Conozco una pareja de unos treinta y largos, que tuvo un hijo en común nada más empezar a salir, tirándose a la piscina sin agua y las veces que los he visto juntos se nota a leguas que tienen menos química que Arrimadas y Puigdemont en First Dates. Yo diría incluso que no se soportan.

El otro día, ejerciendo de zombi de las redes con el piloto automático, aterricé en su Instagram y ver sus fotos de pareja en una boda con la sonrisa congelada me sumió en una depresión intensa. Y más tarde me descubrí divagando sobre el actual significado del amor y la pareja. Quizá tenemos demasiado idealizado el amor romántico por culpa de Disney cuando eso de casarse por amor es una cosa nueva. Antes te casabas por un acuerdo, por interés o por irte de casa y los matrimonios duraban toda la vida.

Quizá lo que hace esa pareja, permanecer juntos para cuidar a su hijo, es un acto de generosidad que no soy capaz de comprender desde mi egoísmo millennial. Quizá nos han timado con tanto slogan de “vive ahora”, carpe diem y “hay muchos peces en el mar”. Miro a mi generación, en ciertos aspectos bien jodida pero en otros muy privilegiada, y me alegra nuestra libertad de elección, pero es ese mismo exceso de opciones: ¿soltero, casado o inventarme mi fórmula? ¿Ser padre o no serlo? ¿Ser padre soltero? (tengo un par de amigas con medios que optan por esa opción), ¿Irme a vivir fuera o quedarme?¿Dejar mi trabajo e irme a hacer un curso a Kathmandú?

Es ese mismo poder de elección el que nos hace estar más perdidos que nunca. El hecho de poder escribir tu propia historia sumado a ese constante bombardeo de mensajes hedonistas e individualistas, nos lleva a ese estilo de vida líquido que decía Simon Baughman, donde lo único importante es la satisfacción constante de nuestro propio placer y la acumulación de “experiencias”. Pero, ¿de verdad acumular experiencias placenteras da sentido a nuestra vida? No tengo ni pajolera idea. Supongo que a la generación millennial le ha tocado abrir camino en ese aspecto y es una evolución natural y necesaria. Aunque, como detractora por naturaleza de lo convencional en mis ideas y en mi estilo de vida, me sorprendo a veces ahora pensando en la comodidad y confort de tener un camino vital establecido (estudiar, boda, trabajo, hijos, etc..), cuyas idiosincrasia ni siquiera te deja energía para plantearte quiebros o cambios de dirección inesperados.