El 31 de julio de 2015, Balenciaga anunciaba que no se renovaría el contrato de Alexander Wang (San Francisco, 1983) como director creativo de la casa, que expira a últimos de este año. La colección primavera/verano 2016 se presentará el 2 de octubre en París y será la última que firme. Aunque desconozco cuál era exactamente el estado de la relación entre el estadounidense y la compañía cuando desayuné con él en Nueva York, sospecho que ninguna de las partes creía que el final estuviera tan cerca. Yo, desde luego, no imaginaba que de aquella cita saldría la última entrevista que Wang concedería como responsable de Balenciaga antes del anuncio de su salida. El encuentro se produjo a las nueve de la mañana del 5 de junio en el Tribeca Grand Hotel. Él acababa de presentar en la ciudad su colección Resort 2016 para la firma y, durante las casi dos horas que duró nuestra conversación, se mostró entusiasmado con su trabajo en la compañía. Ni una pista de lo que ocurriría unas semanas después.

Pero el 3 de julio empezaron las filtraciones. Al parecer, la negociación para renovar su contrato, firmado por tres años en diciembre de 2012, atravesaba más dificultades de las esperadas. A las preguntas de HARPER'S BAZAAR, Balenciaga mostraba su confianza en que el contrato finalmente se renovaría. El mensaje oficial de Kering, conglomerado que controla la firma, solo admitía que las dos partes estaban negociando. Fuentes cercanas a la situación señalaban que el proceso se habría complicado por la búsqueda de Wang de un inversor para su propia compañía. Esta empresa familiar, creada en 2005 cuando el diseñador dejó la escuela Parsons y se lanzó a producir un puñado de prendas de punto, es hoy un negocio de 100 millones de dólares al año con 200 empleados, oficinas en Nueva York, París y Hong Kong y 25 tiendas.

Al cierre de estas líneas, no se pudo obtener de Balenciaga otra explicación oficial sobre lo ocurrido que la que ofrecía el comunicado emitido el 31 de julio, donde se presentaba como una decisión de común acuerdo. Alexander Wang tampoco haría más declaraciones públicas como director creativo de la firma, más allá de la que se incluía en esa nota, que empezaba agradeciendo la oportunidad recibida y terminaba afirmando: “Estoy deseando llevar mi propia firma a su siguiente nivel de crecimiento”. Trabajadores de la compañía, a condición de anonimato, admitían la sorpresa con la que se habría recibido la noticia en los equipos. Lo mínimo que se puede decir es que pocos esperaban que la era de Wang en Balenciaga ni siquiera cumpliera los tres años. Mientras se abren las inevitables especulaciones sobre quién le sucederá en el cargo, no se deja pasar la oportunidad de señalar que en Kering están muy satisfechos con el relevo de “perfil bajo” que este mismo año se ha ejecutado en Gucci, otra compañía del grupo, con Alessandro Michele.

El fichaje del mediático Wang en 2012 fue una operación casi antagónica. Convertido en una figura de la industria estadounidense, llegó a la marca antes de cumplir los 30 años tras la salida del muy influyente Nicolas Ghesquière (Comines, 1971), el francés que volvió a colocar el nombre en el mapa de la moda a final de los años noventa. La casa, fundada por Cristóbal Balenciaga en 1917, está considerada el mayor emblema de la era dorada de la alta costura de los años cincuenta. Una actividad que cesó en 1968 con la retirada del modista vasco. Ghesquière entró en la firma por la puerta de atrás, cuando la etiqueta dormía un largo letargo de relevancia e interés, y la devolvió a primera fila. Tras 15 intensos años en la compañía, la dejó en noviembre de 2012 y un año después se convirtió en el director creativo de Louis Vuitton, propiedad del grupo LVMH. Durante nuestro desayuno en Nueva York, Wang estuvo relajado, risueño y locuaz. Esta es la charla que mantuvimos mientras él tomaba agua con limón y comisqueaba frutos rojos con cereales. Un diálogo que en algunos puntos ha quedado aplastado por la realidad, pero que tiene el valor histórico de capturar un momento: los últimos días de Wang en Balenciaga.

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Fotografía: Thomas Whiteside. Realización: Gro Curtis.

Entró en Balenciaga en diciembre de 2012. ¿Cuál es su valoración del trabajo realizado?
Para mí no solo se trata de las colecciones. Ha sido muy intensa la labor en cuestiones de infraestructura. El producto y cómo lo presentas es lo más importante, pero cómo llegas a él y la manera de establecer un lenguaje también forman parte de ser moderno y contemporáneo. Es esencial para mí construir un nuevo estilo para que la marca se comunique con el mundo y dejar mi sello en eso. La gente piensa que un diseñador de moda es un creador que tiene a alguien que se ocupa de los negocios y que cada uno va por separado. Yo lo veo como algo coherente, un diálogo abierto basado en la cooperación. Lo esencial es la integridad de la firma. Cuando entras en una tienda o vienes a una de nuestras fiestas debe haber un discurso consistente entre ellas. Cuando coges cualquiera de nuestros productos, debería transmitirte que todo el conjunto ha sido pensado de forma colectiva, no como si el creativo decidiese esto y el de negocios, aquello. Así he moldeado mi marca y era fundamental introducir esa idea en una compañía de lujo mucho más grande y global, algo que la mía obviamente no es todavía.

Todo ese trabajo de infraestructura no quita que su primera colección (la de otoño/invierno 2013) se planteara en ocho semanas. ¿Cómo vivió el proceso rodeado por tanta expectación y presión?
No se suponía que yo fuese a diseñar esa colección. Creía que necesitaba más tiempo para pensar lo que realmente deseaba hacer y encontrar el modo de revitalizar la marca. Pero la realidad es que existe una realidad [risas]. Y hay que responder ante ella. Así que opté por una reedición de piezas del archivo. Pero nos preocupaba mantener el pulso del equipo, que no perdiera el tono. Y, cuando comencé a estudiar la historia, me planteé un nuevo comienzo. En ese momento la casa era conocida por el anterior director creativo, pero para mí era muy importante volver al origen y honrar al creador original. Mi primera incursión pretendía ser un homenaje a Cristóbal. Comenzamos seleccionando prendas suyas con las que conecté y me parecieron relevantes. Empezamos a analizarlas y ver qué historia contaban. Y fuimos uniendo las piezas del puzle.

¿Cómo fue el aterrizaje en una casa con tanta historia?
Entré en Balenciaga con muy poca gente, no quise despedir a todo el mundo y poner a mi equipo. Lo primero que hice fue sentarme con cada uno. Conocí a todos con los que iba a trabajar de cerca y les dije que no se iban a tomar decisiones drásticas. ¡A mucha gente le preocupaba conservar su empleo! Les tranquilicé porque llegaba con una mentalidad abierta y no partía de la base de que debía echar a todos los que había contratado el anterior director creativo. Durante los dos primeros años apenas hicimos ningún cambio, evolucionamos junto al equipo ya establecido. Costó acostumbrarse, porque nunca habían tenido un director compartido con otra empresa. Fue un aprendizaje para todos, también para mi marca. Tuvimos que enseñarnos cómo trabajar cuando una persona no está ahí todos los días: con llamadas de teléfono, Skype, reuniones en París o en Nueva York. Fue un aprendizaje, pero lo conseguimos.

¿Y la primera vez que entró en el archivo?
Estudié todas y cada una de las piezas que tenían allí y también en el Museo de Getaria. ¡Es un lugar increíble! Vi cosas que nunca habían dejado que nadie del exterior viese. Pero yo no era realmente de fuera de la casa [risas]. Contemplé sus diseños y también sus objetos personales, sus regalos, los vestidos de antiguas modelos. Quería ver todos los pequeños detalles que habían formado parte de su vida para entender realmente quién era. Es evidente que era una persona muy reservada, así que también busqué todos los libros que había sobre él. ¡Mi librería parecía un altar a Balenciaga!

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Fotografía: Thomas Whiteside. Realización: Gro Curtis.

¿Le sorprendió algo de lo que encontró?
No fueron tanto las sorpresas como lo fascinante que resultaba su lado personal. En un libro encuentras fotografías de sus vestidos, hechas por Avedon o Penn, y percibes el aura majestuosa que tenía su trabajo. Pero al ver sus esbozos, sus libros de notas y otros detalles que le humanizan, conectas con su personalidad. Eso fue lo más gratificante. Todo el mundo conoce sus diseños, pero poca gente ha visto ese otro aspecto, que se ha mantenido en secreto de acuerdo con sus deseos.

¿Qué le atrajo de Balenciaga? ¿Su historia pasada o su potencial futuro?
Ambos. Desde luego, su historia habla por sí misma. Pero también era importante lo que yo podría aportar a Balenciaga para que realmente fuese... Se trata de un nombre equiparable a Chanel o Dior en términos de reputación, pero en lo comercial no está igual de desarrollado. Por ejemplo, no cuenta con las mismas licencias de belleza y el negocio no es equivalente. La gente no se da cuenta de lo que podría llegar a ser.

Ha pasado décadas durmiendo...
Exactamente. Eso me excitó mucho. Óscar de la Renta me dijo que tenía una herramienta poderosa en mis manos porque muy, muy pocas marcas –no más de dos– poseen el potencial inexplorado de Balenciaga. Eso me impactó. Era consciente de ello en cierto modo, pero que alguien como él me lo hiciera ver tan claro me motivó para aceptar el reto. Veo Balenciaga como algo muy moderno. Todo lo que representa resulta contemporáneo. Y queda mucho por hacer.

Una de sus primeras declaraciones fue que “quería entender el ADN de la casa”. ¿Cuál es para usted?
Esta es una casa de alta costura, una industria que está desapareciendo: sus clientes, sus técnicas… ¿Quién es realmente el joven comprador de alta costura? Por definición, está cambiando drásticamente, pero me interesaba rastrear su identidad. No quiero que mi marca se vea definida por el precio, pero sé que no soy un producto de lujo y no me cuesta nada admitirlo. En cambio, con Balenciaga podía alcanzar ese rango y redefinir el significado del lujo moderno. Hay muchos estigmas y polémicas asociados al lujo. Yo quiero trabajar con ellos y ver qué puedo hacer para cambiarlos.

En la colección para este otoño/invierno se percibía una voluntad más historicista. ¿Ha cambiado su acercamiento al pasado?
Debes conocer y respetar el pasado para avanzar. Esta colección se basaba en la idea de las reliquias. Nació de la joyería y los broches con las iniciales CB que hallé en el archivo. Eso me llevó a pensar en las pequeñas rúbricas que Cristóbal utilizaba, como el arco o el ancla. Pequeños eslabones que nos unen a su infancia, porque él creció junto al mar. Quise pensar en cómo llevar esas piezas hoy: como piercings, en múltiples pendientes o añadiendo detalles abstractos... Después planteamos la ropa. Quería que pareciese como si una joven rebuscase en el armario de su madre, acortando prendas o combinándolas de forma sorprendente. Algo rebelde, con actitud punk. Eso solo resulta subversivo mientras tenga un contraste elegante.

Cuando un nuevo diseñador llega a una casa histórica, siempre pelea porque la tradición vuelva a ser relevante. ¿Cómo se encuentran nuevos modos de decir lo mismo sin repetirse y, a la vez, siendo uno mismo?
Como creativo, busco retos cada día respecto a elementos que pueden parecer viejos o que quiero plantear de modo diferente. Al mismo tiempo, otra parte de mi cerebro busca las consistencias. Intento que en cada colección exista una conexión con el pasado. El nombre en la puerta siempre debe honrarse y no se trata del desfile de Alexander Wang, ¡porque yo ya tengo uno!

El último local de Cristóbal Balenciaga en España cerró en 1968, lo que da un significado especial a la tienda que se acaba de abrir en Madrid. Visitó esta ciudad por primera vez para inaugurarla. ¿Cómo fue el viaje? ¿Descubrió algo sobre Balenciaga?
Fue muy interesante estudiar el componente cultural. Tal vez pensará que es un cliché de turista, pero fuimos a un tablao flamenco. Solo eso ya fue apasionante. Vi de dónde procedían sus influencias y su universo. Estuvimos poco tiempo, pero atisbé su mundo.

Balenciaga era un diseñador reservado que apenas concedió entrevistas. ¿Ese misterio es una oportunidad para que usted construya su propia historia sobre él? ¿O esa falta de información supone un obstáculo?
Ambos. Alguien me contó que, a pesar de ser un hombre tan discreto, salía constantemente y visitaba clubes y fiestas underground. Me pareció muy sorprendente. Eso le dio un lado juguetón, era como si me estuviese haciendo un guiño. Creo que todo el mundo tiene un aspecto público y uno más privado. Todo el mundo tiene sus amigos y su familia y ciertas cosas que reserva para su intimidad. Me gusta cuando conozco a gente famosa y puedo ver que, además de ser unos iconos, hay momentos en los que se comportan como todos los demás.

En diez años, su propia marca ha pasado de fabricar seis jerseys a convertirse en un negocio de 100 millones de dólares. ¿Cómo lo ha hecho?
Es cierto que empecé con seis jerseys junto a mi cuñada [risas]. No sabíamos cómo hacer nada, esa es la verdad. Pero estábamos convencidos. Al principio, yo entrevistaba a todo el mundo: mensajería, ventas... Si iban a formar parte de esta empresa debían entender nuestra cultura, y yo quería comprender por qué querían trabajar para nosotros. Es una empresa familiar y me gusta pensar que cada persona que se une a ella es una extensión de mi propia familia y que trabajarán para la compañía como si fuese suya. Ese entendimiento y esa motivación nos permiten crecer. Hemos cometido errores y no todo ha sido un éxito, pero hemos aprendido de ello. Queremos mejorar y evolucionar. Siempre he sido curioso y creo que en el momento en que pierdes eso, pasas a moverte con el piloto automático. Esa curiosidad explica que colaborara con H&M y debutara en Balenciaga casi al mismo tiempo. Me gustaba la idea de tratar con un cliente de alta costura y con uno que compra una prenda de 19 dólares. A veces, son la misma persona y, otras, completamente distintas. Entender esa dinámica me apasiona. Me considero un privilegiado por poder desarrollar proyectos tan radicalmente diferentes.

¿Cómo se llevan las cosas con la familia cuando todo es personal y profesional a la vez?
Hay peleas… Tengo un lazo muy, muy intenso con mi familia. No necesito decir mucho para que sepan qué pienso. Saben cuándo dejarme y cuándo empujarme. Puedo pasar semanas, o meses, sin hablar con mi madre, que está en China, pero cuando nos vemos no podríamos estar más unidos.

Cuando dejó la escuela y empezó con su marca, ¿imaginaba terminar con 25 tiendas con su nombre?
En absoluto. Me imaginaba estar en mi apartamento diseñando tal vez… ¡10 jerseys! Me gusta tener un plan y una estrategia, pero también tener la mente abierta y ser espontáneo en mis decisiones. Poder decir “esto no ha funcionado, probemos otra cosa”. Siempre existirán problemas, pero encontrarles solución es la parte excitante.

¿Valora la independencia que ofrece una empresa familiar?
Sin duda, sin duda.

¿Influiría eso a la hora de aceptar o rechazar ofertas de inversores para su compañía?
Sí, es importante poder trabajar del modo en que lo hacemos. Incluso si algún día las cosas cambian, que no digo que no vaya a ocurrir, el modo en que trabajamos siempre tendrá que ser respetado.

Ha declarado ser consciente de que muchos no esperaban que pudiese compaginar Balenciaga con su propia firma. ¿Cree que les ha sorprendido?
¡Oh, sí! Me encanta ver cómo algunos de los que escribieron las peores críticas están ahora haciendo sesiones con mi ropa o firmando reseñas completamente distintas. Sobre todo, estoy contento de que hayamos podido pasar de esa etapa de reticencia inicial, que podamos avanzar y dejar que el trabajo hable por sí mismo. Pero al mismo tiempo, sé qué debo hacer. No me importa si tengo buenas o malas críticas, ¡mientras no las lea! Soy humano y, si las tengo delante, me provocan una reacción. Pero son las personas en las que confío cuya opinión busco. Debo centrarme en lo que me dicta mi instinto. Hay demasiadas distracciones en la industria porque ahora las opiniones se multiplican.

¿Es difícil aislarse de todo ese ruido y opiniones?
Ese es uno de los mayores retos de esta profesión. La presión puede ser abrumadora, he visto a gente que se pierde en esa maraña en lugar de centrarse en lo que tiene que hacer. Lo más difícil es mantener el equilibrio entre trabajo y vida personal. Poder ver a mis amigos, ir de vacaciones y desconectar. Muchos se ven atrapados por los politiqueos, la presión y las expectativas. A veces siento como si mi espíritu saliese de mí y pudiese ver la situación desde arriba. Cuando estás metido en el meollo y crees que no tienes escapatoria es cuando estás en peligro.

La suya es la primera generación digital de diseñadores. ¿Cómo ha cambiado el proceso creativo y cómo gestiona la información que envía y que recibe?
Para empezar han cambiado por completo los métodos de trabajo. No podría encontrarme en la posición actual sin el componente digital. La tecnología permite tener reuniones por Skype o irte dos semanas y seguir trabajando... [risas] Algunos no lo ven precisamente como una ventaja y creen que deberías dejar el teléfono y disfrutar de las vacaciones [risas]. Pero así es el mundo moderno. Yo no soy en absoluto un techie y, si me falla el e-mail, no sé cómo solucionarlo. Pero mi primer contacto con los desfiles fue a través de los que veía por Internet… ¡cuando tenías que esperar 10 minutos a que se cargase una foto! Así es como conocí esta industria, a través de la Red. No estaba en primera fila, ni en la lista de invitados.

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Fotografía: Thomas Whiteside. Realización: Gro Curtis.

Usted ha explicado que diseña con su iPhone, ¿cómo lo utiliza exactamente?
Estoy en constante movimiento. Cuando veo una autopista de Los Ángeles con todos esos coches, necesito capturar la idea. Si no la escribo en un correo electrónico, en cinco minutos me olvido. Así que me mando a mí mismo unos 30 mensajes al día. Cuando llego a casa por la noche los repaso todos y los guardo en uno solo que me mando de nuevo. Soy el tipo de persona que cuando se va a la cama tiene que tener cero mensajes sin leer. Eso me mantiene organizado, desde luego.

Es decir, que se envía a sí mismo correos para conservar los pensamientos. ¿Qué clase de ocurrencias son?
Por ejemplo, veo un hombre por la calle con una bolsa de plástico en la mano o una de papel… Y se me ocurre, tal vez, hacerla en piel con un asa. A veces pueden ser ideas muy abstractas y ¡otras me pregunto de qué iba algo que escribí!

Cuando estudiaba, ¿también funcionaba así?
Sí. Recuerdo momentos en los que estaba tan agobiado que pensaba que me iba a desmayar, porque tenía muchas ideas y no podía recordarlas todas. Me estresaba enormemente por no recordar qué estaba pensando… Ahora que lo explico me doy cuenta de que suena como si tuviese dos personalidades [risas]. Pero ahí empecé a escribir a lo largo del día en trozos de papel o en agendas de hotel. A veces llegaba a casa con los bolsillos a rebosar de papelitos. Por la noche los revisaba y, de repente, me sentía un millón de veces más ligero.

¿Siempre quiso ser diseñador de moda?
Hasta cierto punto, sí. Cuando era pequeño e íbamos a restaurantes, mis padres me daban folios y ceras para tenerme entretenido. ¡Así se hacía antes de los iPads! Había un restaurante al que íbamos a menudo que tenía una silueta de mujer en el mantel para colorear. Yo siempre le dibujaba vestidos. Además, crecí rodeado de mujeres a las que acompañaba a hacerse a las uñas y allí ojeaba las revistas. Y mi prima me cuidaba durante su clase de ballet y veía sus disfraces. Había un elemento que siempre me rodeaba y que se manifestó en que comencé a leer sobre diseñadores. En el internado, me suscribí a varias revistas de moda y comencé a planear mi futuro. Tenía claro que cuando llegara el momento de ir a la universidad quería estudiar en Parsons, deseaba cursar mis primeras prácticas en Marc Jacobs y luego trabajar en Barneys. ¡Y lo conseguí todo! Así que una cosa llevó a la otra...

Su generación ha cambiado el panorama de la moda estadounidense en los últimos diez años. Junto a Altuzarra o Rodarte, han transformado la pasarela de Nueva York. ¿Cómo se explica este movimiento generacional?
Debo decir que existe una gran comunidad y hospitalidad para el talento emergente. Cada temporada aparecen marcas nuevas. Internet, para bien o para mal, ha cambiado la capacidad de atención. Constantemente, la gente quiere saber qué es lo nuevo, lo siguiente, qué se dice… La moda ya no es una comunidad pequeña y elitista con unos redactores y diseñadores que marcan las tendencias. De hecho, ya no hay tendencias. Ya no hay nada que sea viejo y nuevo, porque cuando alguien deja de hacer algo otra persona empieza con ello, y así sucesivamente. Además, existen muchos niveles de precio y opciones… Me sentiría hipócrita si dijese que no me gusta el cambio. Así es como es ahora, debes reconocerlo y encontrar tu lugar. Dar con tu audiencia y con la conversación en la que quieres participar. Esta es una industria de la que todo el mundo quiere formar parte ahora: músicos, actores… Los desfiles son lugares a los que la gente va a que le hagan fotos. Creo que con lo nuevo siempre se produce cierto malestar e incomodidad, porque algunos se sienten frustrados. Pero hay que admitir que las cosas cambian y debes estar abierto para encontrar lo siguiente que quieres hacer. Cuando la gente pierde un puesto de trabajo y se plantea su futuro, debería pensar que tiene que buscar lo próximo y centrarse en ser positivo.

¿Cómo le gustaría ser recordado en la Historia de la moda?
[risas] Esa es una pregunta difícil.

Puede pensárselo y mandarme un correo electrónico con una nota...
Bueno… Espero que la gente me recuerde por mi aspecto humano. El trabajo puede hablar por sí mismo. Pero lo importante son esos otros momentos: encontrar quién era Cristóbal Balenciga en realidad, qué hacía y quiénes eran sus verdaderos amigos fue lo que realmente me conectó con él. Me gusta pensar que ojalá en un futuro alguien diga que me conoció en un bar una noche o que mis fiestas eran muy divertidas.

Resulta pertinente que sus célebres fiestas rematen la alegre conversación y que su sabor quede en el aire cuando él deja la mesa con su desayuno casi intacto. Nuestra charla se ha alargado y debe apresurarse para no perder un avión a Los Ángeles. Le veo recorrer el amplio comedor con su caminar saltarín, su eterna sonrisa y su melena flotante. Poco imagino que será la última vez que se presente ante un periodista como el feliz y orgulloso director creativo de Balenciaga y que hemos vivido un momento que no se repetirá. Aunque un impulso me lleva a hacer algo insólito, que jamás he hecho tras ninguna entrevista. Saco el teléfono del bolso y fotografío la mesa vacía de ese último desayuno. Quién sabe por qué.