Llego tarde a todo, por sistema. Para que se hagan una idea: Fui de esas personas que se compró una cámara de fotos analógica cuando ya todo el mundo tenía digitales. Otro ejemplo: A finales de los 90, pensé que "eso de Internet será una moda pasajera". Hace unos años, en pleno furor del Bikram yoga, puse mis ojos en blanco y esperé a que el boom durara dos días. Y no, el hot yoga sigue ahí, con las clases abarrotadas de gente sudando más que pollo en una sauna.

Voy a dejarlo claro desde el principio: rozo la muerte en cada clase. No exagero, la rozo, casi puedo tocar mi fallecimiento. Pero si siguen leyendo, entenderán por qué estoy más enganchada al Bikram que al guacamole del Mercadona.

Una clase de Bikram se hace a 40°-42°, con una humedad ambiente del 40%. Se trata de una serie de 26 posturas, sacadas de las 84 clásicas del Hatha yoga. Fue diseñado por Bikram Choudhury, un maestro de yoga que lo utilizó para recuperase de lesiones que había sufrido en su juventud. En 1973 emigró a Estados Unidos y creó un centro de yoga en Beverly Hills.

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Las 26 posturas de Bikram yoga.


En el centro donde voy, hay clases que duran 90 minutos y otras 60. Mi primera vez fue en una de 90 y conseguí terminarla, aunque casi me tienen que enterrar. A pesar de todo, volví, porque me pareció un sufrimiento maravilloso, que sacaba lo mejor de mí.
Hace unos años hice Hatha yoga y no me gustó, básicamente porque me aburrí mucho. Quizá no estaba en mi momento yogui. En Bikram no me aburro, todo lo contrario, me vengo muy arriba. Si ahí afuera (de la clase) odio el calor y no soporto sudar, dentro adoro que mi cuerpo chorree mientras descubro que soy capaz de hacer lo que jamás pensé.

En mi primera clase no daba pie con bola: apenas me sostenía en equilibrio, falta absoluta de flexibilidad, descoordinación total, bebía demasiada agua... Era un desastre, muy lamentable. En la siguiente clase, ya noté la mejoría. Y a las pocas semanas, descubrí que ya me salían esas asanas imposibles.

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Un mes y medio después, sigo rozando la muerte, no lo voy a negar. Como tenga un día malo, las paso canutas. Y si pasas por un bache emocional, prepárate para que ahí dentro te salga toda la ansiedad que llevas acumulada. Yo he llegado a llorar mares en Savasana, pero no se entera nadie, porque todos sudamos como pollitos y a ver quién es la chula que sabe distinguir entre las lágrimas y el sudor.

Además de poder llorar tranquilamente como una plañidera (algo, por otra parte, que no se si harán los demás o sólo soy yo la loca), el Bikram es adictivo por todos estos motivos:

-Ayuda a bajar de peso. Soy consciente de que este motivo es muy superficial, todo lo contrario al espíritu del yoga. Pero bajar, bajas. Eso-es-así. Tampoco viene mal saberlo y empezar a motivarte con eso. Después, cuando estás enganchado, la verdad es que te da igual la báscula. En cualquier caso, si no pierdes kilos, lo que está claro es que tu cuerpo ve una mejoría muy rápida. Es como si todo se distribuyera mejor, como si te estilizaras de alguna forma milagrosa, tenga la edad que tengas. Y eso, además de toda su espiritualidad, es maravilloso.

-Eliminas toxinas, fortaleces la musculatura y aumentas la flexibilidad. Tu auténtica edad es la que marca tu columna vertebral: cuanto más flexible, más joven. Y créeme, si no has hecho yoga jamás en tu vida, muy probablemente lleves un octogenario dentro. Te bastan unos minutos de clase de hot yoga para darte cuenta de esa verdad universal.

-Alivia el dolor. La artritis, la ciática y la lumbálgia.

-Mejoras la postura corporal. No es plan ir chepada por la vida. Con el Bikram acabas yendo por la vida erguida como una bailarina.

-Ganas equilibrio. Al principio, lo perderás en muchas asanas. No tires la toalla, el día que menos te lo esperes, descubrirás tu centro.

-Baja los niveles de estrés y la ansiedad. Para hacer yoga, tienes que concentrarte, así que, a la que te descuidas, te olvidas de todos los malos rollos que tienes fuera de esa clase.

-Ten cuidado y no te vengas muy arriba. No conviene pasarnos con nuestros músculos y articulaciones, porque con el calor todo resulta más fácil y tenemos la sensación de que somos más flexibles de lo que en realidad somos. El profesor recuerda eso todo el rato, cada uno tiene que hacer su propio yoga, no se trata de competir, de ver quién hace mejor las asanas. Cada uno debe conocer sus propios límites y respetarlos. Suena a rollo new age, pero no lo es, es sencillamente una cuestión anatómica. Ojo con pasarte de rosca.

-En Bikram las clases son iguales tanto para principiantes como para avanzados y se puede practicar a cualquier edad.