Un paseo fantasmal por el corazón de Christian Dior

En el estío de 1949, las clientas más sibaritas de la época atravesaban el corazón de las oficinas centrales de Christian Dior en París para que el célebre modisto les desvelara su colección de alta costura otoño-invierno 1949/1950. Ayer tarde, el equipo de la maison, liderado por Lucie Meyer y Serge Ruffieux, hizo lo propio en el mismo edificio, ubicado en el número 30 de la parisina Avenue Montaigne, emulando los clásicos desfiles –sala pequeña, pocas sillas– y su antiquísima exclusividad.

En el enorme mural de blancos y negros que fue la muestra, Dior revisitó buen monto de greatest hits obra de la casa –véanse las chaquetas Bar y los vestidos Bonbon– abriéndose paso en el minimalismo en clave de lujo. Meyer y Ruffieux, a cargo de Dior desde que el belga Raf Simons abandonara como creativo en octubre de 2015, bucean en los archivos de la firma y recuperan intacto el concepto de elegancia propio del modisto francés que fundara la casa en 1947; al que añaden, eso sí, delicados toques de vanguardismo.

Con una paleta declinada en tonalidades sobrias y vestidos limpios pero rotundos –con menos ornamentación que en ocasiones anteriores–, los directores creativos de la firma relacionaron la elección de color a su dualidad creativa elemental, masculina y femenina, en un desfile que tomó elementos tanto de la sastería como del drapeado y que zanjó su discurso con sandalias sin tacón y delineados de ojos al más puro estilo Cleopatra.

La elección del set no fue casual. Esta podría ser la última propuesta de Meyers y Ruffieux como máximos responsables de Dior; y en tiempos de cambio e incertidumbre, el salón/nave barroca recuerda la importancia de la experiencia. La de la maison es una carrera de fondo.