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Dicen que llevaba solo una mochila al hombro y muchas ganas por recorrer las tierras más desconocidas o los lugares abandonados de España. El 6 de junio de 1946, Camilo José Cela emprendió desde Madrid un particular –y emocionante– viaje al centro de la península, donde se cruzó con personajes y parajes que nunca habría imaginado. Cuentan que su intención inicial era salir «a que no le pasase nada», sin embargo, la ‘nada’ lo fue ‘todo’. Aquel viaje de 10 días quedó resumido con mimo en un cuaderno de notas que sería el germen de uno de los textos fundamentales de la literatura española del siglo XX, Viaje a la Alcarria. Este 2021 se cumplen 75 años de aquel viaje, un peregrinaje que el Premio Nobel de Literatura resumió en una frase: «Un hermoso país al que a la gente no le da la gana de ir», y que, tres décadas después, tras el éxito y la acogida de su obra, rectificó con: «La Alcarria es un hermoso país al que a la gente ya le va dando la gana ir».

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Carma Casula//Getty Images
Puerta de Santa María, Brihuega.

No se equivocó. Su prosa conmocionó a todo el país y su recorrido por la meseta centro y sur de Guadalajara, una provincia que tanto le dio al escritor, puso en el mapa aquella despoblada pero espectacular tierra. Acompañado por Karl Wlasak, quien fotografió muchos momentos de esta travesía, emprendieron un viaje de 293 kilómetros, muchos de ellos a pie, deteniéndose en una veintena de municipios alcarreños: Pastrana, Sacedón, Budia, Chillarón del Rey, Pareja, Taracena, Torija, Brihuega…

«Desde el atajo, Brihuega tiene muy buen aire, con sus murallas y la vieja fábrica de paños, grande y redonda como una plaza de toros. Por detrás del pueblo corre el Tajuña, con sus orillas frondosas y su vega verde. Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro. Parece una ciudad antigua, con mucha piedra, con casas bien construidas y árboles corpulentos» (Viaje a la Alcarria).

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Cortesía Oficina de turismo / Ver campo texto
Vista desde el Torreón del Castillo de la Piedra Bermeja.

Observado desde la distancia, Brihuega domina el paisaje. Sus numerosos manantiales, aguas subterráneas y exuberante naturaleza han denominado este rincón medieval, a tan solo 90 kilómetros de Madrid –aunque te proponemos escapadas rurales sin necesidad de salir de la Comunidad de Madrid–, como El jardín de la Alcarria. Un oasis de belleza –e historia– donde ver desde las cuevas árabes, 600 metros de grutas y caminos subterráneos de origen visigodo (el pueblo está horadado prácticamente en su totalidad), a la antigua prisión, construida por Ventura Rodríguez, primer arquitecto de la corte de Carlos III, o el impresionante casco viejo, declarado Conjunto Monumental Histórico-Artístico desde 1973. Siglos atrás, Brihuega fue fortaleza defensiva y aposentos del reino taifa de Toledo, también lugar de recreo para el rey Al-Mamún y su hija, la princesa Elima, como se recoge en la Guía Repsol, que invita a visitar esta excepcional ubicación, al borde de una peña y en plena naturaleza, regada por el río Tajuña, que han hecho de este lugar el sitio idóneo para mercaderes, aristócratas y políticos.

Si nos adentramos, como Cela, en el casco histórico, nos envolverá la leyenda árabe y otro de sus símbolos: el Castillo de la Piedra Bermeja. Alzado sobre un promontorio de tono rojizo, su conservación y tamaño convierten –junto a la iglesia de Santa María de la Peña y la capilla de la Vera Cruz– esta fortificación en una de las más complejas de Guadalajara. Porque, como sucede con los cultivos de sus campos, los estilos se mezclan en piedra: románico, gótico, barroco… Una sinfonía de estilos y color que se repite en sus tierras, porque si por algo es célebre Brihuega es por sus campos de lavanda o, como todos lo conocen, por la Provenza española.

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Óscar Checa
Fuente de los Doce caños.

Miles de hectáreas de color púrpura –que sirvieron de inspiración a Jacquemus para celebrar sus 10 años en la moda con un desfile entre campos de lavanda– que engalanan las llanuras, aroma a espliego y lavanda que se siente en la comarca desde que, allá por los años 60, Álvaro Mayoral, un maestro de la zona que veraneaba en Francia, se trajo consigo un esqueje de lavanda en su maleta. Poco consiguió, pues ni la zona ni la humedad eran las idóneas, pero se hibridó con el autóctono espliego originándose el lavandín. Desde entonces, los agricultores de la zona destacaron el potencial de esta planta aromática y, con la ayuda de un perfumista, empezaron a cultivar sus tierras hasta producir casi el 10 % de la producción mundial de lavanda, destinada a la cosmética, a la medicina y a la alta perfumería. Hoy, estos campos acogen en julio el afamado Festival de la Lavanda: conciertos en pleno campo, comidas y atardeceres sensoriales que han hecho de esta zona una de las más conocidas de nuestro país. Tal es así, que la Real Fábrica de Paños, fundada por Fernando VI en 1750 y uno de los ejemplos de la arquitectura industrial del siglo XVIII en España, se está transformando en un hotel de lujo con balneario como no habrá otro en Europa, por histórico y monumental. Un sueño que no le dio tiempo a alcanzar a Camilo José Cela, pero que, sin duda, habría incluido en su preciado viaje a la Alcarria.