Ser madre está bien, pero agota. No nos vamos a engañar, envejece. De hecho, lo puedes comprobar cada vez que miras las fotos de sus primeros años de vida. Esa zombi que hay al lado del bebé eres tú. No hay vuelta atrás, porque esto de la maternidad no se acaba nunca. Y te encanta, porque adoras a tu hijos, pero hay días en que los regalarías un rato. Regalar de "te lo doy gratis y no admito devolución". Pero con tus sobrinos es otra historia, qué gustazo quererlos tantos y no tener que criarlos.

El día en que tu hermano (o hermana) trae al mundo a la criatura, descubres ese sentimiento tan raro, el de ser tía. Si eres la hermana pequeña o aún no has tenido a tus propios cachorritos, la experiencia es colosal. Por primera vez entiendes qué es eso de querer a alguien que no conoces, a un ser humano en miniatura que, un día, de repente, te llama tía. TÍA. Y te sientes importante, importante de verdad, por primera vez en tu vida. Ese mocoso te convierte en mejor persona cada vez que lo ves, en alguien más generoso, más bondadoso. Al menos, así te sientes tú.

Para colmo, el crío te divierte. Juegas con él y ves cómo te mira como si fueras la tía más guay del universo. De hecho, para algunos es la excusa perfecta para volver a los juegos infantiles.

Luego llega el día en que te lo llevas al parque y descubres que ligas más que nunca. Esto no lo cuento como tía, sino como hermana de tío. Hay que tener morro... y los tíos y las tías tenemos cantidad. Porque, ya lo hemos dicho, tu sobrino es siempre, para todo, la excusa perfecta.

Si te han hecho tía cuando ya eres madre (o padre), la cosa es un poquito diferente. Ese sentimiento, ese amor que sientes por la criatura de tu hermano (¡o hermana!) es el mismo, pero la autoconciencia cambia levemente: sientes cierto placer en saber que después de pasar unas horas con tu sobrino, te irás a tu casa, no tendrás que hacerle la papilla ni darle el baño ni despertarte por la noche. Miras a tus hijos, ya mayores, tan autónomos, y notas ese amor por tu sobrino, que siempre te recibe con una sonrisa porque tú no tienes que educarlo ni regañarlo.

Y encima, puedes malcriarlo, porque eres la mejor tía del universo y las mejores tías del universo te compran helados de dos (¡venga, de tres!) bolas y nunca te dan la tabarra con utilizar bien los cubiertos.

Cuando mis hijos se enfadan conmigo, van a su tío. Y ahora que yo soy tía, cuando mi hermano se enfada con mi sobrino, ¡mi sobrino viene a mí! Y yo, que lo quiero tanto, le regalo el mismo tambor ruidoso que hace años que les escondí a mis hijos. Porque ser tía es eso, juguetes estruendosos, alguna golosina y todo el amor que cabe en esa sonrisa que no se acaba nunca. Ni te despierta por las noches.