Hay una sentencia que se atribuye de manera recurrente a María Blanchard: “Cambiaría toda mi obra por un poco de belleza”. Puede llamar la atención que la gran dama del cubismo español, una de las más excelsas representantes de la vanguardia parisina de comienzos del siglo XX y por cuyos cuadros se pelean hoy instituciones como el Prado y el Reina Sofía, estuviera dispuesta a borrar de un plumazo su obra por una existencia algo más hermosa e indulgente. Pero la pintora cántabra sabía lo que era sufrir burlas y humillaciones desde una infancia que no tuvo nada de tierna para ella. María Gutiérrez-Cueto Blanchard nació en Santander en marzo de 1881, en el seno de una familia de la burguesía liberal con tradición en el mundo editorial. Su madre, Concepción, tuvo una caída intentando alcanzar el estribo de una calesa cuando estaba embarazada y provocó una deformidad en la columna de su hija. Esa cifoescoliosis se tradujo en una joroba que la marcó para el resto de su vida: los niños se mofaban de su aspecto y los supersticiosos utilizaban su chepa como talismán para enfatizar su suerte en la lotería. Incluso convertida ya en una virtuosa del pincel reconocida más allá de nuestras fronteras, tuvo que renunciar a un puesto de profesora de arte en la Universidad de Salamanca tras ser maltratada por los alumnos respecto a su físico. La condensa de Campo Alange, María Laffitte, escribiría sobre ella que “la habían borrado de la vida” al no valer para los hombres, el matrimonio ni la maternidad.

la bordadora maria blanchard
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
’LA BORDADORA’, 1925-1926.


Fue una mujer maltratada por la rutina y por la historia que hizo de la pintura la mejor forma de canalizar su frustración y encontró en el lienzo el espejo más clemente. Sus progenitores alentaron esa pasión infantil y, nada más cumplir la mayoría de edad, se trasladó a Madrid para continuar su formación. La muerte de su padre un par de años después obliga a la joven a sobrevivir a base de premios y becas, y acabó cumpliendo el sueño de mudarse a París, la ciudad que mejor supo entender sus trazos pioneros y donde más feliz fue. Se matriculó en la Academia Vitti y tuvo como primer destino un convento, en el que intercambia su labor pedagógica a las monjas por un plato de comida y una cama en la que dormir. Allí se relaciona con otros maestros del cubismo como Pablo Picasso o Juan Gris, su gran amigo y a quien tras su muerte atribuirán algunos de sus cuadros por tener mayor cotización en el mercado. Mientras en España el cubismo era ridiculizado –en una exposición en Madrid en 1915 le dijeron que pintaba "payasadas"–, en París se convierte en una maestra del movimiento a la altura del malagueño universal. Una vez finalizada la I Guerra Mundial, y tras comprobar en sus intentos de regreso a España la profunda animadversión que despertaba su aspecto, fija su residencia en la capital francesa. Jamás volverá a poner un pie en el país que no la quiso como profeta, ni volverá a firmar como Gutiérrez-Cueto. De ahora en adelante será María Blanchard.

mujer con abanico maria blanchard
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
’MUJER CON ABANICO’, 1926.


La artista malvive gracias al apoyo económico de sus amigos íntimos, pero experimenta una gran plenitud artística en la década de los veinte que no supo rentabilizar ya que, según Picasso, le faltaba “sentido comercial”. En 1919 se organiza una muestra monográfica sobre su obra en París, un hecho que tardaría más de seis décadas en producirse en su tierra natal. Baltasar Magro, periodista conocido por su larga etapa al frente de Informe Semanal y autor de una novela sobre la pintora (Como una sombra), califica a Blancard como la "Frida Kahlo española" por su paralelismo a la hora de abordar su sufrimiento físico como parte de su universo artístico. Incluso fue una amiga muy cercana de Diego Rivera, muralista y marido de la icónica artista mexicana, en los años de disfrute de la bohemia parisina. Entre sus obras más destacadas destacan Mujer con abanico, Composición cubista y diferentes naturalezas muertas de la época cubista.

La muerte de su amigo Juan Gris, junto a las cada vez más acentuadas dolencias físicas, marcan la última etapa de su vida, en la que se aísla del mundo y abandona el cubismo por la figuración. Fallece en 1932 a los 51 años. Algunos dicen que por la tuberculosis, otros lo achacan a una infección respiratoria y, unos pocos, a la pena y la soledad. Gómez de la Serna diría de ella que era la más grande y enigmática pintora española, Federico García Lorca le dedicó una elegía tras su fallecimiento y Clara Campoamor organizó actos para rendirle homenaje, pero su huella decisiva en la renovación del arte del siglo XX fue ninguneada y olvidada hasta fechas recientes. André Lhote, pintor y teórico del cubismo, se quejaba de la suerte de su amiga en la revista La Nouvelle Revue Francaise: "Los artistas de gran clase se van sin ruido. Para echarlos de menos habría que haber tenido en cuenta su presencia. Pero, ¿quién, además de diez pintores, unos cuantos amateurs amigos y un joven marchante, se fijaron alguna vez en la pintura de esta criatura extraordinaria?".

la comulgante maria blanchard
LA COMULGANTE, 1914. MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA
’LA COMULGANTE’, 1914.