Los libros sobre el duelo parecen haber sufrido un impulso en los últimos años: "Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos. ¿Te parece lúgubre, quizá incluso morboso? Yo no lo veo así, antes al contrario: me resulta algo tan lógico, tan natural, tan cierto". Así comienza La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero. Una novela, o mejor, una novela de no ficción, que recorre junto a la historia de Marie Curie su propia pérdida: la muerte de su marido Pablo después de un proceso largo de cáncer.

Un marido que perdió a su joven mujer de 30 por culpa de una ola reivindica su historia de amor y su papel de viudo (Di su nombre de Francisco Goldman). Una mujer que trata de enfrentar la muerte de su marido a los pies de la cama de su hija que también morirá en poco más de un año (El año del pensamiento mágico y Noches azules, los dos de Joan Didion). Un padre que quiere que un hijo pequeño fallecido por leucemia no sea solo el recuerdo de cuatro personas (La hora violeta, de Sergio del Molino). Un hijo que se queda huérfano de madre demasiado pronto y atiende a su padre a punto de morir, también muy pronto (Luz de noviembre por la tarde, de Eduardo Laporte). Una escritora que viviendo su duelo recupera los primeros días de viuda de Marie Curie (La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero), la madre de un hijo que se suicida (Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett) o la mujer todavía en estado de incredulidad ante la repentina muerte de su marido (Memorias de una viuda de Joyce Carol Oates).

Todos ellos parten de un acontecimiento dramático y real. Todos tienen el denominador común de una muerte poco razonable (si alguna lo es)y un intento de tratar de entender, reivindicar y, al fin, nombrar el dolor que está tan mal visto en nuestra época. Lloramos a escondidas, disimulamos la pena, la tristeza o la angustia, pero siguen ahí.

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Di su nombre (Francisco Goldman), El año del pensamiento mágico y Noches azules (Joan Didion) y Memorias de una viuda (Joyce Carol Oates).

“Mi hijo Pablo tenía diez meses cuando ingresó en el hospital, y estaba a punto de cumplir dos años cuando arrojamos sus cenizas. Ese es el tiempo que cabe en nuestra hora violeta. Ese es el tiempo que cabe en este libro, que contiene todas las palabras que hacen falta para nombrar mi condición”, explica el propio Sergio del Molino en “La hora violeta”.

Después de la I Guerra Mundial, el duelo pasó a un segundo plano porque no había lágrimas para tantos soldados muertos y había que reconstruir las ciudades. Así que acabamos teniendo una relación aún peor con la muerte, de mayor incomprensión y ocultación

“¿De verdad está pasando esto, mi amor? ¿De verdad estoy de regreso en Brooklyn sin ti? Durante el primer año de tu muerte y ahora, he salido a la calle por la noche, subo por un lado de la calle y bajo por el otro, entreteniéndome en las ventanas empañadas y leyendo los menús que conozco de memoria, pensando qué tipo de comida rápida debería elegir para la cena, en qué restaurante barato debería comer esta noche, a qué bar habría de entrar para tomarme un trago, o dos o tres o cinco y no sentirme solo esta noche pero ¿en qué lugar no siento una soledad chocante? ". Son las palabras de Francisco Goldman a su joven mujer Aura Estrada después de que una ola le partiera la espalda en una playa de México.

No son libros tétricos pero tampoco necesariamente liberadores. Y aunque no lo parezca, te dejan el increíble sabor de boca que quien ha sido querido.

"Sé por qué intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos vivos para que sigan con nosotros. También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos. Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa. Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias. Soltarlos en el agua. Pero el saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua”, dice Joan Didion en El año del pensamiento mágico.

La muerte y el duelo suceden en la vida privada, en la intimidad de cada casa porque la vida sigue pero los huérfanos, los padres, o los viudos se quedan mirando todo lo antes era su vida normal y ya no parece tan normal. Un párrafo de Luz de noviembre por la tarde (Eduardo Laporte) describe esa sensación justo al morir su madre: “Recuerdo un día, en los primeros compases del luto, los dos solos en el salón. Mi padre ya no sabía bien dónde sentarse, el cuarto de estar se había convertido en un lugar absurdo. Me extrañó verle en el sofá de tres plazas, en lugar de en la butaca que usaba siempre. Tampoco se sentó en el de dos plazas que era el sitio de mi madre. La iluminación, el juego habitual de luces y lámparas tampoco era el de siempre”.

A pesar de que la literatura de duelo causa rechazo al principio (“No quiero leer penas”; “Bastante sufrimos ya en la vida”; “Soy madre y no quiero leer esas historias”; “Soy demasiado sensible”)se va forjando un género que engancha al lector porque uno se cuela en esa intimidad, tan cerrada, y a la vez sabe que alguna vez en su vida tendrá que enfrentarse, si es que no se ha enfrentado ya, a la muerte de un ser querido porque muchos se acercan a ellos buscando entender un poco mejor su propia historia.

Juan Francisco Ugarte, escritor y periodista, explica en un artículo sobre este tipo de literatura: "A veces, los libros de duelo hablan más de la vida que de la muerte. Como si en ellos quisiéramos quedarnos, conmovidos y empecinados, librando desde las palabras una pelea inútil contra el destino. Porque en estos libros permanece algo de quienes perdimos. Porque los muertos viven en la voz que nosotros les damos".

Esa es la sensación que se tiene al terminar algunas de esas novelas: “Aura dijo algo que en realidad no recuerdo haber oído, así como tampoco recuerdo mucho de lo que sucedió. Pero su prima Fabiola sí la escuchó, antes de correr en busca de unaambulancia, y más tarde me lo dijo. Lo que Aura había dicho, una de las últimas cosas que me dijo, fue: Quiéreme mucho, mi amor”. Y Francisco Goldman la quiere durante todo su libro, y quien lo lee, también.