No creo que a nadie le guste limpiar y ordenar. Lo hacemos porque no tenemos más remedio y lo hemos integrado en nuestra rutina, pero no porque nos mole en absoluto (bueno, algún raro hay por ahí suelto, pero son los menos).

No ha habido novio ni compañero de piso en mi vida con el que no haya tenido broncas por el tema de la limpieza y el orden.

Y es que son hábitos que o adquieres desde pequeño o luego te cuesta un triunfo adoptar. Por eso recomiendo siempre llegar a un pacto antes de irse a vivir juntos: o se dividen las tareas por la mitad o se paga a medias a alguien que las realice. Y no hay más.

Las broncas, los gritos y los “es que no sé cómo se hace” o “es que me he liado, lo hago mañana”, pueden destruir una relación. Y lo sé por experiencia.

Está de moda ahora la gurú del orden Marie Kondo (a la que podéis ver en Netflix), que tiene tantos fans como haters. A mí, en particular, ni fu ni fa. No me ha descubierto el fuego. Soy un poco maniática con el orden y con el no coleccionar mierdas, pero porque en el fondo soy una vaga y prefiero ordenar en el momento a que se me acumule y tirarme luego horas. Me produce hasta ansiedad ver el desorden.

En el trabajo me pasa lo mismo: me dan un tema y lo hago enseguida. No entiendo a los que hacen del marear la perdiz un arte, que es que lo dejan ahí un día tras otro, de simientes pa rábanos. Me enerva aún más cuando ese trabajo lo está esperando otra persona para rematarlo. Solo procastino cuando tengo que inventarme un tema (que no es fácil esto de escribir, aunque a algunos les salga tan fluido que parecen hijos de Pérez Galdós), pero este procastinar solo me afecta a mí. Me jodo yo solita.

Bueno, que me pierdo. Hablábamos de Marie Kondo, su tirar los objetos que no te hacen feliz (vale también para “personas” ¿no?), sus cajitas para esconder guardar cosas, etc. Me he visto la serie entera y solo he encontrado lo normal: parejas con niños y juguetes para un orfanato entero; millones de cables; mujeres que no quieren tirar la ropa de hace 15 años y 3 tallas menos; abuelis con diógenes de adornos navideños... LO-NOR-MAL. Porque no viven en mini-pisos de 35 metros cuadrados, que se les acababa la tontería rapidito. Se les explica un poco que tiene que ir todo a la puta basura (pero con amor y vocecita, como hace Marie), y más o menos arreglado. Siempre y cuando se pongan de acuerdo.

Aquí viene el detalle por el que pasa casi de puntillas el programa: siempre hay uno que se raya de limpiar mierdas y otro que es un vago de solemnidad y que, curiosamente, no tira NADA. Que se escuda en la inexperiencia o en lo que mencionaba antes, que es que odia limpiar/barrer/hacer la colada. Coño, como si a los demás nos excitara (insisto, raritos, haberlos haylos). La mierda volverá a florecer en esa casa, sin duda. Esos cuadraditos perfectos para la ropa (te lo concedo, Raquel Marcos, son un poco de psicópata, #kondomaleni), en menos de un mes serán el montón encima de la silla, again. Y vuelta a la pelotera otra vez.

Otra duda que me asalta -volviendo a lo de doblar la ropa en rectángulos perfectos- es ¿cómo coño dobla Marie Kondo los tangas? (1). Y una, bueno, varias más: con la cantidad de juguetes sexuales que tengo yo en casa (y que apenas uso) ¿cómo los clasificaría ella? ¿Les doy las gracias y les digo adiós? (2), ¿los subo al altillo? (3), ¿los dejo a la mano, porque son objetos que me dan felicidad? (4).

Mira, Marie, tu historia pa mí que tiene muchos puntos débiles, ¿eh?. Conmigo vas a tener que afinar más y ser más realista, y luego hablamos.

(1) Me da el pálpito que Marie no usa tanga. No la veo ¿eh?
(2) Esto tiene un tema ¿cómo y dónde se recicla un juguete sexual?. Me estoy imaginando la cara del señor que recoge el Punto Limpio.
(3) Vosotros reíros, pero como un día tengan que venir los bomberos a mi casa y se encuentren con el arsenal, salgo en el programa de Ana Rosa, fijo.
(4) Sí, hombre, y que mi hijo los vea, se crea que son juguetes-juguetes (de los suyos, vaya) y ya la tenemos. Me veo pagándole psicólogo hasta los 50 años.

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