Ayer la Alta Costura parecía despedirse de París un año más, sorprendiéndonos con un último destino, la ciudad de Palermo, en el corazón de Sicilia. Su centro histórico se convertía en el destino perfecto para acoger, tras una semana plagada de pasarelas y nuevas colecciones de la más alta gama, en lo que a materia de moda se refiere, uno de los acontecimientos más aclamados durante estas jornadas: el desfile de Alta Costura de Dolce & Gabbana.

Fue la Piazza Pretoria, rodeada de señoriales palacios y cargada de historia, la elegida como escenario para dar la bienvenida a esta nueva colección repleta de tintes aristocráticos de todos los tiempos, que aunque en su línea, aporta un nuevo significado a lo que ya conocíamos como Dolce & Gabbana.

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Vestidos infinitos con faldas de amplios volúmenes y dibujados al más mínimo detalle, con lo que nada lejos quedan de parecer obras de arte, a medio camino entre lo renacentista y lo victoriano, se mezclaban con sastres de lo más actual, pasando por piezas de corte clásico completadas con grandes tocados, que recordaban a las fiestas en las mansiones de la nobleza de principios del siglo pasado, todo ello tomado como punto de partida de un viaje hacia nuestro tiempo, en el que no se olvidaban de entremezclar lo barroco con la modernidad más actual, mediante abrigos de plumas y mini faldas, derrochando color.

Todo ello acompañado de aquella mítica música de ópera, propia en los salones clásicos de baile de los que ya sólo podemos disfrutar en las películas de época, que rompía con (a falta de uno) dos hastag imprescindibles en cualquier publicación que se precie para transmitir a la sociedad 2.0 las impresiones de este viaje en el tiempo (#DGLovesPalermo y #lamoreèbellezza), y como broche de oro, fuegos artificiales y música en directo. En definitiva, todos los ingredientes necesarios para dejar no sólo a los invitados, sino a todos sus seguidores, sin poder articular palabra.