¿Quién ha escrito estas líneas? ¿Quién ha pensado estas palabras y las ha unido para mí, para que yo pueda leerlas? ¿Quién me cuenta esto que, con un poco de suerte, robará un puñado de mi tiempo? Tendría que dar igual, pero cuando caes en una buena historia, suelen surgir solas todas esas preguntas. Si te gusta lo que has leído, si te gusta mucho, de verdad, googleas el nombre de su autor. Quizá sea lo primero que haces al terminarla. Y cuando no hay nada, la magia del misterio puede crecer hasta lo insoportable.

Estamos tan acostumbrados a este circo de egos, que apenas podemos tolerar el anonimato. La última en sufrirlo ha sido la autora de la tetralogía Dos amigas, firmada bajo el pseudónimo de Elena Ferrante. Hacía mucho tiempo que en la literatura no despertaba tanta pasión y curiosidad la identidad de una escritora. Hubo muchas especulaciones, algunos creyeron que era obra de un hombre y no de una mujer; otros, que se trataba de varios autores. Al final, Claudio Gatti desveló el misterio en el New York Review of Books: Elena Ferrante es Anita Raja.

Y esa revelación dividió a los seguidores de la saga entre el estupor y la fascinación.

Para descubrir la auténtica identidad de Ferranti, Gatti se empleó a fondo con técnicas de investigación periodística más propias de un tabloide sensacionalista que de una revista literaria. El redactor husmeó entre extractos bancarios y pagos de la editorial a la autora. Los ingresos habían crecido a la vez que las ventas de los libros, tanto que la escritora se pudo comprar una casa en la Toscana y apartamentos en Roma.

"Los lectores tienen el derecho legítimo de saberlo, ya que le han hecho una superestrella", defendió Gatti. Pero lo cierto es que Ferrante, la que fuera nombrada una de las 100 personas más influyentes del planeta por la revista Time, siempre cuidó su anonimato. Ella prefería la libertad del pseudónimo y el poder de su misterio, sin la "ansiedad de la notoriedad".

Y surgieron los indignados que, como dijo Sandro Ferri, editor de Ferrante, al diario The Guardian, creyeron que "este tipo de periodismo es repugnante":

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Días después de que Gatti hiciera público su descubrimiento, la propia Raja confirmó que sí, que ella es Elena Ferrante. En una cuenta de Twitter que duró activa ocho minutos, aclaró todas las dudas en apenas seis efímeros tuits:

"Abro este perfil en Twitter y pronto lo cerraré. Estaré aquí el tiempo necesario para explicarme".

"Lo confirmo. Soy Elena Ferrante. Pero creo que esto no cambia nada en la relación de los lectores con los libros de Ferrante".

"Esos libros son y seguirán siendo de Elena, no míos. No pretendo hablar, de ninguna manera, en primera persona, ni dar entrevistas ni declaraciones".

"Considero vulgar y peligroso el modo en el que se ha llegado a mentir para desvelar una identidad, violando la privacidad y las reglas. Pero paciencia".

"Solamente me gustaría, ahora que la curiosidad de hace años ha sido atendida, que me dejaran vivir (y escribir) en paz".

"Lo repito: no hablaré más de Elena Ferrante, no responderé en su nombre, no diré nada acerca de sus libros. Os lo agradezco. Anita Raja".

Esa intolerancia que ha violado el deseo de Raja de permanecer escondida tras el pseudónimo de Ferrante es la misma que movió durante décadas a periodistas y fotógrafos a mirar hasta en la basura de J. D. Salinger para saber algo sobre su vida, aunque sólo fuera un detalle con el que aliviar tanta curiosidad. El autor de El guardián entre el centeno firmaba con su auténtico nombre, pero su huidizo carácter engordó su misterio y las ansias por saber de él.

Nadie ha podido con Thomas Phynchon. El enigmático autor de El arcoiris de la gravedad ha conseguido mantener su anonimato a pesar de todo, a pesar de Internet, de las redes sociales y de la sobreinformación. Sabemos cómo era su cara en sus años de juventud, su biografía básica y poco más. Y cualquiera que haya leído su enrevesada y exigente literatura sabe que ese misterio late entre sus páginas.

Pero a Ferrante le ha pasado como a Anne Perry, la escritora inglesa nacida con el nombre de Juliet Marion Hulme. A pesar de su empeño por esconder su verdadera identidad, al final se supo la verdad, que era la misma persona que de niña fue condenada por asesinar junto a su mejor amiga a la madre de ésta. La película Criaturas celestiales (con una joven Kate Winslet interpretándola) está inspirada en su historia, un pasado terrible que no pudo borrar ningún pseudónimo.

Ferrante tampoco quería esa desnudez impuesta. Ella ha sido una mujer obligada a la exposición de su intimidad. "Hoy en día ha cambiado mucho, pero sigo pensando que los hombres en los que realmente se puede confiar son una minoría. Tal vez (y esto es lo que tiendo a creer) es porque el poder masculino, ya sea impuesto con violencia o con delicadeza, sigue doblegándonos a nosotras. Demasiadas mujeres son humilladas todos los días y no sólo a nivel simbólico", dijo como un presagio en una de las pocas entrevistas que concedió por correo electrónico antes de que se conociera su verdadera identidad.

"Creo que los libros, una vez escritos, no tienen necesidad de sus autores". Y son quizá esas palabras la única verdad que debería importarnos. Porque si queremos conocerla, lo mejor es, sin duda, leerla.