Cuando la muerte prematura alcanzó a Lluïsa Vidal, con solo 42 años, debido a la epidemia de gripe de 1918, ella había conseguido algo insólito en la sociedad de la época: ser una mujer artista que vivía de su obra y obtener por ello el reconocimiento de los más grandes. Lo logró vendiendo sus propios cuadros, recibiendo encargos de parte de la burguesía e impartiendo clases para "señoritas" en su estudio barcelonés. Fue una gran ilustradora, una estupenda dibujante y una mejor pintora, hasta convertirse en todo un referente del modernismo. Incluso se atrevió a marcharse a París para formarse con los mejores en una época en la que las féminas solo podían pintar como mero pasatiempo y recluidas tras las paredes del hogar. Pero ese estatus de privilegio, varias décadas adelantado a su tiempo, acabaría palideciendo ante la hegemonía del patriarcado tras su muerte. En su testamento no pudo declarar que era pintora, ya que las mujeres tenían prohibido por ley incluir una profesión, y su obra no tardó en ser mutilada. Firmaron algunos de sus cuadros con los nombres de contemporáneos más cotizados como Ramón Casas o Santiago Rusiñol para venderlos a un mejor precio y la acabaron convirtiendo, según argumentaría después la experta Consol Oltra, en una "artista olvidada y maltratada".

lluisa vidal pintora modernista
Museu Nacional d’Art de Catalunya
Amas de casa, 1906.

En estos más de cien años tras su muerte, los esfuerzos para hacer justicia a la pintora barcelonesa han sido, a tenor de lo lejos que sigue su nombre de resonar en el imaginario de la opinión pública, insuficientes. Su renuncia al matrimonio y la maternidad, así como las disputas de sus herederos, no ayudaron a que la posición de Vidal evitara el ostracismo. Para más señas, hubo que esperar cerca de un siglo para que su ciudad natal volviera a acoger una exposición con las obras de la artista modernista. Otro de los motivos que permitieron que sus obras fueran firmadas de manera apócrifa reside en su propio estilo, calificado en aquel tiempo como "demasiado viril" por negarse a reducir su obra a los motivos florales y bodegones, y plasmar la realidad de las mujeres de su tiempo en retratos en los que aparecían realizando tareas rutinarias, actividades intelectuales o en escenas festivas al aire libre. Era una mirada atípica y genuina que, como su autora, rompía con esquemas y convenciones. Por otro lado, adjetivos como "viril", "dura" o "masculino" eran el mejor elogio que una artista podía recibir en una sociedad tan machista como la de principios del siglo XX.

lluisa vidal pintora modernista
Museu Nacional d’Art de Catalunya
Marta Vidal Puig, 1911.

Nacida en una familia de doce hermanos, fue su propio padre, el ebanista y decorador Francesc Vidal, el primer interesado en que sus ocho hijas recibieran una educación ejemplar para que no tuvieran que depender de la voluntad de sus futuros cónyuges. Mientras que la mayoría de sus hermanas apostaron por la música, el talento por los pinceles de Lluïsa –que también tocaba el violín y cantaba– era tan temprano como innato. Con once años ya exhibía una destreza notable, a los 16 copiaba obras de Velázquez en el Museo del Prado y pasados los 20 ya se hacía un nombre en las calles de París. Eso sí, sin acercase demasiado a los círculos bohemios de la capital francesa ya que no estaba bien visto que una jovencita, que además viajaba sola, los frecuentara. Sí entró en contacto con los círculos feministas que, a su vuelta a Barcelona, continuará cultivando. Además de acudir a tertulias junto a activistas como Carmen Karr o Caterina Albert, también ilustra las obras de escritoras en la revista Feminal y se convierte en una importante representante del Comité Femenino Pacifista de Cataluña cuando estalla la I Guerra Mundial.

lluisa vidal pintora modernista
Museu Nacional d’Art de Catalunya
La violonchelista descansando, 1909.

Tras el fallecimiento de una de sus hermanas por culpa de la viruela y la crítica situación económica de la familia, la joven se ve obligada a detener su producción creativa –se le atribuyen más de 300 obras– para cuidar de su padre y dedicar sus esfuerzos a una academia con la que poder llevar dinero a casa. Eran cursos de tres horas diarias en los que se impartían clases sobre acuarela, dibujo, decoración, modelado en yeso o pintura con modelos vivos. Costaban cincuenta pesetas. La gripe española acabó con su vida con apenas 42 años. Como ratificaba Consol Oltra, autora de una biografía de la artista y comisaria de una de las muestras organizadas sobre la obra de Vidal, "con su muerte desaparece ella y desaparece su obra".

lluisa vidal pintora modernista
Museu Nacional d’Art de Catalunya
Aurorretrato, 1899.