Podría decirse que Jordi Mollà (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1968), cachorro de la camada nacida a la sombra del toro de Osborne de Jamón, jamón, película sustancial de Bigas Luna y de los años noventa en España, padece déficit de atención creativa. Vive entre la pantalla, su medio natural, y la pintura, la escritura y la dirección. Una dispersión que él justifica. “Lo podría explicar de varias formas, pero, para entendernos, se trata de mi necesidad de tener contacto diario con la creatividad. Un actor ni trabaja todos los días ni prepara siempre un personaje. Es en esos huecos donde entran mis otras facetas artísticas. Para mí, se trata de estar al menos 300 días al año desarrollando mi músculo creativo. Como intérprete y director dependo de muchas personas; como pintor y escritor no dependo de nadie. Y yo no quiero detener ese "flujo creativo porque, al final, todo es lo mismo”, asegura antes de regalar una explicación más pedestre: “Yo soy actor y estoy casado con la actuación, pero tengo tres amantes que logran que mi relación matrimonial funcione mejor. Cuando estoy con mis amantes, echo de menos a mi mujer y cuando estoy con mi mujer pienso en mis amantes”. Al preguntarle que si esa regla de tres –o de cuatro– la aplica a sus relaciones sentimentales, la respuesta es transparente: “Por esto mismo no estoy casado. Yo juego limpio. En esta vida todo no se puede tener”.

En septiembre veremos a Mollà en una de esas superproducciones internacionales a las que nos tiene últimamente acostumbrados. En Criminal comparte cartel con Kevin Costner, Tommy Lee Jones, Gal Wonder Woman Gadot y Gary Oldman. Él interpreta al malo malísimo de la película, un personaje de origen español, mesiánico y destructivo. “Costner es un señor muy majo y de Jones me habían dicho que es un cascarrabias insoportable, pero yo rodé una secuencia muy larga con él, que luego cortaron, y solo me pareció un tipo de Texas que sencillamente no está para tonterías”. El thriller de acción se filmó en Londres y en inglés con uno de esos equipos de rodaje que parecen verdaderos ejércitos de tierra. “Hablando claro, cuando hago una película de estas voy ca-ga-di-to, por la magnitud, porque no es mi país y porque tampoco es mi lengua. Voy a conocer a 200 personas que no he visto en mi vida y el corazón se me pone a 300 por hora. ¿Divertido? Esa es una palabra que nunca he acabado de entender. Yo me divierto durmiendo la siesta. Cuando actúo no me divierto, solo intento hacerlo lo mejor que puedo, y si me dejan”, afirma.

Ha vivido entre Barcelona y Los Ángeles, pero ahora se ha instalado en Madrid, desde donde habla. “Al principio, en Los Ángeles hice muchos amigos hasta que me di cuenta que de los 70 contactos que tenía en el teléfono solo recordaba ocho nombres. Allí todo va a una velocidad de vértigo, conoces a gente que no sabes si volverás a ver. Es un lugar difícil para adaptarse”, confiesa antes de acabar con una reflexión sobre la mutación que vive la industria cinematográfica, en España y en todas partes: “Este es un momento para esperar y ver por dónde va el tiro. Y no hablo solo del cine, hablo de todos los ámbitos. Momentos como este generan frenadas y cambios en el sistema de producción, pero también nuevos lenguajes, como las series de televisión. Pero, sobre todo, generan mucha incertidumbre y una mayor competencia que durará hasta que se sepa por dónde salta la liebre”.

Este artículo fue originalmente publicado en el número de julio de 2016 de Harper's Bazaar España.