Todas estas películas conseguirán que no vuelvas a pisar una piscina

Nada es lo que parece entre tanta piscina inquietante… Esta del sur de Francia –frecuentada por François Ozon y Charlotte Rampling– bien sirve como una aparición de la fatídica falta de inspiración de escritor en Misery, pero cambiando a la abnegada e infeliz Kathy Bates por la amenaza de la juventud y sensualidad, al borde del agua, de Ludivine Segnier.

Este icónico contraplano, sumergido en una importante piscina entre las mansiones de Sunset Boulevard, revolucionaría el cine de Hollywood de la década de los cincuenta. ¿Un guionista encontrado muerto en la mansión de una estrella apagada y hordas de paparazzis agolpados alrededor para cubrir la mejor portada? Billy Wilder estaba prediciendo el futuro. Melrose Place, Demi Moore y la vida misma copiarían esa trama sin piedad muchos años después.

Existió una época en la que Tony Ward se paseaba con la mano agarrada al culo de Madonna en todas las alfombras rojas, también otra en la que el Joe Dallesandro de Andy Warhol ya no podía ni mantenerse en pie. Así que, tildada por el Boston Globe como “Robert Altman conoce a Warhol en el paseo de Santa Mónica”, el provocador canadiense Bruce LaBruce aprovecha estos ingredientes, en su homoerótica batidora, y homenajea esa mítica escena de apertura de El crepúsculo de los dioses en la que un asesinato en la piscina hace las delicias de los hambrientos paparazzis.

Con la fascinante Suspiria Dario Argento celebra el exceso del giallo italiano y abre las puertas de la turbia y competitiva academia de baile Tanz. Allí conviven cosas tan poco sutiles como el estridente technicolor, litros de pintura roja como sangre, Miguel Bosé pululando por los pasillos como esclavo de un aquelarre de brujas o inquietantes piscinas del pleistoceno.

A veces existen tan inexplicables como maravillosos intervalos de tiempo en los que estrellas de cine tan atípicas como inexpresivas resultan rentables en taquilla. Una de las escasas cimas de Neve Campbell y Denise Richards fue esta piscina de South Bay, en Florida, en la que el peligro y las ganas de mancillar hasta con la mezcla de ácido clorhídrico con sulfato de cloro acabaría con ellas ese fatídico verano de 1998.

En esta obra maestra de David Cronenberg, y adaptación inconfesa del High-Rise de J. G. Ballard (esta es la buena, no la de 2015), los vecinos del edificio apocalípitico no beben champán caro ni se quejan de la amenaza de las clases pobres. Aquí, gracias a un virus con forma de babosa fálica, se despierta el hambre sexual y asesino para acabar con el mundo desde esta orgía en la piscina de la comunidad. Sesión continua sin necesidad de ninguna app de contactos. En 1975.

La peligrosa y amenazante piscina de La mujer pantera tendría un decente remake en 1984 –con Paul Schrader, Natassja Kinski y Giorgio Moroder– y Mónica Naranjo cantaría por ella años más tarde anunciando que la pantera volvería porque aún seguía viviendo en libertad.

Cuando el polémico Brexit británico cumpla su objetivo final esta ópera prima de Jonathan Glazer bien podría pasar a habitar los libros de Historia del mundo contemporáneo. No es Magaluf ni Ibiza, aquí la corrupción y los asesinos a sueldo ingleses se retiran a la Costa del Sol española para acelerar un cáncer de piel alrededor de las piscinas que decoran los chalets de lujo.

Pesadilla en Elm Street 2 no sólo es la secuela más menospreciada de la saga creada por Wes Craven, sino que su pequeño culto se centra exclusivamente en un festival de referencias y subtexto homosexual, como su propio protagonista, Mark Patton, contaría en la web española Teenage Thunder. Buena dosis de ‘mariliendres’, adolescentes en el armario, despertar sexual confuso y Freddy acuchillando un sueño LGTB en esta ‘pool party’ final. Peligro en el ambiente.

Si el equipo de abogados de Johnny Depp se ha planteado en este breve tiempo ganar el caso contra Amber Heard, en la vista que tendrá lugar próximamente en los juzgados de Los Ángeles, no tiene nada más que presentar esta película de 2006. La firma acusadora manipula a todo hombre subiendo la lívido, hasta el nivel de suicidios en directo practicando ‘balconing’. La realidad siempre supera a la ficción.

It Follows, esa bala de terror independiente de 2014, con la que el ‘hipsterismo’ cinéfilo viviría una de sus cotas más altas, bien podría servir como película de culto, como fallida telepromoción de Menaje del hogar o como respuesta a los multiusos de la plancha de pelo GHD. Una infesta cantidad de secadores, alisadores, tostadoras y microondas se encargan de acorralar en esta piscina a un asesino invisible de adolescentes pecadores.

“Ya están aquí” era lo que la malograda Heather O’Rourke susurraba delante de la televisión de aquel fatídico barrio residencial de Los Ángeles. Y razón no le faltaba. La culpa de la leyenda urbana sobre la maldición de Poltergeist, esa en la que hasta cuatro actores de la saga morirían en extrañas circunstancias, la tiene esta piscina llena de esqueletos reales. Carol Anne corrió hacia la luz aquel día.

En la desaprovechada Jennifer’s Body Megan Fox toma nota de su caduco auge mediático con Transformers y evoluciona en un monstruo asesino de paletos de provincia. Lo más coherente que podría pasar en esta piscina abandonada, diseñada por Diablo Cody, no son asesinatos de pasión lésbica, sino que ese “hopeless” fuera la verdadera inspiración del We found love de Rihanna.

En una realidad paralela el mundo está harto de que Hollywood lo tome por tonto con historias repetidas hasta la saciedad. Este enésimo exploit de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), escrita por Kevin Williamson cuando aún tenía ideas interesantes, se burla del tópico y lo disfraza de excitante terror adolescente. Aquí, lo más probable que pase si tu profesora es Salma Hayek es que termines en una piscina presenciando un ataque de extraterrestres. No apta para diabéticos.