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Tengo 36 años y no me tiño las canas. Soy una canosa convencida. Cuando me miro al espejo, la única cosa que invariablemente me hace sentir bien son mis pelos blancos. Es una sensación ligera, fugaz, íntima y reconfortante, pero la siento siempre. Mis canas tienen la sorprendente capacidad de resumirme. Mi vida está escrita en ellas.

Empezaron a salirme con 26 años. Dos o tres junto al lado izquierdo de mi frente, que estuvieron solas unos meses. A los 27 se multiplicaron de forma directamente proporcional a mi dolor y mi agotamiento. Mis canas me recuerdan quién soy y cómo soy capaz de sentir y afrontar la vida.

Me recuerdan su porqué.

Esos primeros pelos blancos me salieron con la enfermedad y la muerte de mi madre y, por raro que parezca, son memoria de fortaleza, amor y levedad. Cuando las miro, me acuerdo de ella y me siento bien. Apenas dura un segundo, pero a veces hasta me da tiempo de regalarme una media sonrisa.

Esos primeros pelos blancos son memoria de fortaleza, amor y levedad.

Me gustan mis canas que, descontroladas como están, ya empiezan a juntarse en un mechón. En serio, me gustan mucho. Me gusto con ellas, pero siempre hay alguien que me hace la pregunta del millón: ¿No te piensas teñir nunca?
Lo peor es cuando me lo pregunta gente con más raíces que un baobab. Yo me quedo siempre muy impactada, porque un mal tinte consterna a cualquiera, y suelto mi respuesta comodín: por supuesto, mañana voy a tu peluquero.

Pero no, no pienso teñirme, aunque mis cálculos indican que en un par de años tendré casi todo el pelo gris. No lo haré y sé que no claudicaré porque me conozco. Soy vaga, pragmática y esencial. Se me ocurren mil cosas más interesantes que hacer durante esas horas de tinte en la peluquería. O no, creo que hasta prefiero aburrirme.

Las canas son libertad y algunas de mis mujeres favoritas las llevan (o han llevado) de forma elevada y magistral. Las primeras son complicadas de domar, porque nacen fieras, retorcidas y protagonistas, pero a medida que la cabeza se va poblando en serio con ellas, se vuelven bonitas y brillantes, y algo que brilla nunca puede ser triste.

Se me ocurren mil cosas más interesantes que hacer durante esas horas de tinte en la peluquería.

Favorita entre mis favoritas, Ana María Matute fue una canosa ilustre y maravillosa. Una vida interesante para un talento superlativo. Una mujer preclara que guiñaba a la vejez con sorbos de gintonic mientras te decía que no te preocupes, intenta aferrarte a la niña que una vez fuiste, porque "la infancia es más larga que la vida".

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El carisma no entiende de edad porque nunca se pierde, no envejece ni se difumina. Susan Sontag era la quintaesencia del carisma y su mechón blanco la bandera de su pensamiento inconformista y retorcido. Si nadie quería envejecer, ella hacía como que le daba igual. Donde todos vieron cobardía, ella vio valentía.

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Sontag nos enseñó que la vida es como su cabellera, llena de negros intensos cruzados por el blanco canoso y luminoso del inconformismo y la intelectualidad.

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Toni Morrison y sus trenzas grises hacen que tenga menos miedo a envejecer, porque la edad te da patente de corso, te imprime carácter y dejas de distraerte con la nebulosa de la juventud. Ella escribió 'Beloved', sólo puede tener razón en todo. Todo el rato.

A veces me preocupa que me aburro de mí misma. Entonces hago por encontrarme con alguna foto de Linda Rodin, en un intento por que me venga la inspiración o se me pegue algo de esa chispa. Me gusta mucho esta estilista y empresaria de Nueva York. Siempre he creído que la gente realmente interesante es excéntrica y 'viste mal'. Las elegantes y bien vestidas me interesan menos y envejecen peor.

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Linda Rodin tiene el pelo más bonito que las modelos 50 años menores que ella. Cuando la veo entiendo por qué en el siglo XVIII las mujeres querían tener el cabello blanco y atusaban sus pelucas con talco y harina de trigo. Ese blanco sofisticado y precioso de una moda que se perdió por culpa del absurdo y aburrido tinte.

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Isabel Marant empezó dándose algo tan parisino como un baño de color una vez al año. Hasta que se hartó. Las últimas fotos con su pelo plateado son aviso, quizá, de una próxima banalización de las canas. Esa señora fue capaz de hacernos creer que unas deportivas con cuña eran el colmo de la belleza y la modernez, que ande ahora así de canosa no puede ser casual.

Mi culo empieza a colgar y mi teta derecha va por libre. He descubierto mis codos con horror y que son tan delatores o más que la rodillas. Lo de la expansión del agujero izquierdo de mi nariz ya es un drama inexplicable que por ahora sólo noto yo y de los dientes mejor no hablar.

La vejez es fea, pero la canas no. Para una cosa bonita que tiene, vivámosla tranquilas y sin presión. Natural y brillantemente.

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