más bonito de la palabra. Ojalá olvidar lo que uno quisiera, pero no elegimos lo que olvidamos. Ni siquiera elegimos lo que recordamos.

            Detrás de esta novela hay una intensa labor de documentación, desde esos paseos por París, hasta restaurantes o personajes como Man Ray o Concha Píquer. ¿Cómo ha sido esa labor de documentación?

              Yo he querido ser fiel a la época, a ese 1924, y durante muchos años he estado leyendo, viendo películas, buscando fotografías, viendo libros de arte y moda... Ha sido como ir pescando de todos los lugares para empaparme de ese ambiente, porque quería ser muy honesto con la época, pero lo he disfrutado tanto que podría hacerme otra novela con esa ambientación, con ese espíritu, con la alegría de vivir de los años 20. Y buscar los detalles de los personajes, los lugares, sobre todo de los bares, que era donde más ebullición había, los restaurantes, los night clubs. El verdadero monumento no es la Torre Eiffel, son las terrazas de París. Eso me ha resultado muy gratificante a la hora de escribir esta novela.

              Como apasionado de esta ciudad, ¿qué libro sobre París le gustaría haber escrito?

                La historia de París de Émile Zola, me parece una gozada. O uno de Modiano que me gusta mucho que habla de la hija de una bailarina del Moulin Rouge, En el café de la juventud perdida. Modiano escribe con una belleza única, también la delicadeza de Foenkinos…

                El libro muestra ese París efervescente de los Juegos Olímpicos. Un siglo después, la ciudad vuelve a consagrarse como capital olímpica. En su última visita a París, ¿siente en las calles la emoción que se debió vivir aquel 1924 o de alguna manera hemos perdido esa capacidad de emocionarnos ante lo colectivo?

                  Hemos perdido la capacidad de sorpresa, ya no nos sorprendemos como los niños ante casi nada. A partir de una edad, empezamos a acostumbrarnos y ahora con tantos inputs de tantas imágenes, ya ni verdaderas maravillas nos sorprenden, y eso es peligroso porque lo bonito es mantener la ilusión, sobre todo la ilusión colectiva. Hay que volver a ilusionarse como si fuera todo nuevo, recuperar esa creatividad y esa vida social que generaron los años 20.

                  Y qué poco tienen que ver los años 20 del siglo pasado con los de ahora… ¿Qué es lo que más le gusta y lo que menos de los tiempos que vivimos?

                    Ahora hay muchos miedos, vergüenzas, pudor, castigo al diferente… Pero en ese momento se está celebrando la vida, celebrando la diferencia, la alegría a pesar de que tienen un dolor tremendo en cada casa, en cada familia, por la guerra. Pero están celebrando, bailando, desnudándose, posando, hay una alegría de vivir que no hay ahora. Tenemos más cosas pero no las celebramos. De nuestra época me quedo con los derechos y libertades que tenemos. Hay un Estado de bienestar… pero hay que celebrarlo más.

                    Se acaba de cumplir un año de la inauguración de La Librería de Doña Leo. ¿Qué le ha regalado esta nueva vida de librero?

                      Una actitud diferente, gente que viene de todo el país agradecida, encantada… se ha convertido en un pulmón cultural y social. Es una alegría en el pueblo porque vienen autobuses de toda España… Yo lo siento como un juego de adultos maravilloso, era un deseo y ha sido un regalazo todo lo que está creándose alrededor de la librería.

                      Desde la pandemia vive en Buñol. ¿Es de los que defiende el 'slow life'? ¿Ha mejorado su vida viviendo en un pueblo de 10.000 habitantes en lugar de en una ciudad de 5 millones de personas?

                        Sí, lo que pasa es que en la ciudad al final no conoces a esos 5 millones de habitantes. Siempre he sido de los que he estado en mi barrio, con la misma farmacia, el mismo bar, la misma plaza, la misma calle… En el pueblo la diferencia es que ese slow life, esa tranquilidad, existe, todo lo tienes tan cerca, tan fácil. Quedar con los amigos es comodísimo, desayunar con ellos, pasear... el día dura muchísimo más, se hace mucho más largo. La vida parece que te dura más, en Madrid es como que todo se consumía muy rápido. Y tenía prisa. Ahora no tengo prisa. De pronto por la mañana digo, 'Si son las 11 solo'.

                        ¿Cómo se ve dentro de diez o veinte años?

                          Yo creo que igual que ahora, he llegado a un punto de tranquilidad que me veo igual. Con otra novela, en el mismo lugar, viajando más quizás… ha llegado un punto en el que me gusta donde estoy.