Puede que dé la impresión de que el modernismo se esconde de las calles madrileñas, pero, aunque, a simple vista, no lo parezca, Madrid está plagado de arte modernista. Solo que, tal vez, no sea de una manera tan evidente como ocurre en otras ciudades europeas como Barcelona, París o Riga.

A pesar de que no se pueda hablar de un Modernismo Madrileño formal, ya que en la capital no logró desarrollar un estilo propio, sino que, más bien, la mayoría de edificios calificados como modernistas muestran detalles adscritos a este estilo: formas orgánicas, rejas con flores o acabados en espiral en algunos balcones. Si se busca, se puede encontrar.

Pero, ¿por qué no caló un movimiento tan impactante en una ciudad como Madrid? Principalmente, existen dos razones: el Modernismo nació a finales de siglo XIX y se alargó hasta principios del XX. Por aquellos entonces Madrid no era una ciudad industrial y no contaba con una burguesía que, como Barcelona, Bruselas o París, se interesara en promover nuevos modelos arquitectónicos. La burguesía madrileña estaba, más bien, aristocratizada y solían hacerlo ver contruyéndose ostentosos palacetes de aires afrancesados en los paseos de la Castellana, Recoletos y Prado. Precisamente, en ese eje se encuentran los estilos arquitectónicos que han tenido verdadera notoriedad en Madrid y donde la presencia del modernismo resulta anecdótica.

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Además, en Madrid se encontraba la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando en la Escuela Superior de Arquitectura, cuya influencia era verdaderamente sólido y, su estilo predilecto, el eclecticismo historicista. Su importancia hizo que el movimiento modernista tuviese, sobre todo, función ornamental en los acabados decorativos de fachadas e interiores.

Aún así, los edificios modernistas de Madrid son obras de arte que están ahí, sin embargo, pocos son los que se dan cuenta de ello y se paran a admirar estas obras de arte. Por eso, vamos a echarte una mano para que, cuando estés por Madrid, sepas estar atento a los lugares por los que transitas, ya que no queremos que te pierdas las originales joyas modernistas que Madrid aún no te ha podido enseñar.

Palacio de Longoria, Sociedad General de Autores

El ejemplo más importante de modernismo en la ciudad y, al mismo tiempo, el menos representativo de todos, pues este movimiento artístico en Madrid es mucho más sobrio y moderado que el que muestra este edificio.

El Palacio de Longoria, enclavado entre las calles de Fernando VI y Pelayo, fue diseñado por José Grases Riera en 1902, por encargo del financiero Javier González Longoria. Y es, desde 1950, sede de la Sociedad General de Autores y Editores, la SGAE.

El edificio es, sin duda, uno de los más llamativos del barrio de Chueca. Es, prácticamente, imposible pasar cerca de él sin que las retorcidas formas de su fachada, su torreón curvo y los relieves vegetales llamen poderosamente nuestra atención. De hecho, cuando se construyó, no había ningún edificio parecido a este en toda la ciudad, y recibió el apodo de “la casa de la tarta”.

Efectivamente, el este edificio trajo consigo la novedad del tratamiento que se le dio a la fachada con formas suaves, orgánicas y vegetales. Como si en vez de piedra, se tratase de una gran construcción de arcilla.

Casa Gallardo

A pesar de no ser muy famoso, se trata de uno de los edificios más destacados de Madrid. Se construyó entre 1911 y 1914 con diseño del arquitecto Federico Arias Rey y fue ejecutado por, el también arquitecto, Luis Vidal y Tuasón. El proyecto consistía, en concreto, en la remodelación del palacete ya existente en ese mismo solar, introduciendo, un patio central de luces y una llamativa decoración en el exterior. En el año 1915, el Ayuntamiento de Madrid premió el edificio como el mejor construido durante el año anterior.

El enorme edificio se encuentra en la Plaza de España, haciendo esquina con la calle Ferraz, y fue encargado por las hermanas Esperanza y Asunción Gallardo. La gran “G” dorada y azul que corona la cúpula de la casa, hace honor a ese apellido.

Lo más característico del edificio son las suaves curvas y los elementos decorativos de la fachada que destaca por sus tonos claros y que contrata con el tejado, cubierto por láminas de pizarra. El edificio está considerado una de las obras clave del modernismo tardío madrileño, ya que sigue, al pie de la letra, los cánones franceses.

Edificio de la Compañía Colonial

El paseo por el modernismo de Madrid nos lleva, también, hasta el mismísimo centro de la ciudad. Entre los números 16 y 18 de la calle Mayor, se encuentra el edificio de la Compañía Colonial, una antigua fábrica de chocolate.

La Compañía, creada en 1854, se especializó en té café y, sobre todo, chocolate; y fue uno de los referentes industriales de finales del siglo XIX. En 1909, compraron un edificio de viviendas y encargaron a Miguel y Pedro Mathel, padre e hijo, la restauración y reforma del edificio. Un acondicionamiento que suponía una transformación íntegra del interior y de la fachada, atendiendo los gustos de la época.

La nueva fachada se adscribía a un estilo modernista templado, cuyos balcones mostraban motivos florales y figuras alegóricas referidas al comercio y la industria, como la del dios romano Mercurio, realizados por el taller de Daniel Zuloaga. Y en la parte superior, tres paneles cerámicos hacen mención a los productos coloniales que comercializaban: café, té y cacao.

Cine Doré

En pleno Lavapiés, en la calle Santa Isabel, a la altura de Antón Martín, se encuentra otro tesoro arquitectónico que, sin embargo, suele pasar desapercibido para muchos.

El Cine Doré original fue inaugurado en 1912 y, en aquel entonces, era una construcción de ladrillo con capacidad para 1250 espectadores. El llamativo aspecto le llegó en el año 1923 de la mano del arquitecto Críspulo Moro, siguiendo un estilo modernista muy habitual en los cinematógrafos de principios de siglo XX.

Su éxito fue mayúsculo y pronto se fueron llevan a cabo mejoras en las salas con palcos y adornos. Pero, con el paso del tiempo, acabó convirtiéndose en un cine de barrio, al que llamaron el Palacio de las Pipas, ya que los espectadores las comían durante las proyecciones. Finalmente, en 1963 cerró sus puertas, pero, dos décadas después, en 1982, el Ayuntamiento compró el inmueble con la intención de preservarlo debido a su interés arquitectónico y ambiental y, tras una larga reforma que respetó elementos arquitectónicos y decorativos, volvió a abrir en 1989 convertido, además, en la sede de la Filmoteca Española.