Cualquier excusa es buena para organizar una fiesta y la Navidad es la época perfecta para realizar con comida, bebida y música esa catarsis anual que te ayuda a olvidar las complicaciones de la vida. Pero en el ámbito de las celebraciones, merece un capítulo aparte la cena de empresa. Aunque he acudido a todas las que se me han presentado en mi vida laboral, no siempre lo he hecho con entusiasmo sino más bien para evitar ser la rara de la oficina.

En estas fiestas, todo el mundo elige la ropa más elegante que tiene, que también suele ser la más hortera. Pero no hay nada más incómodo que los tacones, los dorados y las lentejuelas para moverte entre las conversaciones triviales de tus compañeros. ¿Y si el dress code obligatorio fuera el chándal? La ropa de deporte aportaría una mayor confianza y naturalidad a la hora de echarte a correr ante las situaciones incómodas con tus jefes, por ejemplo. Además, como complemento, deberían repartir unas gafas de bucear para nadar entre los mares de la vergüenza ajena, porque ningún evento navideño de empresa termina sin una historia vergonzante de ese colega al que nunca más podrás volver a mirar a la cara.

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También sería conveniente establecer un límite de copas para esa noche, teniendo en cuenta que una puede darte confianza y cinco hacerte parecer el mismísimo Satanás. A ese infierno he visto bajar a compañeros de trabajo que se tomaron las palabras ‘barra libre’ como un reto personal, revelando durante la cena sus secretos más íntimos. En mi opinión, es preferible evitar esas fiestas para compartir información tan privada. Y no es porque dude de los beneficios saludables de beber la propia orina, de la diversión de coleccionar figuritas en forma de insectos o de lo apasionante de organizar unas vacaciones en torno a la gira de Chenoa, sino porque considero que son detalles que deben guardarse para uno mismo.

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A todos nos gusta tener ese momento de gloria por el que ser recordados para siempre en el trabajo, pero hay que evitar que sea precisamente en una cena de empresa. Por suerte, al día siguiente se vuelven a poner los contadores a cero, como si el medidor de errores se reseteara y la vida en la oficina comenzara de nuevo.

Se acerca la Navidad y, con ella, la cena de empresa, que se recibe como a una suegra: con resignación, pero aceptando lo inevitable.

LAURA SANTOLAYA (@p8ladas)

Estudio Publicidad y Relaciones Públicas, pero la vida, su ironía y sus viñetas le dieron fama en redes sociales tras su personaje P8ladas (Pocholadas), a quien utiliza para representar escenas cotidianas con las que su público se siente inevitablemente identificado. Autora de Los lunes me odian (Ed. Aguilar), Crónicas de la adolestreinta (Ed. Aguilar) y Prohibido escuchar canciones noñas (Ed. Lunwerg).

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© Laura Santolaya.