Tú no lo haces. Yo tampoco lo hago. Pero a la amiga de una amiga le pasó. Todo comenzó en Instagram. Un bonito lugar al norte de tu teléfono móvil donde coexisten los selfies perfectamente iluminados, los brunch maravillosamente emplatados, los pisos increíblemente decorados que jamás tendrás y los destinos paradisíacos a los que jamás viajarás. Allí, un día, la foto de su ex despertó su curiosidad. Mejor dicho, los comentarios en una foto de su ex. Concretamente uno de una chica que ponía una carita con ojos de corazones. No hace falta ser ingeniero –aunque todo sea dicho, ella es ingeniera – para saber que esos ojos encorazonados solo pueden significar una cosa. ¿Quién es ella? ¿En qué lugar se enamoró de él? ¿De dónde es y a qué dedica el tiempo libre?

Ah, si Jose Luís Perales hubiese tenido un smartphone es muy probable que todas estas dudas se hubiesen resuelto sin necesidad de cantarlas a viva voz. Mi amiga pasó del Instagram de su ex al Instagram de la amiga de su ex. Descubrió que era una chica guapa, residente en Madrid, que leía a Bukowski y que tenía un carlino llamado Cuscús. También descubrió que tenía novio. Y que el novio es muy amigo de su ex. Problema resuelto. Aunque para ser honestos, mi amiga también tenía novio, ¿por qué investigó entonces con tanto ahínco a aquella completa desconocida?

El fenómeno se llama click-stalking. Y no sólo funciona con los ex. También con amigos de amigos (o amigas de amigas) que en un momento dado despiertan nuestros sentidos arácnidos en busca de respuestas. Se trata de convertirte en Sherlock Holmes. En Rust Cohle. De saciar una curiosidad interior causada por una persona a la que nunca habías visto antes.O en palabras de Maureen O’Connor, primera exploradora –que sepamos- de este fenómeno en un artículo de The Cut: “Es caer por el agujero del conejo haciendo clics en los nombres de personas que un amigo ha etiquetado y cotejar los datos con tus amigos en común, es cuando metes en Google el nombre de una desconocida porque siempre lees sus comentarios en las fotos de tu ex, cuando en un nido de respuestas de Twitter entras en el perfil de esa persona ingeniosa que tanto habla con tu amiga. Cuando sigues las pistas que otras personas dejan en redes sociales para intentar descubrir qué sucede en la vida real”. Si aplicamos una definición más castiza: es sacar a la portera que todos llevamos dentro. El cotilleo de una tarde en el bar con amigas llevado al maravilloso mundo de las redes sociales.

¿Es bueno o es malo? Lo cierto es que no es ni una cosa ni la otra. Los protocolos y normas en la era de Internet han desestabilizado el mundo que conocíamos y, al producirse a una velocidad mayor de lo que tardamos en acostumbrarnos a los cambios, produce situaciones un tanto incómodas. El mejor ejemplo, extraído de otro artículo publicado en The New York Magazine titulado All my exes live in texts (Todos mis ex viven en textos) habla de la dificultad de cortar realmente el vínculo con una persona del pasado si perteneces a la Generación Social Media. La persona ya no está en tu vida pero en lugar de correr el riesgo de encontrarla por la calle o de recibir información indeseada a través de amigos de amigos –que, huelga decir, sigue existiendo- convives con su presencia en las redes sociales: estados de Facebook que te cuentan en qué está pensando, actualizaciones de Twitter que te dicen qué está haciendo o fotos de Instagram que te muestran con quién está e incluso qué ha cenado. Y como en todo tienes dos opciones: aprender a vivir con ello como una nueva forma de comunicación antaño inexistente o cortar por lo sano haciendo uso del famoso bloqueo.

Con el click-stalking sucede lo mismo. Al cambiar el escenario de tertulia de bar con amigas a hacerlo en la intimidad de tu casa puede generar sentimientos encontrados como la culpabilidad (¿por qué lo hago? ¿Lo hace todo el mundo? ¿Debería parar?) o la sensación de estar cotilleando la vida de una persona que, posiblemente, no haya reparado en tu existencia. Sin embargo, aunque la plataforma haya cambiado, no es extraño ni fuera de lo común sentir cierta curiosidad por la vida de los demás. Los reality shows nos han enseñado mucho acerca de esto.

A fin de cuentas, ya lo dijo Aristóteles: la virtud se encuentra en el término medio entre dos extremos. Así que ya sabes, stalkea con responsabilidad.