"Desde niño estaba fascinado ante la gigantesca belleza de la propia naturaleza de Lanzarote. Creo que, por esta razón, creció en mí una sensibilidad a través de lo que estaba contemplando". Quien habla es César Manrique, artista multidisciplinar enamorado del lugar en el que nació. Tanto, que es imposible entender su obra sin perderse entre los colores de su rincón en el mundo, donde hasta el aeropuerto lleva su nombre. Una vez allí, no resulta extraño comprender por qué este inquieto creativo cambió Madrid y Nueva York por trabajar en fomentar la belleza de una isla que, en parte gracias a él, lo tiene todo. El idilio con ella de quien escribe empezó tan solo un año antes. Instagram, maldita sea, me contagió la necesidad: a distancia, desde el salón de mi casa, me perdí por sus volcanes a través del ojo de Nuria Val y su pareja, el fotógrafo Coke Bartrina; poco después, Jacquemus eligió una de sus playas para presentar la campaña de la colección que lo encumbró, La Bomba. Ah, el hype, cómo es. Así que, del tirón: Skyscanner; buscar vuelos; vuelo reservado.

Con una deliciosa temperatura media de 22 ºC de enero a diciembre –que considero encanto más que suficiente como para dejarlo todo e irme a vivir allí ya mismo–, Lanzarote es la isla más septentrional y oriental del archipiélago canario, la tercera más poblada y la cuarta más grande, con 800 kilómetros cuadrados de superficie. Es también la más genuina de todas por la mano de Manrique sobre ella, por su forma de fundir la arquitectura con la naturaleza, de mantener su tradición y cultura como atractivo turístico y de conservar sus valores medioambientales, suma de motivos por los cuales fue nombrada Reserva de la Biosfera en el año 1993.

Wall, Tints and shades, Rectangle, Daylighting, Palm tree,
Jor Martínez

A modo de historia breve, en la Antigüedad, Lanzarote estuvo habitada por fenicios y romanos, y por pueblos de ascendencia bereber (‘majos’) que vivían del pastoreo y de un muy limitado cultivo. En la Edad Media, el normando Juan de Bethencourt inició aquí su conquista del archipiélago en nombre de la Corona española y, siglos más tarde, en el XVIII, comenzó una etapa de erupción de sus volcanes que transformó el paisaje y sembró el terror entre sus habitantes; sin embargo, contra todo pronóstico, supieron sacarle el lado positivo y aprendieron a aprovechar sus cenizas como nutriente para sacar partido a sus tierras.

Y aquí va un dato curioso: a pesar de su origen de fuego, su gastronomía es famosa por sus vinos blancos, elaborados a partir de lo que llaman uva malvasía volcánica, con un poder aromático muy fuerte. Tras cierta decadencia, en la segunda mitad del siglo XX, el interés por ella comenzó a crecer con un turismo equilibrado gracias al plan de renovación de la isla ideado por Manrique que, aunque muy avanzado, dejó a medias a causa de su repentino fallecimiento en un accidente de coche en 1992.

La isla magnética

No hay una forma mejor o peor de visitar Lanzarote, un orden determinado. Sus
65 km de Norte a Sur y 21 de Este a Oeste hacen que su visita sea bastante llevadera y que una escapada de cuatro días sea perfecta para asimilar todo lo que este entorno único tiene para ofrecer. A modo de guía, la isla se divide en ocho municipios: La Graciosa, Haría, Teguise, Tinajo, Arrecife, San Bartolomé, Tías y Yaiza.

Nuestra ruta comenzó en el centro de la isla, en San Bartolomé. Merece la pena decir que la experiencia sumó puntos extra gracias al alojamiento: el Caserío de Mozaga, un espacio rural con una construcción típica canaria del siglo XVIII considerada Patrimonio Histórico de Lanzarote. El descanso es absoluto, el desayuno, riquísimo y el trato de su dueña, María Luisa, inigualable: no se puede pedir más.

A escasos metros se encuentra la Casa-Museo del Campesino, una edificación de César Manrique del año 1969 en homenaje a la labor de quienes trabajaron las bondades de la tierra. Allí, una estatua de 15 m corona una finca con construcciones lanzaroteñas que acoge distintos comercios locales (a destacar la cerámica tradicional, ruda y apenas tallada, difícil de encontrar en el resto de la isla) y un restaurante subterráneo al que se accede por una escalera de caracol rodeada de distintas variedades de Monstera bien lustrosas y en el que se pueden degustar platos locales como potajes canarios, quesos o pescados como el cherne.

Sky, Sea, Rock, Sculpture, Architecture, Coast, Horizon, Vacation, Landscape, Monument,
Jor Martínez
El Monumento al Campesino, en la Casa-Museo del Campesino, fue levantado por César Manrique en homenaje a los que trabajaban la tierra en su isla.
Arecales, Outdoor table, Turquoise, Outdoor furniture, Kitchen & dining room table, Snow, Palm tree, Courtyard, Patio, Outdoor structure,
Jor Martínez
Verde y blanco, uno de los binomios cromáticos más repetidos en Lanzarote, en la Casa-Museo del Campesino.

Dirección Norte, la siguiente parada obligatoria no queda muy lejos: la Villa de Teguise, capital de la isla entre los siglos XV y XIX. El paseo por su centro urbano es muy agradable, especialmente si se hace coincidir con su mercadillo de domingo. En el mismo municipio, en Tahiche, se encuentra la Fundación César Manrique, primera residencia del artista en la isla a su vuelta de Nueva York, diseñada por él a partir de una cavidad que encontró bajo una higuera en plena zona de lava negra. Ahí decidió construir en 1968 ‘Taro’, su hogar durante dos décadas, donde los espacios los daba la naturaleza: cinco burbujas volcánicas conectadas por túneles. Hoy en día, foco de turismo y centro de arte, muestra los contrastes de la isla: el azul del agua, el blanco de sus casas, el verde de sus plantas y la oscuridad de su historia volcánica.

Cactus, Saguaro, Caryophyllales, Plant, Flower, Room, Wood, Landscape, Succulent plant, San Pedro cactus,
Jor Martínez
Imagen de la Fundación César Manrique.
Wall, Botany, Tree, Plant, House, Landscape, Garden, Flowerpot, Shrub, Font,
Jor Martínez
Una de las paredes de la Fundación César Manrique.

Continuamos hacia la Caleta de Famara, un pueblo de pescadores al pie de una playa descomunal rodeada de acantilados. Para comer, el restaurante El Risco, con vistas al mar y algo nuevo para probar sobre la mesa: morena frita. Con el estómago lleno (quizá, o quizá no, por un exceso de papas con mojo que podría rozar la indigestión), llegamos al Mirador del Río, un paisaje totalmente distinto a lo que la isla nos había enseñado en un primer vistazo, en el que cambia el tiempo y donde el viento ‘agitamelenas’ sopla con fuerza.

Y, de nuevo, César: a comienzos de los setenta construyó un balcón en lo alto de un acantilado de 400 m desde el que poder contemplar los azules de su mar y, sobre todo, La Graciosa y los islotes que la rodean formando el archipiélago Chinijo. A la isla se llega en barco desde el pueblo de Órzola, atravesando el brazo de mar que la separa de Lanzarote llamado El Río, y bien merece un día extra en el viaje para recorrer todo su perímetro en bicicleta disfrutando de sus playas prácticamente vírgenes.

En el camino de vuelta, por la cara este del norte de Lanzarote, tras bordear el volcán de La Corona, varias paradas indispensables: Haría, con la Casa-Museo de César Manrique, donde se puede visitar su taller y su Picasso a pie de piscina, como quien no quiere la cosa; los pueblos de Punta Mujeres y Arrieta; la playa del Caletón Blanco (de aguas cristalinas); la Cueva de los Verdes (una gruta espectacular con leyenda incluida), y, por supuesto, los Jameos del Agua.

Body of water, Tree, Palm tree, Arecales, Vegetation, Sky, Tropics, Woody plant, Date palm, Sea,
Jor Martínez
Los Jameos del Agua es un lugar mágico para disfrutar al atardecer.

Este último, tocado por la gracia del artista conejero (gentilicio coloquial del lugar), es una de sus obras más famosas en Lanzarote. Aprovechó una vez más un tubo volcánico originado por un desplome para convertirlo en la mejor acción posible del hombre. Su restaurante se pierde entre las hojas de los helechos, y la luz hace magia sobre su piscina interior, donde es habitual ver a los famosos cangrejos ciegos (Munidopsis polymorpha), una especie endémica de la isla, minúsculos y de color blanco, cuyo contacto con el metal es letal.

Por supuesto, está terminantemente prohibido ese gesto turístico tan habitual de tirar monedas allá donde haya agua esperando un golpe de suerte como recompensa. Ellos son, además, logotipo de este espacio, igual que un pez lo es del Mirador del Río y el diablo con la forca en alto lo es del Parque Nacional de Timanfaya. Siguiendo la ruta de obras de Manrique, en esta zona no puede faltar la visita al Jardín de Cactus, construido sobre una antigua cantera en la que ahora conviven 4.500 ejemplares de esta planta punzante. Todo muy ‘Instagram friendly’.

Cactus, Saguaro, Vegetation, San Pedro cactus, Plant, Botany, Flower, Landscape, Sky, Adaptation,
Jor Martínez
El Jardín de Cactus, al Este, es una antigua cantera que, tras la mano de Manrique, alberga unos 4.500 cactus. Distribuido en varios niveles, se corona con un imponente molino de gofio del siglo XIX, uno de los pocos que quedan en la isla.

De vuelta en Mozaga desde el Norte, y tras un merecido descanso, el camino continúa hacia el Sur. Una de las mejores experiencias que brinda Lanzarote es el choque emocional de perderse entre sus volcanes. La tranquilidad que transmiten es impagable y, sin embargo, es una aventura totalmente gratuita. Solo el recorrer todos los posibles de la isla podría ser un viaje temático en sí mismo. En mi caso, me recomendaron hacer las rutas de dos de sus calderas, la de El Cuervo (por motivos obvios: me apellido así, la familia siempre ‘tira’) y la de la Caldera Blanca, de tres horas y, según dicen, la más espectacular. La primera, casi al comienzo de la carretera que va desde La Geria hacia Mancha Blanca, está rodeada de malpaís (un mar de rocas volcánicas) y presenta una caminata de una media hora bastante sencilla de hacer que culmina entrando a su interior.

Mountainous landforms, Road, Highland, Mountain, Hill, Infrastructure, Geology, Soil, Rock, Badlands,
Jor Martínez
Una de las maravillas del paisaje volcánico del Parque Nacional de Timanfaya.

"El día 1 de septiembre de 1730, entre las 9 y las 10 de la noche, la tierra se abrió en Timanfaya, a dos leguas de Yaiza, y una enorme montaña se levantó de su seno". Así comienza el escrito que relató el párroco Andrés Lorenzo Curbelo cuando estalló la última gran erupción volcánica de la isla hace menos de 300 años, esa que trastocó todo orden dejando varios pueblos sepultados. Nos lo contó la megafonía del autobús que recorre las Montañas de Fuego en el Parque Nacional de Timanfaya (este sí, de pago). Aquí solo se puede acceder de esta manera y, aunque admirar sus formas te deja ojiplático, el flash incesante de un turista rebotando en el cristal de mi ventana me hizo plantearme si las casi tres horas de espera dentro del coche para llegar hasta él merecieron del todo la pena.

Cuenta la leyenda que, antes de la catastrófica erupción, una pareja joven celebraba su boda hasta que la lluvia de rocas volcánicas dio con ellos, cayendo una de ellas sobre la novia. El novio, tratando de liberarla, cogió una forca de cinco puntas e intentó levantar la piedra, pero su amada falleció.

Al caer la noche, la luna llena lo iluminó en lo alto de una colina de Timanfaya y, elevando al cielo su herramienta, desapareció entre las llamas mientras los habitantes del pueblo gritaban "¡pobre diablo!". Se dice que de la sangre que derramó la joven en este terreno crecieron plantas medicinales a las que pusieron los nombres de los dos enamorados: Aloe y Vera.

Recorridos sus volcanes, pasamos por el pueblo de Yaiza, en el interior, para comer en la Bodega de Santiago antes de completar la isla con una tarde en su cara oeste: primero, en el pueblo de El Golfo, donde Pedro Almodóvar vio una carantoña entre una pareja que le inspiró a escribir Los abrazos rotos, cinta que rodó en su playa. A la izquierda, el Charco de los Clicos, una laguna formada en el cráter de un antiguo volcán cuyo color verdoso (por el alga Ruppia maritima) remata una paleta increíble. A tres minutos en coche en dirección Sur llegamos a Los Hervideros, unos acantilados tallados por los brazos de magma que llegaron al mar y que le dan un relieve inesperado sobre el que juegan las olas y los rayos de sol del atardecer. Cuando el Atlántico golpea con fuerza, el agua sube hasta la superficie como si estuviera ‘hirviendo’, de ahí su nombre.

Badlands, Rock, Formation, Mountainous landforms, Geology, Outcrop, Wadi, Bedrock, Geological phenomenon, National park,
Jor Martínez
El paisaje rojizo de El Golfo que Almodóvar plasmó en Los abrazos rotos.
Body of water, Coastal and oceanic landforms, Mountainous landforms, Coast, Water resources, Highland, Shore, Mountain, Hill, Rock,
Jor Martínez
El Golfo

Entrar de lleno en una isla como esta te deja un poco tocado. Para bien, claro. Estamos tan acostumbrados a que nos vendan las bondades de Ibiza y Formentera que a veces olvidamos que tenemos tesoros como este en nuestro otro archipiélago, a un vuelo directo de distancia. Lanzarote ha fomentado como pocos su cultura y sus tradiciones, ha mantenido su pureza y la ha utilizado como imán para un turismo calmado que encaja a la perfección con ella. Su gente, su gastronomía y su paisaje logran, en suma, evadirnos de toda cotidianidad acelerada posible allí, una hora por detrás de nuestra vida real. Como si solo necesitaras sacar el móvil para fotografiar las plantas de cada rincón mientras te lamentas de lo mal que te crece a ti la Costilla de Adán en Madrid…

Road, Highway, Asphalt, Road trip, Sky, Highland, Mode of transport, Lane, Freeway, Road surface,
Jor Martínez
Una de las carreteras que atraviesan la isla.

Dónde ir

La comida
Con vistas al mar, El Risco, en Famara: pescado fresco y un plato típico peculiar: la morena frita. En el interior, la Bodega de Santiago en Yaiza, donde probar sus papas con mojos, su pella de gofio y sus platos de cuchara.

La artesanía
Por desgracia, no hay tanta oferta como debería, pero la Casa-Museo del Campesino acoge una cierta selección, como las piezas de barro marrón tradicionales de Canarias, rudas, imperfectas y sin pulir.

El atardecer
Cualquier punto es bueno para ver caer el sol en esta isla maravilla. El más especial, parando el coche frente a la caldera de El Cuervo y viéndolo desaparecer tras el resto
de volcanes.

El alojamiento
Entre fuego y vino, Buenavista Lanzarote, con un diseño espectacular y en un entorno único. O en Caserío de Mozaga, donde el trato y la desconexión son exquisitos.