Leandra Medine lleva un tiempo reflexionando sobre la autenticidad del estilo personal. A propósito de las pasadas semanas de la moda, Medine, gurú del antiestilo, pone en evidencia que se haya llegado a un punto en el que blogueras, editoras y compradoras vistan ya de manera peligrosamente parecida. Bien porque cada vez es más común que las figurantes de las Semanas de la Moda pasen previamente por algún showroom y acaben escogiendo inevitablemente las mismas prendas, bien porque las firmas que las invitan a sus desfiles suelen prestarles o regalarles la ropa y acaban coincidiendo con un mismo vestido, bolso o calzado a la hora de sentarse en el front row, bien porque al final quieren y deben llevar los éxitos de la temporada (los que más "me gusta" les van a proporcionar en Instagram). Véanse los zapatos destalonados de Chanel, las pantuflas peludas de Gucci y un largo etcétera. Leandra determina así, con el irónico tono que le caracteriza , que las otrora prescriptoras de un estilo tan supuestamente espontáneo como arriesgado, cada vez se esfuerzan menos por distinguirse del resto.

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De izquiera a derecha: Miu Miu, Marc Jacobs y Christopher Kane Primavera/Verano 2016.

Si bien cuando nació el fenómeno del street style se habló de que la pasarela había perdido su poder e influencia en favor de los dictados de "la calle", un peso que no ha dejado de crecer pasando de los desfiles a las tiendas, ahora empieza a ponerse en entredicho su vocación, y son de nuevo los diseñadores y las firmas los que apuestan por un sello tan diferencial como original y único. Estéticas tan particulares y reconocibles como las que proponen Alessandro Michele en Gucci, J.W. Anderson en Loewe, Galliano en Margiela o incluso Hedi Slimane en Saint Laurent; firmas como Ellery, Hellessy, Tome o Rossie Assoulin; Hood by Air, Undercover, Jacquemus, Sacai, Vetements o lo que nos depara en términos creativos el reciente fichaje de Demna Gvasalia como director artístico de Balenciaga, así lo demuestran. Igual que lo demuestran las constantes idas y venidas de tendencias que han dado al traste con esa ya obsoleta dicotomía del "se lleva" o "no se lleva" y que han hecho que la definición de estilo haya dejado de ser una vía de sentido único promoviendo que romper las reglas sea el solo dictado de moda que merece la pena seguir.

Las pasarelas han vuelto a poner de moda un estilo instintivo, individual, ecléctico y seguramente contradictorio- básico o directamente feísta; recargado y excesivo , conceptual y desestructurado: a gusto del consumidor- y aún así, mucho más auténtico que el se ve a las puertas de los desfiles. Curiosamente ahora que las pasarelas habían adaptado su discurso a las exigencias de la calle tomando prestados muchos de sus códigos, su paradigma, el street style, se revela cada vez más como impostado, forzado y ridículo. Y no lo decimos nosotros sino alguien con conocimiento de causa. Será porque los destinatarios de ese mensaje que consiste en construir tu identidad y ser tú mismo, con todo tu no-estilo como concepto en sí mismo o con todas tus excentricidades y rarezas, son en último término aquellos que no forman parte de este circo. Porque cuando le quitas la parte exclusivamente vanidosa a ese ejercicio que consiste en vestirse de una manera determinada, la simplicidad o la extravagancia tienen muchos más números de ser genuinas y verdaderas.