Leonardo Di Caprio y Brad Pitt conversan en una taberna decorada con vasijas de cerámica y el retrato de un torero. En la imagen, rotulado, se lee: ‘Almería, Spain’. Pero ni Almería ni Spain. Quentin Tarantino se valió de un plató en Los Ángeles para rodar esta escena de Érase una vez en… Hollywood sin cumplir su sueño de grabar en la cuna de su cine favorito: el spaghetti western de los 60 y 70.

Fue en esa época cuando Almería pasó a ser conocida a nivel internacional como la localización perfecta para este subgénero, y cintas como las de la Trilogía del dólar de Sergio Leone se ubicaron aquí, pero también otras como Cleopatra o Lawrence de Arabia llevaron a estrellas de Hollywood a pasearse por este mágico rincón.

Por eso esta ruta comienza en su epicentro cinematográfico, el desierto de Tabernas, cuyo paisaje de volúmenes rocosos actuó como un personaje más. La estampa que ofrece este lugar al recorrerlo en coche es de una espectacularidad que Juan Goytisolo describió en Campos de Níjar (1960) como "el oleaje de un mar petrificado y albarizo"; uno muy diferente al azul Mediterráneo que se aparece poco después, al entrar a la ciudad de Almería por el puerto.

Coronada por su alcazaba musulmana del siglo X (localización en Juego de Tronos y en Wonder Woman 1984), esta urbe fundada en el 955 d. C. se extiende al borde del mar, enmarcada por construcciones tan relevantes y dispares como su catedral o el cargadero de mineral (‘El Cable Inglés’), levantado por la escuela de Gustave Eiffel. El paseo marítimo, con sus baldosines rojos y blancos, acoge lugares tan emblemáticos como el Delfín Verde, donde se alojó John Lennon al rodar Cómo gané la guerra en 1966. Allí escribió Strawberry Fields Forever.

Los paisajes de Almería
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El casco antiguo, alrededor de su calle principal, la de el Paseo de Almería, es de visita obligada con parada en clásicos como Casa Puga. Cabe destacar que aquí el concepto de ‘tapa’ se mantiene en todos los establecimientos pues, en Almería, la del tapeo es toda una forma de vida y puedes comer abundantemente solo acompañando tu bebida.

Destacan las migas, los ‘chérigan’ (tostas finas, el más famoso, de atún con alioli) o la carne con tomate. Pero, y sin desmerecerlas, la joya más preciada de la provincia se encuentra a media hora en coche: el Parque Natural Cabo de Gata, que recibe su nombre por la gran cantidad de ágatas que allí se pueden encontrar, y no por ningún felino.

Su entrada por la playa de La Almadraba pasa por conocer las salinas, su iglesia y las casas de pescadores donde se rodó Vivir es fácil con los ojos cerrados. Tras un puerto de montaña angosto se vislumbra el faro de Cabo de Gata, junto a playas recónditas como Cala Arena o Cala Rajá y maravillas del paisaje como las chimeneas volcánicas del Arrecife de las Sirenas. Bordeando ‘el Cabo’ por detrás se llega a los pueblos de El Pozo de los Frailes (para comer, La Gallineta) y San José, por donde se accede a las playas de Los Genoveses y Mónsul, con su duna fósil, donde Spielberg rodó Indiana Jones y la última cruzada. Aunque menos conocidas, la Cala del Barronal o la de la Media Luna, más pequeñas, suelen contar con mayor tranquilidad en temporadas altas.

Siguiendo la ruta por la costa, en los Escullos, Sean Connery fue James Bond en Nunca digas nunca jamás, pero en la vida real, más allá de 007, este lugar cuenta con unos fondos magníficos para el buceo. Muy cerca de aquí se encuentra La Isleta del Moro, el pueblo pesquero donde hasta hace poco no llegaba siquiera la cobertura y que ha servido a Los Javis como escenario en la serie Veneno.

Merece la pena pasar un día en su playa y comer en La Ola. Desde aquí, una agradable carretera nos lleva hasta Rodalquilar (pueblo de origen de Carmen de Burgos, primera mujer periodista española), Las Negras (Cala de San Pedro) y el Cortijo del Fraile, donde sucedió el crimen que inspiró a Federico García Lorca en Bodas de Sangre, y donde Sergio Leone rodó El bueno, el feo y el malo. Además, los amantes de la artesanía no deben perderse el pueblo de Níjar y hacerse con piezas de su famosa cerámica o con una de sus jarapas, dos oficios manuales que llevan siglos pasándose entre generaciones en este lugar.

Aunque los más cosmopolitas pueden poner base en la ciudad y desplazarse por la provincia, la forma más recomendable para disfrutar ‘del Cabo’ es alojándose en uno de sus cortijos, como la Finca Maltés del Fraile o La Joya, en Agua Amarga. En este pueblo de casas blancas y contraventanas azules se respira paz a cada paso. El buceo es fantástico y comer un arroz a banda en el chiringuito Los Tarahis ayudará a recuperarse del esnórquel. Desde aquí, una ruta de media hora andando lleva a la Cala de Enmedio, aunque también se puede conducir apenas diez minutos hasta el Faro de Mesa Roldán (Juego de Tronos) o la playa de Los Muertos, muy diferente a todas las anteriores y para muchos favorita por el color turquesa de sus aguas. Porque Almería sorprende, engancha, embauca sin gran esfuerzo. Tan solo siendo humildemente ella y demostrando que, como bien nos enseñó 2020, en realidad no hace falta mucho más. "Por eso me gusta Almería –escribió Goytisolo-, porque no tiene Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera".

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