Nos gusta el ruido. Por eso la mayoría llenamos cada hueco posible con música y palabras, a veces incluso de forma inconsciente. Algunos no saben conducir sin su emisora favorita mientras otros combinan la ducha de las 7 de la mañana con temazos enérgicos. También hay quien enciende la televisión nada más llegar a casa para sentirse acompañado y luego estamos las que nos quedamos dormidas con los auriculares puestos cada noche.

Eso de estar en silencio por convicción propia nos suena lejano, como si fuera una especie de terapia o retiro espiritual. ¿O acaso no corremos a preguntarle qué le pasa a alguien que lleva un rato sin soltar palabra? Es silencio es la excepción, aunque quizás deberíamos empezar a planteárnoslo como norma.

Hablamos con la psicóloga Ruth Zazo Rodríguez, del centro de psicología Psicoadapta (Isaac Peral 12, Madrid) para tratar de comprender este comportamiento y ser conscientes de todo lo que nos estamos perdiendo por el camino.

No es por el silencio: estás huyendo de algo más

La psicóloga identifica la búsqueda del ruido con el acto personal de “no escucharnos y huir de nuestra soledad”. Por eso, sentir la necesidad de involucrarnos en interminables actividades suele ser síntoma de que existen conflictos internos que "no sabemos, podemos o queremos afrontar”.

A través de mecanismos de defensa como la negación o la evitación nos libramos de afrontar el problema, explica. Algo que nos resulta reconfortante a corto plazo pero que no extermina el problema: “Las consecuencias pueden ser diversas y estas dependerán del motivo que nos lleve a tener esa necesidad de desconexión con nosotros mismos, pero en cualquier caso, evitar aquello que nos genera emociones negativas conlleva no resolver los conflictos existentes. Por ello, dilatar en el tiempo su resolución puede acarrear síntomas tales como tristeza, ansiedad, angustia, desesperanza...”, advierte.

¿Qué me aporta el silencio?

Decía unos de los personajes ideados por el director Federico Fellini que, “si hubiera un poco más de silencio, si todos hiciéramos un poco de silencio, quizás llegáramos a entender algo”. No en vano, los beneficios del silencio son notables, tal y como enumera Ruth:

  • Nos permite entrar en contacto con nuestro “yo” más interno y nos ofrece un espacio en el que poder analizar nuestros pensamientos y nuestras emociones.
  • Esta introspección aumenta las probabilidades de que alcancemos un equilibrio sano con nosotros mismos.
  • No resolverá nuestros problemas pero nos ayudará a detectarlos, abriendo el camino para que busquemos los medios o recursos necesarios.
  • Es vital para descubrir qué nos gusta de nosotros mismos, de qué cualidades nos sentimos satisfechos… para identificar aquellos contextos que nos resultan más convenientes.

Ojo: a veces puede ser un riesgo añadido

Probablemente hayas experimentado alguna vez cómo, al estar preocupada por algo, el silencio ha acabado agobiándote más en lugar de calmarte. Ahora imagina cómo vivirá este momento alguien que padezca ansiedad o que vea cómo los pensamientos obsesivos toman el control a la mínima de cambio.


Tal y como nos explica la psicóloga, el problema que aquí se da es que “la necesidad de control y de tener respuestas que calmen los pensamientos que nos abruman nunca se encuentra”. Así, ante la ausencia de una solución, y el continuo “machaque”, nuestros miedos crecen.

En estos casos, “el silencio no hace más que adentrarnos en la duda eterna de qué solución tomar, mientras nos invade el pánico”. De nuevo, el “parche” más socorrido es distraernos con ruido para rebajar la ansiedad.

En lugar de sucumbir a este estado, Ruth propone entrenarnos en la obtención de recursos que nos permitan manejar este tipo de pensamientos (señales que nos ayuden a identificarlos, ejercicios, razonamientos...) para generar otros alternativos menos dañinos y más ajustados a la realidad porque, tal y como recuerda, este temor no se corresponde a una amenaza real, por norma general.

Julianne Moore en 'Map to the Stars'.
DR
Julianne Moore en ’Map to the Stars’.

Empieza a ponerlo en práctica

Ahora que estás dispuesta a pasar más tiempo a solas con tus propios pensamientos, te diremos que no hay una cantidad de minutos estipulada que debamos cumplir al día: “cada persona es diferente, y cada uno encuentra en distintas situaciones el espacio donde conectar consigo mismo”, explica la psicóloga. Y añade: “actividades tipo yoga, mindfulness o la meditación son de gran ayuda ya que nos enseñan a centrarnos en el ahora, dejando de lado cualquier otra actividad que nos evada”.

Si esto de la meditación no te viene de nuevas y has fracaso en cada intento, empieza por memorizar estos consejos para principiantes. También hay otras herramientas que te lo pondrán fácil hasta que consigas convertirlo en una rutina, como las ‘apps’ para móvil. Calm y Headspace son dos de las más populares. Al levantarte, durante la hora de la comida, antes de acostarte… tú decides el momento.

Combinar esto con momentos que nos permitan analizar las áreas de nuestra vida o de nuestra personalidad que nos generan conflicto será necesario para mejorar. “La idea es que cada uno investigue y sepa qué tipo de actividad le viene bien para poder realizar esta ‘tarea’ tan necesaria”, sentencia Ruth.