Una fina línea floral recorre la moda. Es como una brisa que hoy sopla aquí y mañana allí, en silencio o con fanfarrias, que sube y baja, da vueltas, encandila, desaparece y vuelve a aparecer. Flores para mujeres, con mujeres. Flores como símbolo de feminidad, pero también de alegría contagiosa y de entrega a lo natural. Quién sabe. Cuando se trata de flores y de mujeres, todo es posible.

Concebido como adorno exquisito para María Antonieta, de la magia que otorga una simple rosa quedan magníficos ejemplos en los cuadros que de la coqueta reina de los franceses pintara Madame Marie Élisabeth Louise Vigée-Lebrun. Nadie se había atrevido aún a colocar tamaño motivo vegetal en lugar de una joya. Así, como una provocación, empezaba esta historia: la moda reunía a las mujeres y sus flores mientras las ropas, de seda blanda y algodón, se volvían tan ligeras como pétalos. Aquel sería solo el principio de una línea oscilante y secreta que, desde entonces, resurge apasionadamente con todos los brotes románticos, incluidos los de los siglos XX y XXI. De repente, cuando nadie lo espera, aparecen las flores y su lenguaje envuelve la atmósfera.

Clothing, Fashion show, Shoulder, Runway, Joint, Style, Fashion model, Waist, Fashion, Neck, pinterest
Modelo durante el desfile de Marni.

Siempre son minorías exquisitas las que se cubren de vegetación. En Gilda (Charles Vidor, 1946), la despampanante Rita Hayworth aún es recordada por un espectacular escote sin hombros y por desnudar de guantes sus brazos. Pero en la misma película y gracias al gran Jean Louis, Hayworth ofrece el perfecto contrapunto a la desgarrada imagen de vampiresa con boquilla incluida: su dos piezas blanco y dorado, con el que entonaba (y bailaba) Amado mío, es una invitación a la feminidad sofisticada que quedó para la historia del traje como un avance de lo mucho que podía dar de sí la pasada centuria en cuestiones de sensualidad femenina.

El hechizo floral acababa de comenzar en esos trepidantes y explosivos años cuarenta, en los que el devenir indumentario tiene tramos nuevos por recorrer con tejidos y pruebas iniciales de estampados ad hoc. El embrujo llega, cómo no, al genio de Givenchy, que viste a Audrey Hepburn en Sabrina (Billy Wilder, 1954) como una delicada florecilla. El traje mismo desarrolla un corte de campanilla y subraya el efecto con contundentes bordados de pétalos: es la culminación de una historia de embellecimiento y la entronización del reinado de la mujer. Las flores son testigos y protagonistas del acontecimiento.

Se ofrece así al mundo lo que era un lenguaje secreto, solo cultivado por expertos, entendidos y amantes de la belleza. Coco Chanel hablaba a través de sus trajes, pero también de sus camelias, colocadas estratégicamente en el cuello, en la solapa, en el cabello, en la cintura. Como adorno, todas sus posibles aplicaciones aparecen a mediados del último siglo en las camelias de la Grande Mademoiselle. Y es como si las portadoras de este ornamento subrayaran una feminidad imprescindible en las mujeres modernas. Porque las flores son ya patrimonio de la modernidad de la moda. Lo sentenció el bello traje que lució Grace Kelly el día que conoció a Rainiero de Mónaco, en 1954: dicen que la actriz se puso aquel vestido porque era el único de su maleta que no se había arrugado.

Footwear, Leg, Red, Fashion show, Style, Dress, Runway, Fashion model, Fashion, Carpet, pinterest
Modelo durante el desfile de Dolce & Gabbana.

La maestría de Emilio Pucci dio a su tejido de punto de seda la magia de unos brotes coloridos que crearon escuela a partir de los años cincuenta. Hay un precedente singular: los primaverales estampados Liberty que utilizarían Cacharel en los años sesenta e Yves Saint Laurent en su Rive Gauche en los setenta.

En esa misma época, la firma británica ultrarromántica Laura Ashley vestía a sus mujeres con telas ligeras y floreadas. Y algo más tarde fue el explosivo Kenzo quien vivió su historia de amor con unos tejidos semejantes y las mujeres flor. Lo cierto es que no hay tendencia contemporánea sin su pasión floral más o menos oculta, en especial tras la conquista global del flower power.

El hippismo fue un canto a la naturaleza, a lo humano, y también al sueño de una utopía de belleza y armonía. El pop encontraba en su variante hippy su desarrollo más soñador y espiritual. Los chicos y las chicas de las flores, con sus faldas largas estampadas a la manera indiana, hicieron avanzar décadas a la moda y sentaron a las flores en su trono singular, exquisito, único y vestido de libertad.