En los tres últimos días, varios acontecimientos han sacudido un panorama que hace 10 años nadie le habría esperado a la otrora elitista industria textil. Marc Jacobs, el hombre con estrella que hizo de la herencia maletera de Louis Vuitton un fenómeno global de masas con desfiles asociados al espectáculo, recibía el golpe de un artículo bautizado La orgía multitudinaria de Marc Jacobs publicado por Page Six, diario estadounidense rey de la rumorología barata (aunque a veces acertada). El diseñador, que abandonó su puesto en Vuitton en octubre de 2013 y desde entonces ha sufrido varios cambios en su exitosa firma homónima (como la despedida de su inseparable socio Robert Duffy, o el cierre de su segunda línea Marc by Marc Jacobs), no tardó demasiado en arremeter contra su autora y con algún periodista que se subió al órdago de refritos de la noticia, como la redactora Maureen Callahan del New York Post. "Entiendo tu dolor. Eres una mujer enferma. Debe ser muy triste y vacía la existencia de un ser humano al que le pagan por 'escribir' un artículo para sacar de contexto informaciones de otros periodistas en periodos de tiempo diferentes y unirlos sin ton ni son", escribía el diseñador en su perfil de Instagram. Este comportamiento hace una década o incluso un lustro bien podría haber sido un escándalo alargado por meses, pero en este caso es solo la gasolina de los entramados digitales editoriales que más pronto que tarde olvidarán lo ocurrido cuando Taylor Swift vuelva a subir a una Hadid a su concierto.

Sin embargo, conviene pararse a pensar en lo ocurrido con Jacobs. No hace mucho, el pasado 22 de octubre, Raf Simons anunciaba fulminantemente su abandono al cargo de la dirección creativa de Dior. Una despedida que rápidamente hacía recordar las declaraciones que Simons hizo en marzo de este mismo año a Eugenia de la Torriente en HARPER'S BAZAAR España, sobre el cansancio y el estrés que produce ser hoy un diseñador ante las riendas de una casa histórica o no. "Hay demasiada ropa, demasiadas presentaciones", condedía entonces el belga. "Suena raro que lo diga yo, que he elegido formar parte de una gran casa, lo que implica un importante negocio. Pero la velocidad es enorme, y cada vez se acelera más. Este ritmo no es el apropiado para que una persona creativa sea feliz. Nos gusta tomarnos nuestro tiempo para digerir las cosas, para reflexionar, para crear. El proceso creativo siempre se ve beneficiado y eso ya no ocurre", concluía. ¿Ha llegado un momento de hecatombe para la industria de la moda, tal y como la conocemos". La casa Dior posee un historial más polémico en el caso particular de John Galliano, que fue despedido tras el incidente que le llevó al juzgado por declaraciones antisemitas en marzo de 2011. Entonces, el alcohol y los problemas psicológicos del gibraltareño formaron cóctel con una presión y exigencias en ocasiones desorbitadas para un solo individuo.

A la premisa de Simons en HARPER'S BAZAAR se han unido otros creadores como Alber Elbaz, responsable creativo de Lanvin. "Cuanto más hablo con la gente más noto que necesitamos un cambio. Todos. No es tanto una cuestión de hastío sino de una confusión sobre qué somos y quiénes somos en la moda. Pregunto a los editores y me dicen que no pueden ver 60 desfiles en un mes, pregunto a los críticos y me cuentan que es absurdo escribir crónicas entre taxis, casi sin pensar. ¿Se está convirtiendo la moda en un negocio exclusivamente de espectáculo? Eso me pregunto", asegura el francés. Stefano Pilati, que ejerció el puesto de director creativo en YSL hasta su final agridulce en 2012, paso página dirigiendo las colecciones de las italianas Zegna y Agnona meses después, pero en julio abandonaba la segunda para poder centrarse en una sola tarea. "La moda está saturándose, hasta el punto de explotar como un signo de su evolución", cuenta en WWD. "La pregunta es: ¿hacia dónde nos llevará esa explosión? Me temo que la respuesta, por ahora, es una incógnita", zanjaba.

En el panorama editorial, la situación no es dispar. El incesante goteo de noticias irrelevantes, estrellas que se estrenan como embajadoras de conglomerados o fashion films con argumentos poco sustanciosos o vaivenes de fichajes en firmas consolidadas hace del medio digital un aliado para las marcas al mismo tiempo que un monstruoso cajón de sastre para los lectores, donde no siempre es fácil mantener identidad y estilo propio en un altar sagrado.

En esta historia, como siempre, también hay polos opuestos. En el artículo que publicaba el ahora semanal WWD el pasado 27 de octubre, Donatella Versace, Jonathan Anderson, Michael Kors o Karl Lagerfeld. Este último lo expande con firmeza: "Lo que más odio son los diseñadores que aceptan trabajos con sueldos estupendos y después cuentan que las demandas son demasiado fuertes, que tienen miedo de acabar quemados. Ser director creativo es un trabajo a tiempo completo, no es una ocupación parcial. La moda hoy es un deporte: tienes que correr". Anderson, menos enérgico en su hipótesis, considerando que "la velocidad de la moda actual es la misma que la del mundo actual".

Las cartas que los personajes clave de la industria ponen sobre la mesa guardan ciertas similitudes con otra situación de su oficio más antiguo y dedicado: el de la alta costura. En los últimos años, el calendario oficial parisino ha ido perdiendo nombres para ganarlos en paralelo: Saint Laurent Paris, Ulyana Sergeenko y Dolce & Gabbana han desgranado el alma detallista y exclusiva de la costura para crear colecciones que, si bien no han sido incluidas en el listado de la Cámara Sindical francesa, ya funcionan con fórmulas ventrílocuas a las de Pierre Balmain o Cristóbal Balenciaga (salvando las distancias). ¿Pero realmente, es necesario la institucionalización de una industria que ya funciona por impulsos instantáneos, y no por férrea vocación? No hace mucho Olivier Saillard, director del museo con el archivo de moda más importante del mundo, el Palais Galliera, desechaba la posibilidad de que hoy la moda pretenda ser aquel sistema elitista del que muchos se enamoraron a través de los grandes modistos de los años cincuenta. "La costura está muerta desde hace muchos años", dijo en una entrevista a BAZAAR durante su viaje para presentar la exposición sobre está década en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. "En Francia nos gusta fantasear y creer que no es así, pero no somos estúpidos: nadie necesita a la costura para ir a un evento, por exclusivo que sea. Puedes ser muy importante o incluso millonario, e ir a una reunión en zapatillas de deporte y vaqueros; a nadie le parecerá mal". Hoy los diseñadores han mutado en personajes públicos (y polémicos), la alta costura pretende sirve de reclamo publicitario a sus tiranos conglomerados de lujo y la moda, más que nunca, ha encontrado en la cultura pop su garantía de supervivencia. No parece que la respuesta, como arguyía Pilati, vaya a ser descifrada en un tiempo próximo.