Mi abuela paterna no sabe estar contenta. Como si hubiera nacido para sufrir, se siente extraña en la alegría y, rápida, busca excusas para volver a su desgracia. Le vale cualquier cosa del pasado, del presente y del futuro; importante o banal. Necesita aferrarse a algo que le devuelva a ese estado natural de desdicha en el que sólo sabe estar. No se lo reprocho, ha tenido una vida dura, durísima. Si somos animales de costumbres, el hábito de la infelicidad lo lleva mi abuela grabado a fuego.

Ella sufrió posguerra, malostratos y abusos, ¿con qué cara le digo yo a mi abuela que la actitud es lo importante?

La actitud, ese concepto "tan de libro de autoayuda", que te responsabiliza de todo lo malo y lo bueno que te pase. Da igual que la suerte tenga una importancia radical en nuestra vida. Dan igual las circunstancias y el entorno. Según ese concepto new age, nuestra actitud es lo fundamental y, si no tenemos la correcta, nosotros somos los culpables absolutos de nuestras desgracias. Esa falacia, además de cruel, es frustrante.

Prefiero pensar que mi abuela es libre para sufrir, que al final eligió dedicar su vida a lamer sus heridas.

A mí me ocurre al revés, no sé moverme en la desgracia. Nunca estoy triste mucho tiempo porque, al contrario que mi abuela, de niña se me pegó el hábito de la felicidad. Ahora, ya de adulta, sigo en la mismas y me siento desnuda cuando me ocurre alguna desdicha. Como una autómata, la afronto impaciente y a menudo desde la superficialidad. A veces quiero poder sufrir en paz, pero no sé.

Lo de "la actitud correcta" es un misterio para mí. Es imposible que el secreto del éxito sea el optimismo perenne, la valentía inagotable, la entereza impasible. Si existe alguien así, debe estar cercano a la locura.

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Kerry Bishé como Donna Clarke en la serie 'Halt and Catch Fire': inteligencia+actitud. | AMC

La actitud muchas veces es importante, claro, aunque todo dependa de los matices. Nadie quiere ser un cenizo, ni un llorón ni un amargado. Pero tenemos derecho a serlo a veces, aunque al final comprobemos que nos sentimos mejor cuando no lo somos. Por eso a menudo la actitud importa más que la belleza y la inteligencia.

La psicóloga Carol Dweck estudió su importancia. Sus investigaciones confirmaron que la actitud es más importante que que la inteligencia a la hora de conseguir el éxito. Según Dweck, las actitudes básicas de las personas se dividen en dos categorías: una mentalidad fija o una de crecimiento.

Con la fija, crees que no puedes cambiar. El problema surge cuando te encuentras con algo que te saca de tu zona de confort, cualquier desafío te puede agobiar y hacer sentir desesperado.

Las personas con una mentalidad de crecimiento, por el contrario, creen que pueden mejorar con esfuerzo. Según el estudio, superan a los que tienen una mentalidad fija, incluso si tienen un cociente intelectual más bajo, porque aceptan los desafíos y los entienden como oportunidades para aprender algo nuevo.

Quizá pensamos que ser muy inteligente es una ventaja, pero lo cierto, sostiene Dweck, es que eso sólo es así mientras las cosas son fáciles. Lo decisivo para tu vida será cómo manejes los reveses y cómo lidies con tus fracasos.