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Cuando era jovencita me enamoré de un chico que me regaló un libro fotocopiado. El muy pirata llevaba una semana metiéndome en su cama y no se le ocurrió otra cosa que aparecer con algo que podía hacer que yo, a mis salidísimos 21 años, cerrara las piernas con más fuerza que una monja ante un pelotón.

Me lo dio en un horrible sobre marrón, sin grapar ni encuadernar. Un regalo tan salvaje como el hombre que me lo hacía, cuyos pectorales eran sin duda alguna los mejores pectorales del planeta Tierra.

La excusa maravillosa fue que no lo había encontrado en ninguna librería, así que tuvo que sacarlo de la biblioteca municipal. Cuando me lo contaba, me lo imaginé buscándolo sin encontrarlo y fotocopiándolo para mí. Y volví a mirar sus pectorales y empecé a perdonarle un poquito.

Entonces vi esa portada en irritante DIN A4, una gran mancha en blanco y negro en la que se adivinaba un nombre, Antonin Artaud. Y ahí sí, ahí me volví loca de amor.

El machote con el que me acostaba me había fo-to-co-pia-do un libro del autor más intenso de la literatura universal. Por el amor de dios, ¡ese sobre era arte conceptual!

Intenté leer el libro. Lo intenté mucho y muy fuerte, porque yo me creía lista, guapa e interesante.

Después de agradecerle el regalo con una sesión de sexo gimnástico, intenté leer el libro. Lo intenté mucho y muy fuerte, porque yo me creía lista, guapa e interesante. Una estudiante de filosofía que había leído cinco veces 'Rayuela', coño, cómo no iba a entender a Artaud.

Y lo intenté y lo intenté. A veces hasta disimulaba cuando mi chico, el de las fotocopias y los pectorales, me hablaba (poco, era de pocas palabras) de alguna lindeza del desquiciado francés.

Creo que estuve peleando con esas hojas casi un año, hasta que me rendí. Pensé que, oye, si leo con ganas a Schopenhauer siempre podré olvidar el desplante de Artaud. Pero esa herida estuvo abierta un tiempo y dolió, dolió mucho.

Exactamente dos años, lo que tardé en encontrarme con el maldito francés en la facultad y no me quedó más remedio que estudiarlo y entenderlo y, de repente, amarlo.

No me quedó más remedio que estudiarlo y entenderlo y, de repente, amarlo.

Cortázar, que le tradujo algún libro, dijo después de su muerte que Artaud no era "ni muy ni bien leído en ninguna parte". Y viva Dios que tenía razón.

El surrealismo de Artaud es tan elevado, tan antiliterario, que da miedo. Volaba tan alto que cuandote aproximas a él te entra el vértigo de tu propia mediocridad.

Un poeta que acabó huyendo de la belleza. Un escritor que aborrecía el lenguaje de las palabras. Un dramaturgo que conseguía hacer vomitar al público que acudía a ver sus obras de teatro.

Un loco. Un genio, al fin y al cabo.

La vida pasa por el pensamiento del poeta melenudo, decía. Y la mía sigue con aquel pirata de pelo largo y bonitos pectorales que me regaló 'Heliogábalo' fotocopiado hace ya 15 años.

Lula P. Escribo en El armario de Lula. Básicamente, me gusta comer, leer y hacer el amor.

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