“HIT ME, BABY, ONE MORE TIME”
En la montaña rusa descarrilada de los éxitos y miserias de una estrella del pop como Britney Spears se pueden observar dos interesantes etapas. Está la etapa de la apología de la sumisión en la pareja, con –así es su título original– Hit me, baby, one more time (“Pégame otra vez, bebé”) o I’m a slave for you (“Soy tu esclava”) como fieles testigos. Y la etapa de redención con Womanizer (“Mujeriego”) como cota más alta. No son odiseas griegas con especial interés en el sadomaso, son éxitos de la cantante que un día tocó fondo. ¿Qué las separa a una de la otra? El túnel de la muerte.

Es habitual en el cine de terror resucitar de entre los muertos con el alma perdida por el camino, de forma completamente surrealista y sin dar explicaciones. Lo hizo Michael Myers, apareciendo cuando le daba la gana en Halloween. Lo hizo Brandy en Aún sé lo que hicisteis el último verano cuando todos la daban por muerta. Y lo hizo Jason Voorhees, más veces que nadie, después de llevar ahogado décadas bajo las peligrosas aguas del lago Crystal de Viernes 13.

Resulta Britney Spears la Jason Voorhees del pop si tenemos en cuenta que 2007 fue el año en el que su alma viajó a mejor mundo, pues no sabemos si lo que habita dentro de la Britney actual es humano. Según el reciente biopic del canal norteamericano Lifetime –el mismo que de no ser por esa cumbre adictiva de la trastienda del dating show que es UnReal no existiría–, el cuerpo de Britney está ocupado por un extraterrestre procedente de una lejana galaxia. Sólo así, quizá, se pueda explicar que pida el divorcio mediante lenguaje SMS (“I Wnt 2 Dvrce U”) o se alimente exclusivamente a base de Cheetos.

“I’M A SLAVE FOR YOU”
Britney Ever After, que así se hace llamar el esperpento, cumple a rajatabla tan importante eslogan como “Se desbarató ella solita”, pues aunque el culpable de las adicciones y descalabros varios siempre es uno mismo, los factores externos parecen salir impunes en unos 90 minutos en los que las únicas infidelidades de Justin Timberlake sólo existen entre la permanente de sus rizos mal teñidos, Kevin Federline es el mejor padre del mundo y Sam Lufti un fiel mánager guardián que corre al KFC más cercano a comprar pollo frito en cada ataque de ansiedad de su máquina de hacer dinero. Pero como aquella despampanante pitón sodomizada, con la que un día aparecería encima de un escenario: da miedo, pero no muerde.

En una escena aleatoria, durante una discusión tonta con el falso Justin Timberlake, una bravucona Britney escupe “No soy yo la que está cayendo en los charts”. Así que los guionistas le dan carta libre para ser infiel. A ella, no a él.

La realidad es que Britney Spears apareció un día pidiendo de rodillas que la internaran en un hospital psiquiátrico. Nadie más que ella puede hablar de su viaje a los mundos de Yupi. En hundimientos mediáticos Britney y Titanic se llevan la palma. Para que el drama del barco resultara atractivo se inventó una falsa historia de amor, así que en Lifetime debieron pensar que para que este descarrilamiento tuviera lógica, entre su público señoril y fiel a historias de amor de sobremesa, habría que bascular toda la artillería sobre su necesidad de sumisión con los hombres. Como si los titulares ‘tabloileros’ de 2007 que rezaban “Viviendo con una enferma mental”, encima de una foto de Britney y sus hijos, no fueran lo suficientemente impactantes. La actriz e icono generacional Sarah Michelle Gellar tiene algo que comentar sobre el tema:

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“GIMME MORE”
No es ninguna mentira que la dependencia de Britney Spears con el género masculino fuera alarmante, sobre todo teniendo en cuenta que durante su última aparición en el Carpool Karaoke de James Corden manifestara su paz al mantenerlos alejados de su alma. Britney estará poseída por un extraterrestre que ni siente ni padece, pero es independiente. O todo lo independiente que se puede ser cuando tienes 35 años y tu padre es tu tutor legal para controlar tus desbarajustes.

En realidad sabemos que la película es sobre Britney Spears porque en tan infame guión “Britney” es la palabra más repetida, pero podríamos estar ante un biopic de Marisol y hubiera valido igual. Ni rastro del ‘Leave Britney Alone’, ni del beso con Madonna ni de monos de vinilo rojo, el único modus operandi es la necesidad de un hombre que te destroce la vida y así tener excusa para ser infiel.

La única escena en la que a esta Britney de Hacendado le brillan los ojos de verdad es cuando encuentra un muñeco Furby en su camerino y una bolsa de Cheetos que no duda en engullir como si no hubiera comido en dos semanas. Los Cheetos, por supuesto, también son de Hacendado. El presupuesto del catering ha ido a parar a los derechos de las únicas dos canciones que pertenecen a la discografía de la cantante, que ni siquiera son suyas: I love rock and roll de Joan Jett y Satisfaction de los Rolling Stones. También le brillan los ojos cuando se escapa de la prisión en la que aquí tienen encarceladas a las estrellas del pop para ir a acosar a Brad Pitt y Jennifer Aniston a su casa de Los Ángeles. Nadie entiende nada, pero da igual.

Una Britney de serie Z que vive en un capítulo de Black Mirror, pues en unos tempranos 2000, en los que la máxima tecnología de un teléfono móvil Nokia era jugar a la serpiente, ella ya había inventado el smartphone. Se puede perdonar este error anacrónico, Baz Luhrmann lo hace sin parar en sus estridentes y horteras películas y nadie protesta. Lo que el espectador no puede perdonar es que el conjunto vaquero de los MTV Video Music Awards de 2001 no sea el mismo, ni que la peluca de color rosa después de raparse la cabeza haya cambiado de color. ¡No hemos venido a esto!

“Espero que vea la película y sepa cuánto respeto siento por ella”. Cuenta la Britney de Hacendado, la actriz australiana Natasha Bassett, al New York Post. No, Natasha. Esperamos, por su bien, que no la vea.

Britney Ever After es un cuento sobre una estrella del pop prefabricada, pero también un paseo por el túnel de la muerte para ver en días de resaca. Aparecía Britney Spears por primera vez con dos trenzas e interesante uniforme de Instituto al grito de “Hit me, baby, one more time”. Resulta, bebé, que en 2017 no queríamos que nos pegaran con esto. ¡Bastante tenemos ya!