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Ángeles Santos conoció el éxito con solo 18 años. Aquella jovencísima y desconocidísima gerundense, la mayor de ocho hermanos de una familia acomodada –su padre era funcionario de aduanas–, sin apenas formación académica y casi autodidacta, se convirtió en la sensación del madrileño Salón de Otoño de 1929 recién cumplida la mayoría de edad. Lo hizo con Un mundo, un lienzo monumental y casi milagroso que adoptaba recursos del surrealismo y el expresionismo con una personalidad arrebatadora. García Lorca, Jiménez, Guillén, Cossío… la intelectualidad de la época cayó rendida a las virtuosas manos de la muchacha, convirtiendo su casa de Valladolid en lugar de peregrinaje y el intercambio epistolar con ella en un privilegio a perseguir por las firmas más prestigiosas. "Ángeles Santos aparece como Santa Teresa de la pintura, oyendo palomas y estrellas que le dictan el tacto que han de tener sus pinceles", escribía sobre ella el célebre periodista Ramón Gómez de la Serna. Su historia es digna de convertirse en una de esas ficciones que devorar en Netflix.

angeles santos
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
’Autorretrato’, 1928.

Más de cien años después de aquello, la figura de una de las artistas más destacadas y fascinantes de nuestra historia reciente sigue siendo producto de olvido y redescubrimiento constante por ser mujer y por su convulsa trayectoria. La pintora Ángeles Santos fue una adelantada a su tiempo en todos los sentidos de la expresión; una vanguardista en lo pictórico y también en lo personal. "Era una adolescente inteligente y rebelde", explica a Harper’s Bazaar la experta Vanessa García-Osuna, "se cortó el pelo y llevaba camisolas amplias, y los muchachos de su barrio le tiraban piedras. Solo alguien con un sofisticado universo interior es capaz de crear con 18 años un cuadro tan complejo y ambicioso como Un mundo". También formó parte de Las Sinsombrero, el grupo de brillantes creadoras de la Generación del 27 cuyo legado e influencia ha permanecido en la sombra hasta fechas recientes. Pero la pintura era su vocación y obsesión. "Yo no sabía hacer otra cosa más que pintar y pintar, sin darme cuenta de que había vida a mi alrededor. Me aislé de todo y de todos. No vivía para mí", afirmaba.

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Su frenesí creativo adolescente fue tal que su padre decidió colocarle un colchón junto al caballete para que pudiera acumular alguna hora de sueño en los escasos momentos en los que dejaba caer el pincel. Pero una vez alcanzado un éxito tan temprano e incontestable, exhibiendo su trabajo en medio mundo, sufrió una crisis que llevó a su familia a internarla en un centro psiquiátrico. Los mismos ojos que vieron en ella a una niña prodigio ahora veían a una joven desequilibrada. La experiencia fue traumática: pasó décadas sin pintar, renegó de su obra anterior –censurando y destruyendo varios de sus cuadros–, salió del foco y jamás volvería a alcanzar la excelencia de sus inicios.

Tras ser enviada con sus abuelos maternos al Ampurdán, la joven conoce en una galería barcelonesa al pintor lírico Emilio Grau Sala, con quien se casaría en enero de 1936. Cuando estalla la Guerra Civil, Grau huye exiliado a París y Ángeles vuelve con su familia a Huesca embarazada de su hijo, el también pintor Julián Grau Santos. Los recién casados no volverían a convivir juntos hasta más de 30 años después. Emilio murió seis años más tarde. "Tras casarse, las obras de Ángeles Santos adoptaron un tono amable y delicado, en el que no se reconoce la voz genuina con la que deslumbró a todos. Esa producción posterior no despierta el mismo interés. Eclipsada por su marido, su nombre se va apagando y sale del foco", añade García-Osuna.

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Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía @ Ángeles Santos, VEGAP, Madrid, 2022
’Tertulia’, 1929. Óleo sobre lienzo.

Tuvo una vida longeva, pero el imaginario visionario y ensoñador de Ángeles Santos se fue diluyendo con el paso de los años, apostando por paisajes, retratos y bodegones. Siguió poniéndose frente al caballete día y noche. Decía que pintaba para satisfacerse a sí misma, no al público, y lo demostró hasta sus últimos días. La directora de la revista Tendencias del Mercado del Arte fue una de las últimas en entrevistar a Santos antes de su fallecimiento en 2013 a los 101 años: "En aquel encuentro, ella recordaba: ‘Me decían que era un genio, pero nunca me lo creí’. Un brillo especial en sus ojos al decirlo lo desmentía". También lo desmiente la fascinación de aquellos que contemplan la majestuosidad de obras como Un mundo en las salas del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.