La moda es democrática, cada vez más ¿Cómo se explica sino que un chándal y un batín (de Tisci y de Philo, eso sí) hayan pasado a ser piedras angulares de colecciones que otrora investían capas y capas de piezas de pedrería cosidas a mano sobre satén? La alta moda ha abrazado la ropa de calle más allá de la funcionalidad. Un pantalón deportivo, un mule o cualquier otra prenda que nazca más para ser vestida que admirada es, además de un alivio para el comprador, un camino interesante para el negocio y un nuevo juego para los modistos.

El palabro prêt-à-porter, expresión francesa que se razona como ‘listo para llevar’, alude desde 1950 a todas aquellas prendas de moda producidas en serie con patrones que se repiten en función de la demanda; esto es: a moda que, con diferentes calidades y precios, se ve en la calle a diario. A diario en la vía y quizá con demasiada antelación sobre la pasarela. Ahora mismo, a comienzos de febrero, París vislumbra propuestas que no atracarán en tiendas (y armarios) hasta pasados varios meses; unos seis. Este septiembre Alexander Wang cerraba ciclo en Balenciaga sacando a pista una serie de conjuntos lenceros que, bonitos a rabiar, apetecían poco ¿Cómo el prêt-à-porter, división más rápida y ordinaria que la alta costura, puede hablar de shorts a quienes visten pantalón de pana? Si las propuestas están cada vez más enfocadas al consumidor, las Semanas de la Moda también deberían estarlo.

Expertos del sector opinan que el sistema actual de mostrar las colecciones con tanta precedencia no sólo es irrelevante sino también confuso y frustrante. Diseñadores como Raf Simons y Alber Elbaz han empezado a rebelarse ya contra el formato tal y como está, tomando decisiones que sí incluyen a sus clientes como una parte crucial del absoluto. El pasado diciembre Diane Von Furstenberg, presidenta del Consejo de Diseñadores de Moda de América, sugería que la dimensión bianual de la Semana de la Moda de Nueva York tenía que ser revisada y reformada, dando luz a las colecciones cuando de verdad toca.

La disposición está ¿Ocurrirá? Europa deberá aunarse. Después de todo, dicho cambio ocasionaría más de un lucro: se reduciría la imitación por parte de las grandes cadenas textiles, las colecciones serían más fácilmente comercializables, se alentaría la compra momentánea… ¿Contras? Haylos. Véanse la congestión, el detrimento del ademán artesanal del oficio o el acercamiento al público de una industria que siempre ha pretendido ser excepcional. Habrá que hacer balance.