Hollywood y el eterno dilema: súper amadas contra súper villanas
¿Por qué te cae bien Taylor Swift pero no Kim Kardashian?
Corría la década de los 60 y Hollywood seguía siendo dorado. Los estadounidenses, deseosos de tener para sí algo similar a las monarquías europeas, habían convertido a las estrellas de cine en sus reyes y reinas. De entre todas las actrices por las que la masa sentía adoración, había una que brillaba con luz propia –llevase o no sus habituales diamantes al cuello- por su talento y belleza: Elizabeth Taylor. Era la época del auge del paparazzi. La masa demandaba retales del lado más personal de las estrellas y aquellos buscavidas subidos a una Vespa estaban dispuestos a ganar fortuna. Llovían instantáneas de los ídolos del momento tomando un café y fumando un cigarrillo, haciendo lo que todos haríamos en nuestra intimidad. Y la vida de Elizabeth Taylor, la hija díscola de la industria, interesaba.
Fue durante el rodaje de “Cleopatra” cuando la actriz cometió un desliz que el público no perdonó: se enrolló con el marido de otra. Elizabeth Taylor y Richard Burton eran fotografiados en un yate mientras la esposa de este lloraba desconsolada en su mansión de Hollywood. La masa – su masa –repudió a Miss Taylor que pasó de ser una súper amada a una súper villana en un plazo de seis meses. Sin embargo, debido a las complicaciones del rodaje, la actriz enfermó hasta el punto de que tuvieron que realizarle una traqueotomía. Ese mismo año ganó el Oscar a Mejor Actriz por “Una mujer marcada”, un hecho que corroboró que tanto la industria como el público se habían reconciliado con ella al sentir que podían perderla para siempre. El público había visto la mortalidad de la actriz y al sentir que alguien que antaño había sido tan amado podía desaparecer de la faz de la tierra le había dado una segunda oportunidad.
En el año 2005 otra infidelidad hacía tambalearse a Hollywood. Saltaba la noticia de que una de sus parejas más icónicas había puesto fin a su matrimonio: Brad Pitt y Jennifer Aniston. El motivo desencadenante fue la infidelidad de él con otra de las actrices del momento: Angelina Jolie. Lo que sucedió después es digno de estudio sociológico: el público, viendo la historia con el habitual sesgo machista con el que observamos a menudo la realidad, no culpó a Brad Pitt, el verdadero novio de América, por aquella infidelidad.
En lugar de eso, la sociedad se posicionó claramente en dos equipos enfrentados de los que se llegaron a hacer incluso camisetas: Team Jen o Team Angelina (en la iamgen Paris y Nicky Hilton con ellas). La mujer o la amante. La buena o la mala. A Jennifer Aniston la habían dejado públicamente por otra y quien la había dejado no era otro que el hombre perfecto. Millones de mujeres se identificaron con Jennifer y no con Angelina, era fácil sentir empatía por la alocada camarera del Central Perk y difícil entender a aquella diosa morena de labios carnosos y llena de tatuajes, la imagen misma del pecado.
Brad Pitt no había abandonado a Jennifer Aniston, Brad Pitt nos había abandonado a todas. Mientras Jen sufría el “Síndrome Chenoa” Hollywood empezó a cogerle tirria a Angelina Jolie, una mujer que ha tenido que demostrar “su bondad” con el paso de los años. Ha sido embajadora de causas nobles – en ACNUR y en la ONU -, se ha alejado de los focos viviendo lejos de la Fábrica de Sueños y ha demostrado que se puede tener una exitosa carrera conciliando con una vida personal plena. Sin embargo, cada poco, aparece un nuevo titular donde se vuelve a recordar aquel suceso, aquella traición, cuando Jennifer y Angelina casi coinciden en un avión o en unos premios o cuando Jennifer Aniston da una entrevista recordando lo sucedido en 2005.
Al espectador le gusta que le vendan una buena película tanto dentro como fuera de las pantallas. Los ejemplos de Taylor,Aniston y Jolie no distan de una de las tramas por las que los grandes productores de la industria se frotarían las manos. Hay personajes maniqueos, buenos y malos y lo mejor de todo, hay una historia que nos hace empatizar con el personaje principal al descubrir que pese a estar rodeado de lujos y llevar una vida en apariencia perfecta también pueden dejarle y también puede sufrir. Como si de pequeñas réplicas de Escarlatas O’Haras se tratara, en todas estas historias hay auges y caídas, dramas y traiciones, redenciones, llantos y sacrificios.
En Hollywood gusta la chica buena, pero no la Doña Perfecta: nadie se puede identificar con Gwyneth Paltrow porque es tan pulcra que el público la percibe odiosa. Es como si se hubiera pasado el juego de lo aspiracional convirtiéndose en súper aspiracional, lo que la transforma en un imposible. Tampoco gusta ese perfil de mujer que te tiraría el humo del cigarrillo en cualquier fiesta: es por eso que no cae bien Miley Cyrus pero sí Taylor Swift, una famosa que se preocupa por sus fans enviándoles una playlist de canciones de subidón cuando las deja el novio, que ha sufrido las mismas rupturas que cualquier adolescente, una chica que representa a la amiga que a todas nos gustaría tener para confesarle nuestro problemas y hacernos trenzas en el pelo.
Existen más tipologías de famosa que gustan al público: aquella que se arrepiente públicamente de sus pecados como Lindsay Lohan en Oprah demostrando de nuevo la humanidad de las estrellas – todos nos equivocamos-, la que confiesa unos inicios difíciles demostrando que cualquiera, con esfuerzo, puede llegar a triunfar como Michelle Pfeiffer que empezó su carrera sirviendo cafés. En contraposición, no gusta aquella a la que todo le ha venido dado de cuna como Kim Kardashian o Paris Hilton, quienes además, hacen ostentación de su fortuna sin miramientos ni preocupaciones, porque ellas lo valen.
Los factores que hacen que ames o detestes a una famosa pasan por la empatía, la humanización de la estrella, el poder ponerte o no en sus zapatos, en sus victorias (si son merecidas) o sus dramas (si no lo son), en su simpatía o en una seudo-antipatía que a menudo se percibe porque la celebrity en cuestión no quiere entrar a formar parte del circo de los flashes. Y en un mundo donde el foco no solamente está en su carrera profesional sino también en su vida personal, los elementos de amor y odio se entremezclan hasta el punto de que una celebrity no salga rentable porque haya cometido un desliz que, a vista del público, sea imperdonable. Tenemos nuestro propio ejemplo a la española en Penélope Cruz.
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