De norte a sur, de este a oeste, no hay un espacio en Fuerteventura que no haya sido declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. Es la forma que tuvo la organización internacional de poner sobre la mesa la belleza única y la importancia de la que es la isla más cálida de las Canarias, a menos de 100 km. de la costa africana y con una vida tranquila y pausada, en armonía con la naturaleza, que contagia fácilmente a los visitantes.

A la hora de conocer Fuerteventura por primera vez, lo mejor es distribuir nuestro tiempo para sacar el máximo rendimiento a las diferentes áreas que queramos visitar. Así, tras aterrizar y acomodarnos en el hotel, toca prepararse para una primera toma de contacto, si llegamos por la tarde (bien con una cena en el propio hotel o en el pueblo donde se encuentre), o directamente ponernos en marcha si estamos ya allí a primera hora.

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Playa de Jandía.

Una buena forma de conocer la isla es alquilando un coche y realizando ruta de norte a sur. Así, lo primero que haremos será marcharnos a Corralejo, frente a la mítica Isla de Lobos. Cada día parte un ferry desde el pueblo hasta el islote, de unos cuatro kilómetros cuadrados y completamente protegido. Un volcán, un pueblito marinera, un faro y una playa de las de postal esperan a los turistas. Se recorre mediante un sendero delimitado que pasa por el volcán de la Caldera. Sus aguas son tan transparentes que casi es obligado el esnorquel o un ligero buceo.

De vuelta de la playa, nada como acercarse al propio Parque Natural de Corralejo, con otro de los campos de dunas más importantes de Canarias (con una superficie de 2.700 hectáreas). Además de paseos por las dunas y por sus increíbles playas, el Parque es el paraíso de los amantes del kitesurf, que se practica allí todos los días del año.

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Volcanes de Corralejo

Nuestro primer almuerzo, que sea en La Oliva. Queda cerca y sus restaurantes se han especializado en quesos locales y tapas de autor, así como gastronomía tradicional. Casa Marcos, Mahoh o Bahiazul son algunas de las sugerencias. Después, si la sobremesa no nos obliga a echar una cabezada, podremos hacer un poco de turismo volcánico en el Calderón Hondo.

Se puede ascender a su cima (278 metros) en menos de 45 minutos a través de un sendero. En la cúspide, un cráter y el resto de los volcanes, estarán a nuestro alcance. ¡Y no faltarán ardillas pidiendo que les demos comida! Si el día es muy caluroso, para evitar lipotimias, empezar por aquí, antes de ir al islote de Lobos, es mejor idea.

Antes de volver al hotel, nada como estirar el día en alguna de las playas del norte de la isla. La del Águila o la de Esquinzo no están a demasiada distancia. Si no queremos playa, sino un paseo, entonces dirijamonos a La Concha y al Faro de El Tostón, dos bonitos miradores en la parte noroeste de la isla. También podemos subir a la montaña de Tindaya a ver el atardecer, considerada sagrada por los aborígenes que poblaban Fuerteventura.

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Faro de El Tostón.

Si el norte ocupó nuestro primer día, el segundo será el turno del extremo sur, es decir, de Jandía. El Parque Natural de este nombre ocupa una pequeña península que empieza en la llamada Costa Calma. Este es uno de los cuatro centros turísticos de Fuerteventura, con hoteles y apartahoteles en concepto resort. Sus 2 km. de playas están siempre demandados, especialmente las de la zona sur, y no faltan chiringuitos en los que picotear cocina canaria.

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Villa Winter.

Una de las curiosidades del sur de la isla es atravesar el Parque Natural para conocer la Villa Winter, cerca de la playa de Cofete. Construida por un general alemán para sus vacaciones, está en un lugar prácticamente inaccesible, de ahí que haya muchas leyendas, incrementadas por su aspecto de fortaleza. Como es de suponer, las vistas son increíbles y pasar horas bañándonos en Cofete, toda una delicia.

A la hora de comer, dirigirnos a Jandía es una buena opción. No hay tantísimos restaurantes y muchos de ellos tienen un perfil muy turístico ramplón, pero eso no quiere decir que no se puedan encontrar otros más tradicionales y apetentes. Destacan especialmente los de pescado y marisco, como La Puntilla Casa Menso o La Bodega de Jandía.

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​Jardín Botánico de Fuerteventura
Jardín Botánico de Fuerteventura

Tras la sobremesa, un plan de tarde para los que no quieran volver a la playa, es la visita al Jardín Botánico de Fuerteventura, todo un ecosistema diferente (3.000 especies de cactus, el invernadero de orquídeas, el jardín de dragos…). Y los que sí quieran playa, que vayan a la del Matorral, cuyo faro divide en área naturista y área no nudista sus 4,5 km. de largo.

La tercera jornada la podemos pasar en Puerto del Rosario, la capital. Se trata de un pueblo grande en el que la vida bulle y donde se reúne bastante de la oferta de ocio nocturno, por lo que seguro que ya habremos venido alguna de las dos primeras noches a divertirnos o tomarnos algo en buena compañía. Un paseo por la ciudad permite visitar la casa Museo de Unamuno, el Ecomuseo de La Alcogida o un parque escultórico al aire libre. Además, si hay evento, el Auditorio Insular es todo un espacio para la música.

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Museo de la Sal.

Si nuestro hotel está en el sur de la isla, de camino a la capital, podemos parar en uno de los museos más curiosos de Fuerteventura: el de la Sal. Está en las Salinas del Carmen, en medio de un poblado marinero. Allí se ve el proceso de formación de la sal de espuma, un negocio que tuvo su apogeo en el siglo XIX. Además de la sal, es todo un rincón para el avistamiento de aves, que descansan entre las montañas de sal en sus migraciones.

También tendremos la oportunidad de disfrutar de otro plan interesante: el de la casa de los Coroneles. Situada en el medio de la isla, esta casa de planta cuadrada fue construida en el siglo XVIII para acoger la residencia oficial del Coronelato, el poder que ejerció el dominio militar en la isla. Hoy es una casa que acoge diferentes iniciativas culturales.

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Quesos Julián Díaz
Quesos Majoreros.

La última compra antes de irnos de la isla tiene que ser la camiseta símbolo de Fuerteventura, que no es otra que la que muestra a la cabra majorera con el nombre de la isla. Es todo un símbolo y la mejor forma de llevarnos un poquito de este paraíso en la maleta. Eso, claro, contando con ya hemos añadido un queso en nuestra bolsa. Es una joya culinaria que nadie debería dejar de comer.