Los primeros recuerdos que Aurélie Khan (París, 1973) guarda de Ibiza transcurren en una casa sin agua corriente ni teléfono. Eran los años setenta. La visita semanal de su madre al café del pueblo para llamar a su padre, que se quedaba en Francia durante el verano, suponía un ritual familiar. Hoy, ante su tienda del puerto deportivo Marina Botafoch, atracan los yates de los multimillonarios y por su puerta entran a comprar sus esencias estrellas de la talla de Kate Moss, Naomi Campbell y Kate Hudson.

GUÍA DE EXCEPCIÓN: Cómo enamorarse de Ibiza en 10 lugares únicos
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Cala d’Hort, con vistas de Es Vedranell y Es Vedrá.

La historia de esta francesa, hija y heredera de la creadora de la frma cosmética Campos de Ibiza, ilustra bien el devenir de la isla. Sus abuelos se contaron entre los primeros turistas en llegar, en 1952, en pleno resurgir de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Su madre continuó el idilio, regresando cada verano a aquel lugar donde las niñas eran morenas y llevaban trenzas. Vivió la época hippy y compró una casa en Es Cubells, la misma en la que ahora vive Aurélie. “En Ibiza encuentras lo que buscas”, cuenta. “El que quiere fiesta tiene fiesta, pero también hay un paraíso que poca gente conoce”, y menciona una torre pirata de vigía propiedad de un amigo, donde va con sus hijos a hacer picnics. También las festas de su pueblo, con los niños vestidos de payeses, y los helados de Los Valencianos, en Dalt Vila, “que saben igual que cuando era pequeña”. Muchos descubrieron estos encantos durante los años treinta, cuando Ibiza se convirtió en refugio de intelectuales que huían del nazismo, como el flósofo alemán Walter Benjamin, una de las mentes más lúcidas del siglo XX; el escritor Albert Camus, que tomaba café en las terrazas del puerto, o el precursor del dadaísmo berlinés, Raoul Hausmann, que consiguió que su casero de San José le instalara un retrete a cambio de que no se paseara desnudo por el pueblo. Allí quedó fascinado por la arquitectura local, perfecta en su sencillez, e instó a los maestros de la escuela Bauhaus a que la conocieran en persona. Ya en 1933, un reportaje en la revista barcelonesa Mirador hablaba de “un pequeño mundo perfecto, con paisajes coloristas y un ambiente de turistas extravagantes”.

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Hotel Aguas de Ibiza.

El galerista Guillermo Romero Parra (Madrid, 1978) abrió hace dos años una impresionante sede de su sala madrileña en una nave industrial en Santa Gertrudis. Su idea es continuar, con exposiciones y seminarios, esa tradición artística “que nunca ha dejado de existir”. Recuerda que los escultores Barry Flanagan y Juan Muñoz residieron en la isla, como hacen actualmente Ingvild Goetz, la mayor coleccionista de arte de Alemania; Christian Boutonnet, propietario del célebre anticuario parisino L’Arc en Seine, o la pareja de treintañeros formada por la escritora Ortensia Visconti y el escultor Cyril de Commarque.

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El arquitecto argentino afincado en París, Luis Laplace, es un buen conocedor de la zona, amén de apasionado de esta herencia, que recuperó en el diseño de La casa de 007, como se conoce a la mansión que construyó para el coleccionista de arte y heredero de Mercedes-Benz, Mick Flick, en Cala Salada. “Aquí descubrí que a veces llueve barro y los muros blancos se tiñen de marrón. Me lo habían contado y no podía creerlo, porque solo sucede en geografías cercanas al Sáhara, cuando sopla el viento de allí. Conocí esta isla en los años noventa, mientras vivía en Manhattan, y me pareció un Nueva York en el Mediterráneo, donde nadie juzga a nadie. Eso perdura: me sigue sorprendiendo ver a la señora payesa sentada en un banco al lado de la travesti que tuvo una noche complicada en Space. Ibiza me hace sentir en un lugar mucho más lejano de lo que es, más allá de Europa. Hay una raíz muy autóctona y, al mismo tiempo, una apertura mental que no existe en casi ninguna otra parte del mundo”, explica al tiempo que lamenta que ese tipo de mujeres vestidas de negro que tejen cestería a mano desaparecerá con esta generación.

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Una nostalgia parecida siente el millonario británico David Leppan, creador de la empresa Wealth-X y de la revista Billonaire, que vive en la casa que perteneció a Roman Polanski desde los años setenta hasta que se la vendió, décadas después, para fnanciar su película El pianista (2002). “Esta isla es auténtica, nada superficial. Exactamente lo contrario que Mónaco. El verdadero lujo aquí es el silencio del campo, los atardeceres de la primavera y el otoño, cenar bajo los naranjos y saltar desde la popa del barco para darse un baño en aguas cristalinas cerca de Formentera antes de desayunar”, revela. Por su consultora pasan las grandes fortunas de todo el mundo, pero los sitios donde le gusta comprar en la isla resultan de una sencillez sorprendente: la tienda de decoración Galería Elefante, en Santa Eulalia; el mercadillo de antigüedades que los dueños del hotel rural Es Cucons montan con lo que recogen aquí y allá, y los puestos de frutas, verduras y aceite situados a la orilla de la carretera. Se podría decir que el padrino del turismo local fue Pedro Matutes, padre de Abel Matutes, exministro de Exteriores (1996-2000) y abuelo de Abel Matutes Prat (Ibiza, 1977), director del grupo Palladium, que cuenta con más de una docena de hoteles en la isla (50 en todo el mundo).

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Puesta de sol en Es Salines.

La imagen de que está masifcada es un poco injusta. Es más grande que Malta, pero mientras esta tiene 400.000 habitantes, Ibiza no llega a 140.000, de los que el 90% vive concentrado en la mitad sur. En el norte se extienden parques naturales, montañas en las que no hay nadie, pinares y calas casi vírgenes que a veces solo quienes somos de aquí conocemos. Salir de fiesta hasta el amanecer o cenar con tu pareja junto a un acantilado donde no se escucha nada parecen dos universos distintos, pero la distancia entre uno y otro es de 15 minutos en coche, lo que supone una de las grandes ventajas de este destino”, explica. Uno de sus últimos proyectos consiste en fomentar la ganadería local, criando varias razas de vacas y recuperando el cerdo negro ibicenco, en una granja ecológica de donde procede la carne que se consume en los numerosos restaurantes que posee en la isla.

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Una hilera de casas en Ibiza se adentran hacia el Mediterráneo.

Una confesión: “El lugar más espectacular de Ibiza no está en Ibiza. Se trata de Es Palmador, un islote desierto junto a Formentera. He llevado en barco a muchos amigos que han viajado por todo el mundo y solo lo comparan con Maldivas y algunas playas de Bahamas”. Alberto Torres también comparte muchas de las opiniones de Matutes Prat. Ibicenco de pro, Torres dirige el hotel Aguas de Ibiza, en Santa Eulalia, gestionado por sus padres como uno de los primeros alojamientos de cinco estrellas (hasta 2004 solo existía uno). Su abuelo le solía decir que el verdadero misterio radicaba en que la isla siempre había sido conquistada, lo que había generado en su gente un carácter receptivo con lo foráneo que hace que todo el que llega se sienta cómodo. Y cita como ejemplo a los hippies estadounidenses de los años setenta, que se refugiaron aquí para evitar ir a la guerra de Vietnam. Habla del bar Casa Anita, cerca de San Carlos, y cuenta que se convirtió en punto de encuentro de todos ellos porque era donde se recibía el correo. Recomienda tomar allí unas cervezas, junto al buzón que todavía conserva. Por algo la empresa familiar que gestiona el hotel (al que se unirá el año que viene un nuevo establecimiento de lujo en San Antonio) fue registrada bajo el nombre de La otra Ibiza S.L: “Hay una, la que todo el mundo conoce. Nosotros formamos parte de la otra”. Esa en la que se come el mejor arroz en restaurantes de escaso glamour, pero rodeados de gente local, como Pou des Lleó, en Santa Eulalia.

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Villa particular de Atzaro Villas.

En 2014 llegaron por avión a la isla más de tres millones de pasajeros, un 8,44% más que el año anterior, a los que hay que sumar los casi dos millones que lo hicieron por barco a alguno de sus ocho puertos. El número de celebridades por kilómetro cuadrado (a veces por metro) se ha disparado en los últimos tiempos y entre ellas parece haberse establecido una competición de excentricidades y excesos. En determinadas fechas, el número de jets privados en el aeropuerto es tan elevado que, desde 2012, AENA se ve obligada a limitar a tres horas el tiempo de estacionamiento, lo que obliga a los aviones a pernoctar en Valencia o Barcelona. “Cada verano aparecen yates, villas, restaurantes y hoteles con precios más elevados que la temporada anterior. ¿Qué será lo máximo esta temporada? Primero Ushüaia, luego Lío, Destino, Hard Rock y, ahora, el Circo del Sol [la compañía se ha asociado con Ferran y Albert Adrià para abrir Heart, un exclusivo restaurante- espectáculo en el Ibiza Gran Hotel]. Todo nace posicionado como lujo, cuando realmente lo más auténtico tiene una historia detrás, una vida, una evolución, como los bares y restaurantes reconvertidos, las antiguas casetas de pescadores o la casa payesa que fue Pachá. Asusta perder la esencia, el intangible. Creo que vamos demasiado deprisa”. Así lo explica Miguel Sancho, un barcelonés que desde hace diez años vive allí “invierno y verano”, propietario del delicioso chiringuito Beso Beach en Formentera y de la empresa Barco Ibiza, que alquila embarcaciones por 10.000 euros al día.

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Cala d’Hort.

En el reciente festival de Cannes, el director de cine Barbet Schroeder (Teherán, 1941) presentó su último trabajo, Amnesia, rodado en Ibiza el año pasado. La misma noche se le rindió un homenaje con la proyección de su mítica More, que flmó en el mismo destino durante 1969. “Todavía escucho gritar desde los barcos: ‘¡Mira, en aquella casa se rodó la película con la banda sonora de Pink Floyd!’”, recordaba, y rememoraba ante el público la esencia de los años de las vanguardias, de Benjamin y Hausmann, que le inspiraron en ambos trabajos: “Para ellos Ibiza representaba el ideal de vida en armonía con la naturaleza, vieron en sus campesinos un ejemplo de austeridad y perfección humana. Y, ¿saben?, algunas de aquellas gentes y sus casas siguen estando ahí”.