Estoy cada día más convencida de que soy una persona bastante "especialita", y más en cuestiones de sexo. No me refiero a fetichismos ni cosas así, sino en mi actitud frente a este.

Nunca he sabido, por ejemplo, utilizarlo como instrumento para conseguir algo (lo que, sinceramente, me parece deleznable). Sospecho que para eso tiene una que estar hecha de otra pasta. A mí es que no me sale, la verdad.

Mi rarismo en mis convicciones sobre el sexo siempre han estado ahí, desde el principio. Dejé de ser virgen (lo de "perder" la virginidad siempre me ha sonado a tragedia de Tolstoi) un poco antes de los dieciocho años. No fue un accidente, no fue con mi novio, y no me dejó "marcada", como muchos y muchas dicen que les ha pasado.

Para mí fue un trámite, algo que tenía que hacer, como sacarte una muela que te fastidia.

Lo había intentado en dos ocasiones con anterioridad: una con un chico adorable con el que estuve saliendo unos meses, y otra con un ligue de una noche, que a pesar de sacarme 20 años (yo era muy lolita) se acojonó, ambos se acojonaron. Pero no se acojonaron por lo de virgen, no, lo hicieron porque me ponía a temblar, de manera incontrolable, como si tiritara, pero de pies a cabeza, y claro, eso asusta. Que al jovencito le asustara, era comprensible, pero a uno más cerca de los 40 que de los 30, con muuuuuucha vida a sus espaldas, pues no.

Así que para mí se convirtió en un asunto de primera necesidad: era una molestia que me impedía avanzar en mi sexualidad.

No fue premeditado, que conste, pero en cuanto vi la oportunidad la aproveché.

Finales de agosto, en el pueblo de una amiga (bueno, el de al lado, que andaban en fiestas) me tiró los trastos el más golfo del pueblo, moreno, ojos verdes, muy guapo... y casado. Esta es la mía, me dije, y nos escabullimos hacia las afueras, a una estación de tren abandonada. Le advertí que era virgen, y me entró el tembleque, como siempre... pero a este le dió completamente igual, entró a matar... a matar DEL TODO. Había un pequeño detalle con el que yo no había contado: el pedazo de rabo que calzaba el muchacho. Tanto que no pudimos terminar, porque me estaba destrozando y le dije que parara. Me quitó la virginidad (y la temblona) PARA SIEMPRE.

Mi amiga se descojonaba, porque decía que es que yo debía ser muy estrechita, que estaba exagerando con el tamaño. "Prueba tú, verás si miento". Y probó días más tarde con el mismo. Me dió la razón: en el chiste del elefante y la hormiga, ella era la hormiga.

El caso es que siempre me ha parecido muy marciana la idea de que el primer tipo con el que te acuestas es algo que te marca para siempre, que hasta que mueras tendrá un lugar privilegiado en tu corazón. Me suena al hierro con el que se marca a las reses.

No es que me haya olvidado quién fue. Por supuesto que me acuerdo, de su cara y de su nombre (que a nadie le interesa, no lo voy a decir, chafarderas, jajajaja), pero porque me acuerdo de todos los hombres con los que he estado. Me parecería una falta de respeto no hacerlo. Pero de ahí a que "me marcara" media un abismo.

De hecho creo que me influyó más el segundo que este, porque al contarle cómo había sido la primera experiencia, fue muy delicado y atento. Este sí me marcó, en el sentido de buscar siempre este tipo de compañero en la cama.

No sé si esta actitud mía, desde el principio, ha influido en mis relaciones futuras. Porque mis amigas, casi todas, perdieron la virginidad con sus novios (alguna exagerada hasta con el marido, una vez casados), y mitificaron ese momento. Claro, después se decepcionaron, porque la primera vez, salvo contadas ocasiones, suele ser bastante desastrosa... ¿verdad?