Hay un punto de inflexión cuando compartes casa y cama con tu novio, y es ese en que te despiertas un día en el que no hay que madrugar y en vez de quedarte en la cama, remoloneando y lo que surja, te levantas y te preparas el desayuno para ti sola.

O cuando te entra hambre y preparas un picoteo solo para uno, tú. Si vas al súper, y al abrir la bolsa de regreso a casa ves que has comprado tus caprichitos, sin pensar en nadie más. También las diferencias en los horarios laborales. Si uno se levanta a correr, perdón, a hacer running, y el otro no se levanta de la cama ni por 10.000 dólares, como la Evangelista. Si tú eres una abueli que a las diez de la noche ya está sobando, y él se queda mirando porno series hasta las 3 de la mañana...

La cosa empieza por pequeños desfases, y está bien que no estéis pegados al costillar todo el santo día, pero sin querer vais ("VAMOS", me declaro culpable, Señoría) separando tanto vuestras rutinas que os convertís en compañeros de piso en vez de pareja.

Luego tienes que buscarte la vida para volver a tener "tiempo de calidad" con tu novio, cuando no eres capaz ni de sentarte a ver una peli sin andar consultando el móvil. O el fin de semana, que cuando te das cuenta lo habéis pasado quedando para el vermú con amigos, con tus/sus padres para almorzar, o saliendo de marcha con la pandilla. Y al final os dais cuenta de que vais el uno con el otro, pero ni habláis ni estáis realmente juntos.

Hay cosas que he aprendido, para mi desgracia, a base de malas experiencias. Yo era de las que me levantaba de la cama apenas abría el ojo, sin dar ni los buenos días para no despertar al que tenía al lado. De las que prefería desayunar café solo, sola. De las que cenaba viendo la tele y sin pronunciar casi palabra. Ahora sé que esperarle para desayunar mientras está en la ducha, crea intimidad, la sensación de estar junto a alguien de veras. Que esa tele apagada (en mi caso inexistente) facilita que hables y cuentes y planees el día. Que si coincides con los amigos y te tomas unas cañas o un vermú o lo que se tercie, pues fenomenal, pero que organizar los planes de ocio con tu pareja como si fuerais a una romería, a la larga desune.

He aprendido, a las malas, que si no haces un esfuerzo por sincronizar una parte del espacio y los ciclos comunes, al final pierdes eso, intimidad, complicidad. Todo se convierte en rutina: en la tuya por un lado y la suya por otro.

Hay que cuidar los detalles, incluso los más pequeños, los del día a día que parecen insignificantes pero al final pesan como una losa.

Abrir el ojo y tirarnos 20 minutos nada más que abrazados antes de levantarnos... o empezar a pasear, sin parar de hablar, y cuando queremos darnos cuenta llevamos hora y media y seis kilómetros del ala... o no acordarme siquiera de dónde he puesto el móvil, porque lo dejé encima de la mesa el viernes por la noche y no lo he vuelto a mirar, y es domingo...

Llamadme rara, pero yo prefiero compartir una tostada y un café en la cocina, a los ramos de flores, a las declaraciones de amor vía Facebook, y a las fotitos edulcoradas en Instagram.