Reina del cloro, voraz coleccionista de trofeos y lacas de uñas, Mireia Belmonte (Badalona, 1990) cumple con una agenda de entrenamientos más digna de un soldado de élite que de una sirena de Esther Williams. Entre infinitos largos de piscina, pesas y tablas de gimnasia, la nadadora -quizá la deportista española más importante de todos los tiempos- le echa un nuevo pulso al cronómetro en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada (CAR). La campeona mundial, europea y doble subcampeona olímpica, lleva como puede una reclusión de 20 días a 2.320 metros de altura para desarrollar aún más su resistencia y capacidad pulmonar.

Apenas tiene tiempo para otra cosa que no sea trabajar, pero en un receso responde a nuestra llamada. Su preparador, el francés Fred Vergnoux, defiende el poder de lo que él llama el “entrenamiento invisible”, tan importante a sus ojos como las horas de esfuerzo bajo el agua: “Se refiere al descanso, a comer equilibradamente, a dormir las horas necesarias y a llevar una vida sana y equilibrada”, traduce la deportista. A las faldas del Mulhacén, aprender a esquiar también está en el programa. Sin embargo, bajar a Granada para visitar a su familia (su padre es granadino) forma parte de la clase de cosas que se hallan fuera de lugar durante una concentración. Al final del día, confiesa, la cabeza ya no da para más: “Casi no tengo tiempo de pensar en nada, acabo la jornada totalmente exhausta”.

Fuera de la piscina, Mireia, imagen desde hace un año de Speedo International y estudiante en paralelo de Publicidad y Relaciones Públicas, procura, ya saben, dejar claro que solo es una joven más, “presumida desde pequeña”. Empezó a nadar hace casi 20 años, cuando tenía cuatro, por consejo médico. Desde entonces, ha logrado expulsar de su cabeza todo tipo de fantasmas: desde la alergia al cloro al miedo irracional a los peces o el más lógico temor por el desarrollo de su cuerpo. El rosa (chicle) es su color favorito (“porque es el de las chicas”, afirma) y su popular devoción al nail art se presenta como un gesto casi reivindicativo. Detrás de las uñas larguísimas, estrambóticas y multicolores se esconde algo más que un juego de manos: está la reafirmación femenina dentro de la piscina, la expresión de un estado de ánimo que rechaza la uniformidad estética del deporte. “Yo siempre compito con las uñas muy bien cuidadas y con rímel waterproof”, asegura antes de confesar que tardó lo suyo en controlar sus lacadas extremidades: “Hay que acostumbrarse a hacer de todo con las uñas tan largas, he roto más de un gorro y algún bañador”, informa. “Tengo unas 400 lacas, me encantan”, añade entusiasta. “Mi siguiente adquisición será la de Louboutin”. Pero pese a probar todas las variantes posibles (flores, purpurina...) y de inventarse sus propios diseños, la campeona se confiesa más conservadora a la hora de la verdad: “Soy supersticiosa, por eso normalmente para competir las llevo de color rojo o la manicura francesa con brillantes”.

Este artículo fue originalmente publicado en el número de marzo de 2015 de Harper's Bazaar España.