“Si algo puede salir mal, entonces saldrá mal”, decía un Murphy más visionario que pesimista. Y eso ocurre precisamente cuando salgo de la peluquería y empieza a llover o cuando necesito buscar algo en internet y no hay wifi, por no hablar de la facilidad que tengo para encontrar pareja cuanto más disfruto de mi soltería. Y entonces vuelta al sin vivir del “¿me llamará?”, “¿iremos al cine?”, “¿le gustaré?” y todas esas puñetas que me aterran cuando conozco a alguien.

Sin dejar de revolver la taza de café, me acerco a la báscula del baño y, después de pesarme, me pregunto: “¿Existirá alguna app que pese el amor?, ¿la podré encontrar en el Apple Store?”. Y… cuando alguien te dice que le gustas mucho, ¿cuánto es mucho? Y… ¿cuánto de poco es gustarle poco?

Reconozco que soy una apasionada de Internet y de las nuevas tecnologías, así que decidí darme a las citas online creando un perfil en una aplicación para ligar. Hice match con Juan, 35, quien después de una hora chateando me pidió el teléfono. Se lo di sin pensármelo mucho. Primer error. Desde que recibí el primer mensaje con su nombre completo en la pantalla del móvil, me convertí en la versión femenina de Edward Snowden y me puse a investigar sobre él en todas las redes sociales. Cinco horas más tarde ya sabía que hacía surf, que tenía gato, cuándo hizo la comunión y dónde fueron de luna de miel sus dos hermanas. Pero lo que de verdad me asustó fue descubrirme espiando el perfil de su primo de Pamplona y… lo peor: ¡qué coño hacía mirando las fotos de las vacaciones de sus padres!

Decidimos quedar al día siguiente. Segundo error. Como ya lo sabía todo de él, me aburrí soberanamente. Durante la cena, mi momento cumbre fue cuando mencionó a su tía y yo le increpé: “¿Cuál?, ¿Pilar o Teresa?”, lo que provocó en él un total desconcierto. También estuve tentada de preguntarle qué tal lo pasaron sus padres en Londres en 2010, pero preferí dejar que hablara de su mejor amigo, del que ya conocía hasta su nota de selectividad.

En resumen, la cita fue un completo fracaso. Y es que las aplicaciones para ligar son como el monstruo que vive debajo de tu cama cuando eres pequeño: te acecha cuando estás solo, te vigila cuando haces algo inapropiado y te proporciona una gran cantidad de historias que contar.

De tu paso por ellas lo que más cuesta admitir es que la primera cita casi nunca te lleva a la segunda. Una vez asumido esto, te lo pensarás dos veces antes de escribir el nombre completo de tu match en Google. Si a pesar de todo, ese primer encuentro sale mal, siempre puedes echarle la culpa a los avances de la tecnología o a Murphy, pero nunca a tu propia estupidez.