En esta la era del consumo rápido, el diamante sigue siendo el mejor amigo de la mujer. Porque brilla (y a quién no le gusta un buen fulgor) y es para toda la vida. Con la consigna publicitaria “Un diamante es para siempre”, la mejor de todo el siglo XX según Advertising Age, la casa joyera De Beers convenció al gentío durante algo más de 70 años de que merecía la pena gastarse el salario de dos meses en una piedra preciosa. Sin embargo, el fin del monopolio de aquella firma hace una década, la dura competencia en el sector del lujo y las inestables actitudes de compra de los más jóvenes (público potencial) han zarandeado el status quo de la industria.

Hace algunos días la publicación inglesa The Economist aseguraba en un artículo que los millennials (generación nacida, aprox., entre 1980 y 1999) no están interesados en la compra de diamantes por el conflicto y la explotación que históricamente han derivado del trueque brillantes-dinero.

De esta forma la revista dio a entender que la reciente crisis económica poco ha afectado en el actual menoscabo de las piedras en bruto. Los precios de los diamantes cayeron alrededor de un 15% el año pasado, y según datos de International Diamond Consultants, hoy por hoy la división joyera está viviendo el periodo de ajuste más prolongado de la última década.

Los diamantes sintéticos, creados en los laboratorios, están ganando crecientes cuotas de mercado a costa de los diamantes naturales que proceden de las minas. Al ser éstos para el consumidor entre un 20 y un 30% más baratos y de propiedad y composición idénticas –el ojo humano no puede percibir la diferencia–, las gemas “originales” pierden atractivo en comparación. La desaceleración de China y la (perpetua) crisis mundial de materias primas son dos lances que The Economist también olvidaba citar. La red, quisquillosa, no entendía nada y medios como The Huffington Post o The Daily Touch respondían con sarna al denostado. Amparándose cómo no en la opinión tuitera.

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Los millennials, por a o por b, no confían en los “para siempre” de los eslóganes. Los datos citados mues­tran que la de­manda de dia­mantes a nivel global ha pa­li­decido como nunca con los cam­bios de hábitos de los con­su­mi­do­res. Promover la imagen de las piedras preciosas entre los jóvenes como la máxima expresión del lujo y del romanticismo está bien siempre y cuando no se olvide lo que de verdad importa.