La última entrega de los Billboard Music Awards (BBMA) se celebraba anoche en Las Vegas. Drake ganaba como Mejor Artista del Año y le arrebataba el récord al todoterreno de Adele con 13 premios de golpe y porrazo. Miley Cyrus ponía punto (y aparte) a los excesos con su genial Malibú, Lorde seguía poseída por un eléctrico diablo encima del escenario y Nicki Minaj regalaba gifs virales a diestro y siniestro con caras de querer jaleo. Nada realmente por lo que alarmarse. El camino seguía su curso natural.

Pero lo que allí realmente ocurría pertenecía a una historia diferente. Lo vimos en Desafío total, con Arnold Schwarzenegger viajando a mundos paralelos por aburrimiento, y lo vimos en El efecto mariposa, con Ashton Kutcher liando la de San Quintín viajando al pasado. Las realidades paralelas no siempre tienen por qué salir bien. Existen contadas ocasiones en las que la fortuna sonríe a la causa.

Por eso, que Cher haya sido coronada en 2017, con el premio Icon a toda una carrera, es un viaje a una de esas dimensiones. La misma noche en la que Céline Dion se plantó encima del escenario, del T-Mobile Arena de Las Vegas, para cantar por el 20 aniversario de su insaciable My Heart Will Go On, con la proa del Titanic de fondo. O la misma noche en la que la ex Fifth Harmony Camila Cabello presentaba al mundo su primer single en solitario, criticado hasta el infinito –lleva tres días publicado– por su parecido en exceso al Genie in a Bottle de Christina Aguilera. Hemos viajado a una dimensión alternativa de los noventa, donde somos mucho más felices.

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Dimensión en la que cuando en una fiesta cualquiera suena el Believe de Cher, todos más que menos corean alguna frase aleatoria, como la que un día fuera poseída por la voz de un robot ultrasónico, y alzan sus teléfonos móviles –para algo es una realidad alternativa– para publicar algún que otro Story en Instagram. Pues atentamente observaba Céline Dion una pantalla de plasma, desde detrás del escenario, hasta que aquel “Do you believe in life after love?” electrocutaba su alma atraída por el espíritu de la estrella con el nombre más corto del mundo, animando así a las masas a hacer lo mismo.

Un importante viaje al otro lado de la órbita, pues se trata de que dos mujeres maduras hayan robado el espectáculo a las estrellas millennials, en una de las galas de premios más importantes de la industria musical. Una, de 49 años. La otra, de 71. Céline Dion y Cher, la razón por la que Thelma y Louise no se tiraron por aquel barranco en vano, y Believe, ese himno que traspasó dimensiones.