Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. No voy a decir que Letizia sea nuestra Ana Karenina, ojalá, qué grandes momentos nos regalaría. Pero el inicio de esa gran novela, con el que han arrancado estas líneas, resume como pocos el drama que se ha liado con el famoso vídeo del rifirrafe entre la reina y Doña Sofía en la Misa de Pascua en Palma.

Estamos acostumbrados a perdonar a los hombres de la realeza, a reyes cazadores de elefantes y a yernos reales condenados a cárcel por corrupción, pero somos incapaces de disculpar nada que venga de ella, de Letizia, esa mujer que siempre, haga lo que haga, consigue poner en jaque a la monarquía. Esta vez, con apenas unos segundos de imágenes, ha conseguido quitarnos por fin el velo. Nos ha recordado que eso que vemos ahí no es más que una Real familia infeliz.

Letizia no tiene quién la defienda. Lo suyo, más que un reinado, es una salida continua a los leones. La odian por su carácter seco y su perfeccionismo, por su ropa, por su cara, por intentar reinar desde su propia personalidad, sin renunciar a sí misma entre el protocolo y La Zarzuela. Aceptamos que un rey sea campechano (cercano, dicen porque es hombre; vulgar, si fuera mujer) como Don Juan Carlos, a pesar de sus salidas de tono y de sus desplantes a Doña Sofía; a pesar de sus amantes y de sus amistades corruptas. A las reinas, sin embargo, las queremos siempre en segundo plano, como la emérita, siempre difuminada entre su familia numerosa, desenfocada en el trono, obligada a besar en público la frente de su marido infiel. Acostumbrada a la obediencia desde la cuna.

Letizia, la Reina plebeya, quiere salvar la monarquía con todas sus fuerzas, lo desea con todos los átomos de su ser. Hace tiempo que olvidó su republicanismo pasado, ahora quiere que la institución perdure. Pero es lista y sabe que su supervivencia, a la larga, sólo será posible si se reinventan. Ya no pueden vivir de las rentas que tantas décadas salvaron a Don Juan Carlos, el Rey inmune por salvar la democracia. Eso ya no basta para defender su existencia. Letizia sabe que, para que su hija reine, tienen que quitarse la caspa. Sabe que en 2018, el año del 8M y del Me Too, una reina no debe renunciar a sí misma, ni ser sumisa ni complaciente. En 2018, una reina debe reivindicarse, justo lo que hace Letizia.

De las mujeres esperan que seamos simpáticas y agradables, dóciles y maleables. Así son las de la familia del rey Felipe VI: inofensivas y dicharacheras como Elena; 'infatuadas' y mansas como Cristina; desenfocadas y contenidas como Sofía. Letizia no es nada de eso ni quiere serlo. Y por eso la odian.

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La insultan, la llaman hasta maltratadora. No hay techo para odiar a Letizia. A ella, trabajadora, disciplinada y perfeccionista, la han llegado a llamar hasta vaga. Que no quiere trabajar las 24 horas del día, dicen, cómo se le ocurre a una reina querer descansar de la exposición pública. Aunque no sé muy bien dónde ven a esa reina perezosa. Entendería que hubieran tachado de holgazán al rey Juan Carlos cuando se fue de vacaciones a cazar elefantes, justo cuando acababa de pasar una semana de asueto en Palma. Eso son 15 días de descanso a todo lujo en plena crisis económica y laboral española. Nadie lo llamó vago. Tuvo que pedir disculpas, aquel famoso "lo siento mucho, no volverá a suceder", por haber disparado a un paquidermo. Pero no por vago.

A Letizia la llaman vaga hasta cuando se esfuerza en hacer bien su trabajo. En el vídeo de la Misa de Pascua en Palma, la vemos emperrándose en que doña Sofía siga el protocolo. La reina emérita sabe perfectamente cuál es el orden a seguir y, por algún misterioso motivo, quiere saltárselo. Yo me pregunto qué dirá entre susurros Doña Sofía, la mujer contenida, para que prenda así la mecha de su nuera.

Me pregunto qué clase de abuela será, para que su nieta se aleje de ella. Dar por sentado que todos los abuelos y abuelas son panes de dios es otro de los tópicos con los que se ha cebado el famoso vídeo. Como si los abuelos fueran una especie aparte en la que sólo hay seres amorosos y bondadosos. Una excusa más para que Letizia sea la perra del infierno que quieren que sea, para poder seguir insultándola. La madre tiene aleccionadas a sus hijas, dicen, para que no quieran a su abuela. Las tiene poco menos que alienadas. Como suele ocurrir en estos casos, la mala es ella, el resto son unos santos. Y volvemos a quitar el foco de lo importante: lo que nos dicen los niños. Nunca los escuchamos. En este caso, Leonor, cría antes que futura reina, nos cuenta su versión mientras quita dos veces el brazo distante de su abuela. Mientras mira a su madre con amor.