Juro que no exagero si digo que soy la persona más torpe que conozco. Así lo suscribe gran parte de mi entorno más cercano. Sin embargo, cuando surgió la pregunta '¿Se puede adelgazar bailando bailes de salón?', no permití que esta falta de coordinación se interpusiese entre la pista de baile y las lectoras de Harper's Bazaar.

Me refiero claro, desde una perspectiva realista. Al hobby de acudir a clase varias horas a la semana sin contar con unas dotes asombrosas y no a las piruetas imposibles que nos regalaban las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers. Para saber si es posible quemar excesos y tonificar el cuerpo, me puse manos a la obra con la ayuda (y santísima paciencia) de los profesionales de Escuela de Baile Madrid 47 (Jorge Juan 127, Madrid). ¿El veredicto? Permitid que os cuente mi experiencia primero.

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Salsa

En cuanto pongo un pie en la academia y hago balance estilístico, comienzo a sospechar que tal vez no ha sido mi idea más brillante. Entre zapatos de tacón, dosis de carmín, y vaqueros estupendos destaca mi dresscode (totalmente inventado) pues nadie, repito NA-DIE más lleva mallas y una sudadera oversize como si de una pachanga entre amigos se tratara. Aun así, cojo sitio y me dispongo a navegar en un mar de sonidos caribeños y vaivenes de cadera. Mi primera sorpresa (y mi gran revelación en relación a los bailes de pareja) es la técnica, la sincronización y la complicidad que se exige: el rápido juego de pies, las señales lanzadas por el cuerpo opuesto para indicarme el próximo movimiento… Y siendo sincera, toda esa sincronía me cuesta.

Una vez asumido que no me dejarán ir freestyle, noto como mi incapacidad para avanzar más allá del paso básico comienza a frustrar los intentos de giro de mi pareja de baile, a la que por cierto conozco desde hace tres minutos. Mi desesperación y falta de coordinación comienzan a retumbar en la sala. Por si fuera poco, los números impares obran su magia y en el siguiente "¡Cambio de pareja!" me quedo descolgada (¿Casualidad o he sido repudiada en tiempo récord?). Así, mientras observo el 'salseo' de mis compañeros y echo en falta un Patrick Swayze que grite eso de '¡Nadie arrincona a Baby', me preparo para el próximo asalto.

Tras este cambio de chip llega mi verdadero vis a vis con la salsa. Comienzo a dominar los tiempos, a soltarme con giros y pasos básicos como el 'Dile que no'. En definitiva, pequeñas coreografías que revelan el ejercicio cardiovascular que esconde este baile y me muestran todo su potencial: la tonificación de hombros y brazos que resulta, la tensión que se apodera de mi tripa en cada movimiento de cintura, la fuerza que debo hacer con la espalda cuando giro… La clase resulta ser una hora de desconexión mental y movimientos ágiles que activan prácticamente todas las zonas de mi cuerpo, dejándome relajada y notablemente más cansada al terminar.

Variación de swing

El segundo reto viene bajo el nombre de variación de swing, una versión contenida de este género Made in America que recuerda a modalidades como el West Coast Swing. Tras un inesperado tonteo con el bolero (cortesía de un compañero desparejado ahí presente), comienza mi andadura en una clase (hemos venido a jugar) de nivel avanzado.

El hecho de ser la más joven de la sala, mi cara de susto (y mis Superga plateadas, todo hay que decirlo) me delatan. Sin embargo, un amable caballero se ofrece a ayudarme en mi debut que, para mi horror inicial, conlleva un marcado desplazamiento por la pista. Sin embargo, la experiencia es maravillosa. Me oigo repitiendo un melódico "1,2, 3 traspié" para no perder el ritmo mientras doy vueltas, feliz, por el parqué. La cosa se complica, y a los desplazamientos hay que sumarles una 'figura' o mini coreografía. ¿Recordáis cuando os explicaron lo de la rotación y la traslación de la Tierra en el colegio? Pues algo así pero aderezado con el Suspicious Minds de Elvis Presley.

"1, 2, 3 traspié", algún pisotón sin maldad y quince "lo siento" después, me deslizo con sorprendente soltura. Llámalo solidaridad, llámalo instinto paternal, el “¡Cambio de pareja!” trae consigo un nuevo voluntario dispuesto a lograr que gire hacia la derecha (y no hacia la maldita izquierda) cuando lo marca la profesora. Dejémoslo en que la intención es lo que cuenta.

Aunque el ritmo es algo más lento que en la salsa, el ejercicio cardiovascular es de nuevo constante, sobre todo por el continuo desplazamiento. Mantener los brazos y el torso erguido, seguir el rápido juego de pies… Cada músculo hace su parte del trabajo mientras yo me esfuerzo por no perder el ritmo (y la dignidad). Finalmente cuando acaba la clase, noto que he trabajado las piernas y que tengo los brazos cansados de mantener la postura. Reto conseguido.

Kizomba

De vuelta a la clase de ritmos latinos, es hora de darle una oportunidad a la Kizomba, uno de los estilos que más popularidad está ganando en las salas de baile. Esta fusión de salón y ritmos africanos da lugar una variedad única de movimientos suaves pero pronunciados que se presentan envueltos en una atmósfera de calma y sensualidad. Nunca había oído hablar de este estilo hasta que me veo entregada a los movimientos serpenteantes que se apoderan de mi cuerpo. Más pegada a mi compañero de lo habitual, comienzan los pasos pausados y muy marcados. Primero de un lado a otro y después incluyendo giros hasta que las coreografías se suceden solas. Como todavía me cuesta interiorizar eso de que en los bailes de pareja es el hombre quien lleva la voz cantante y marca los pasos a seguir, a menudo le obsequio con un cruce de pies o giro inesperado. La Kizomba concentra la mayor parte del trabajo en la mitad inferior del cuerpo, dando especial protagonismo a los movimientos de abdomen que recuerdan a las danzas orientales, por lo que en seguida noto cómo trabajo esta zona. Tengo que concentrarme para sincronizar los pasos, el movimiento abdominal y la hipnótica percusión de la música, y aunque en esta ocasión (y dada nuestra condición de principiantes) el ejercicio cardiovascular es mucho menor, salgo satisfecha con la tonificación de los músculos.

Probados los tres estilos, llega la hora de hacer balance. Me lo he pasado genial pero ¿realmente he hecho ejercicio? Aunque obviamente no he quemado las mismas calorías que en spinning, acudir a clases de baile tres veces a la semana me ha beneficiado en diversos aspectos. Lo primero, me ha ayudado a desconectar más que otros deportes (considero que pedalear durante una hora puede volverse bastante monótono mientras que aquí, si no pones atención, te llevas un pisotón). Por otra parte, he notado cómo se ejercitaban distintas partes del cuerpo como los hombros, los brazos, el abdomen, el culo y los gemelos, además de las evidentes calorías que he quemado con tanto contoneo, sobre todo en la salsa. Además, estoy convencida de que a largo plazo los resultados serían mucho más evidentes y que este tipo de ejercicio es idóneo para esculpir el cuerpo. Pero sin duda, lo que más destaco de esta experiencia es la forma en la que me ha ayudado a desinhibirme, a poder arrimarme (y disfrutar) junto a un perfecto desconocido y a saber que, llegado el caso, no haría el ridículo en una pista de baile. O bueno, sí lo haría pero ahora me da igual. Calculo que perdí un kilo durante las dos semanas que bailé pero toda la soltura y la confianza que gané hicieron que mereciera todavía más la pena. Ya avisé a Noelia y a Alberto, directores de Madrid 47, al acabar este experimento y ahora os aviso a vosotros: ¡VOLVERÉ!