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Mercedes Bellido y los enigmáticos dibujos que han conquistado Instagram

Entramos en el estudio de esta joven artista zaragozana afincada en Madrid cuya red social ya echaba humo antes de que hubiera acabado Bellas Artes. Comprar una de sus obras es una inversión asegurada. Palabra.

Por Lucía Escudero
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En un mar de it girls e 'hijas de' que se compran un lienzo y se autoproclaman artistas, a veces una pierde la fe. Pero qué gratificante resulta encontrarse a alguien que de verdad hace honor al título. Alguien que ha cautivado a las masas por su talento y no por su apellido. Alguien que, con solo 25 años, ha dado a luz un estilo propio, una firma reconocible en un abrir y cerrar de ojos.

Tal es el caso de Mercedes Bellido (Zaragoza, 1991), millennial que huye de los tópicos que enmarcan a esa generación. Es creativa, trabajadora y emprendedora; todo lo contrario a un cerebro atrofiado por culpa de la ESO y la telebasura. De hecho, solo se ha quedado con la parte buena: el poder de las redes sociales. Ya lo dice ella misma: "Yo estoy aquí gracias a Instagram". Cuando cursaba su último año de carrera comenzó a compartir sus creaciones a través de la app, y rápidamente los seguidores comenzaron a multiplicarse. Todo gracias al magnetismo de sus pinturas: bodegones, paisajes y animales que parecen inquietantemente tranquilos, y el uso de símbolos universales como calaveras, escarabajos o tigres.

Su puesto de directora de arte en Kling -firma española que cuenta con un bolso en forma de bolsa de palomitas entre sus grandes éxitos-, además le ha valido a Mercedes un hueco en el mundo de la moda, donde se ha convertido en influencer. Puesto merecidísimo para esta recién estrenada motera y sus looks infalibles de negro y cuero. A continuación, una charla entre HARPER'S BAZAAR y Mercedes durante una tranquila tarde en su casa/estudio.

¿Cuándo empezaste a dibujar?

Desde muy pequeña, en el colegio. Yo creo que me piqué por un concurso de postales navideñas. El primer año perdí, y el segundo no quería que volviera a pasar. Vi que me gustaba y que se me daba bien y me apunté a clases de dibujo en una escuela de Zaragoza [ciudad natal de la artista]. Y ahí fue donde empezó todo, y donde terminó. Porque luego ya, cuando era más mayor y tuve que empezar a pensar que hacía con mi vida, pensé en hacer Derecho [sus padres regentan un despacho de abogados]. Y fue mi profesor de la escuela de dibujo el que habló con mis padres a escondidas de mí y les dijo que tenía que estudiar Bellas Artes en Cuenca. Todavía se lo sigo agradeciendo.

Viendo tu obra se puede observar que has evolucionado hacia algo más oscuro: calaveras, insectos, paisajes nocturnos… ¿A qué se debe? ¿Madurez, quizás?

Sí, al principio todo era más colorista, más sencillo. Siempre ha tenido un aura de misterio, algo turbio que sabes que está pasando aunque no tienes muy claro el qué, pero es verdad que ahora que he ido mejorando en técnica e ideas y en gama cromática, sí que noto que he madurado. Ya no es todo tan pastelón e inocente, y quiero que se note que estoy creciendo y me interesan otras cosas. Coincide que acabé la carrera, vine a Madrid a hacer un máster [de investigación en arte y creación en la Universidad Complutense], y no sé si es por el hecho de empezar una nueva etapa, que me volví más sobria.

El azul y turquesa están en todos tus cuadros. ¿Es tu seña de identidad? ¿Una manía?

Siempre me ha gustado toda la gama de turquesas y aguamarinas. Esa mezcla de "no es azul, tampoco verde". Según a quién le preguntes te dice una cosa u otra. Me parece un color precioso porque es agua, pero también es vegetación. Siempre lo necesito usar. Ahora estoy intentando huir un poco, porque tengo otro color fetiche que es medio azul medio gris, como un azul índigo, aunque sé que va a ser inevitable y voy a tener que volver a meterlo sí o sí.

Retratas en su mayoría animales y vegetación. ¿Qué hay de la figura humana?

Se me resiste. Me crea mucha presión y no disfruto tanto. Es una cosa que tengo pendiente y que voy a hacer, porque me tengo que poner algunas metas para no estar siempre en mi zona de confort. Me parece que el rostro es una cosa muy compleja, y el ser humano también. Porque tú ves un objeto y aunque no esté perfecto sabes lo que es, aunque la perspectiva no esté bien y tenga fallos; pero cuando es una persona, la cosa cambia. Cuando ves una cara rara lo notas al momento. Somos más intransigentes con el rostro que con el resto de las cosas.

¿Por eso en algunas de las personas que retratas les quitas los ojos?

Siempre. Eso es lo que más delata. Lo peor de todo es que en la carrera, cada dos semanas teníamos que hacer un autorretrato, y no valía hacerlo a partir de una foto, sino que tenías que estar delante del espejo. Y por eso ahora cada vez que hago el retrato de una chica, sin querer sale mi cara. Pero sí, el próximo objetivo es hacer caras. Estoy empezando introduciendo fotos familiares para quitarme el miedo poco a poco.

Por lo que se puede ver en tu Tumblr e Instagram, produces mucha obra. ¿Alguna vez has tenido una crisis creativa?

Muchas. Es como la regla… Una vez al mes. Ahora que he estado trabajando desde los últimos ocho meses en Kling, como tengo todavía menos tiempo, me ha costado bastante. Antes estaba acostumbrada a un proceso creativo más tranquilo y contemplativo. Pero cuando entré a trabajar, desde que llegaba a casa hasta que me ponía a cenar tenía como tres horas de trabajo, así que tenía que organizarme mejor. Ahora he aprendido y me he facilitado más las cosas. Hago los bocetos, tengo más claro lo que quiero y eso me ayuda a que por lo menos haga algo de lo mío a la semana. A nivel creativo estos últimos meses eran bastante deficientes, pero tuve la suerte de exponer en Espacio Ananas cosas que ya tenía hechas y así pude recuperar tiempo para pensar, ver exposiciones y quitarme el sabor de lo último que había hecho para pasar a una cosa distinta.

Acostumbrada al pequeño formato, hiciste un mural en el Festival de les Arts de Valencia el pasado junio. ¿Cómo fue la experiencia?

Estaba acojonada. Era un mural de 3,5 m x 2,5 m y me parecía enorme. Al principio lo ves todo muy blanco y te da miedo, pero salió bien. Yo ahora pienso en formato papel, porque es más barato y la gente lo puede comprar, lo cual para mí, que estoy empezando, me interesa. Que de alguna forma sea un medio divulgativo, que no se quede en mi casa, que se mueva y la gente lo vea.

O sea, que no te va eso de que el arte sea elitista.

No, que sea para todos. En la carrera tenían una idea muy conceptual del mundo del arte, un arte que para cualquier persona que no ha estudiado Historia del Arte se convierte en un mundo muy inaccesible. Ya no hablo ni del dinero. Hacer que sea accesible me parece fundamental, es cultura. La idea es que, al igual que la gente se compra un disco, puedan gastarse el dinero en tener una ilustración enmarcada, una serigrafía, una pintura…

Como directora de arte en Kling, ¿es muy diferente trabajar sobre el lienzo que sobre la tela?

Al principio me costó, porque quizá a mí me apetecía hacer algo pero era un poco raro. Lo bueno de Kling es que tiene una identidad muy fuerte y que ves algo y sabes que es de Kling: el estilo, la gama de colores… Pero a base de hacer el esfuerzo de ver desfiles y meterme en el mundo de la moda, en el que yo antes solo era consumidora, pues ya te cambia el prisma. Ahora ya están llegando prendas con estampados que hecho yo y pienso: "Qué guay". Cuando vea a alguien por la calle con ellas puestas le diré: "Gracias, gracias, gracias". Esa es la parte más guay de mi trabajo.

De todos tus proyectos, ¿con cuál has disfrutado más hasta la fecha?

Puede que el que más ilusión me haya hecho fue el año pasado cuando me pidieron participar en el taller de Fanzine para llevar de Libros Mutantes. Es una feria a la que he ido todos los años desde que estudiaba en modo peregrinaje desde Cuenca con mis compañeros. Vi a chavales que estaban allí como había estado yo, y verme a mí haciendo el recorrido y no en la cola esperando, fue especial. Al final, los proyectos que me van proponiendo cada vez son mejores. Cuando te dicen: "Haz lo que quieras", eso ya es muy guay. Sientes que la gente ya ha aceptado lo que tú haces, y que es tu trabajo, tu producto.

¿Y tu proyecto soñado?

Soy una persona que antes se agobiaba bastante porque me ponía metas muy lejanas, y es el mayor error que cometemos. Las metas tienen que ser pequeñas. Lo hago así para no agobiarme. Así que tampoco tengo proyectos muy idealizados en el futuro porque soy más pragmática, de lo que vaya surgiendo y de peldaño a peldaño. A todo el mundo que me pregunta si hay truco, aparte de decirles que hay mucho trabajo detrás, les digo que no se agobien por llegar a un punto. Que se preocupen por estar en donde están y trabajar con lo que tienen.

De hecho, pensaba preguntarte por un consejo para quien se quiera dedicar a esto.

En el Festival de les Arts había unos chavales en una charla que dimos varios ilustradores y me preguntaron que cómo había llegado hasta aquí siendo tan joven. Les dije que no esperaran a terminar la carrera para empezar a hacer cosas. Todo lo que adelantéis para cometer errores, cuando terminéis ya habréis pasado por eso. Metas cortas y trabajar como cabrones. No hay truco. Sí, bueno, las redes sociales. Para mí son una herramienta. Es mi galería, mi manera de mostrar mi trabajo, pero no deja de ser humo. Todo está preparadísimo, hay publicaciones que son publicidad y todo el mundo sabe. Y al final es un porfolio. Un porfolio nunca es natural, está preparado. Que se lo curren mucho, que creen su estilo propio, ¡que no copien!, y que machaquen en las redes sociales, porque es una ventana a mucha gente y nunca sabes quién te va a ver. Yo estoy aquí gracias a Instagram, y eso es así. Por supuesto, hay mucho trabajo detrás, y Instagram da mucho trabajo, y el correo y el Facebook también.

¿Cómo sucedió tu ascenso, cuando comenzaste a ser popular en Instagram?

Lo típico, tuve una crisis, como todo el mundo que está en cuarto de carrera y ve que al año siguiente se acaba, y piensas: "Qué coño he hecho con mi vida". Empiezas a vislumbrar el abismo y te asustas. Y entonces me empecé a hundir, y ya cuando toqué fondo decidí encerrarme en la facultad a pintar hasta que me sangrasen las manos. Hasta entonces nunca había pintado tanto, a pesar de ser mi asignatura. Eso de hacer horas extras en la facultad, ni de coña. Pero ese año estaba de nueve a nueve sin salir de allí. Me hice Instagram y empecé a colgar mis trabajos. Empezó a hacerse como una bola de nieve cada vez más grande y ya cuando llegué a Madrid tenía casi 9.000 seguidores [ahora va por 22.000], así que ya estaba más o menos hecho, conocía gente aquí. En la carrera tenía más tiempo para trastear, pero ya cuando vienes a Madrid no puedes perder el tiempo. Cualquier persona que venga a Madrid a probar suerte en el mundo creativo tiene que salir mucho de fiesta, conocer a gente. Yo ya estoy muy quemada de eventos, pero sigo yendo porque es trabajo, es networking.

Hay otros países de Europa que prestan más ayudas a artistas. ¿Te has planteado irte fuera?

Yo me quiero ir al extranjero cuando ya tenga las cosas muy asentadas aquí. Si me voy y no me va bien, me gustaría poder volver y haber dejado un recuerdo, que no me hayan olvidado en un año. Crear mi espacio en Madrid, que la gente sepa que yo trabajo aquí. Y no me voy a ir hasta que la gente no tenga ese concepto asimilado.

Conozcan a Mercedes Bellido

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Nacida en Zaragoza aunque residente en Madrid, Mercedes Bellido (1991) ha conseguido llamar la atención del público y las marcas gracias a sus magnéticas pinturas. En Instagram ya atesora 22.000 seguidores.

Abierto por obras

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Sobre la pared, los paisajes nocturnos en los que está inmersa Mercedes en esta última etapa. "Las lechuzas no son lo que parecen", diría el gigante de Twin Peaks, y es que la obra de Bellido está plagada de misterio.

'Moodboard' de acuarela

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Mercedes Bellido y su rincón de pintar. Tras ella, bocetos y pruebas de obras, donde sus azules fetiches (el turquesa y el índigo) no faltan.

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La vena analógica

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En una estantería del estudio, una Pentax, cámara que acompaña a Mercedes desde hace varios años. Cuando se trata de encargos, la artista retrata sus dibujos para después pasarlos al ordenador y retocarlos y maquetarlos.

Hogar gatuno

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Melón, uno de los gatos de Mercedes, posa para el objetivo de HARPER'S BAZAAR.

Simbología propia

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Bocetos en blanco y negro cuelgan en una de las paredes del estudio. Calaveras, flores, insectos y rostros sin cara son algunos de los motivos recurrentes de la artista.

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La vida de los otros

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Sobre la mesa del estudio, un sobre con fotografías familiares antiguas que Mercedes encontró en Berlín. La artista se dedica a incorporarlas en sus obras para vencer poco a poco el respeto que le infunde pintar figuras humanas.

Y se hizo la luz

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Tras acabar Bellas Artes en Cuenca, Mercedes se mudó a Madrid. Su casa, donde tiene un pequeño estudio, se encuentra próxima al río Manzanares y está inundada por kilos de luz.

Referentes

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¿Qué artistas inspiran a un artista? Sobre la estantería del salón: pop art, Matisse y la Bauhaus. También las figuras de cerámica.

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Alimento para el alma

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Minimalismo y sobriedad a base de blanco, madera y plantas.

Si los ojos son el espejo del alma, también lo será aquello que leen, ¿no? Arte, diseño industrial y de interiores, tatuajes, motos, cómics y sí, Star Wars.

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