Si hay una palabra que define a Sara García Alonso (León, 1989) es 'valentía'. El esfuerzo, la constancia, la inteligencia y el talento también, pero mientras que algunos podrían etiquetarse con estas últimas, no todos pueden decir que dedican su vida a buscar una cura para el cáncer o que algún día viajarán al espacio. Hace falta valor. "Me considero valiente, pero no porque vaya a subirme a un cohete, sino porque nunca he permitido que mis circunstancias, lo que puedan pensar, el tenerlo todo en contra o los contactos me impidieran conseguir lo que me motivaba. Los retos que me propongo, los cumplo, y eso es porque he tenido la valentía de intentarlo", afirma. Un sol de enero resalta el naranja de su melena minutos después de enfrentarse a esta sesión de fotos. Viene del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, del laboratorio, y ha sido capaz de cambiar el chip para posar para una revista de moda. Ríe al admitir que intenta tomárselo con la mayor naturalidad posible. Hoy, poco más de un año después de que fuera seleccionada como la primera mujer española en la reserva de astronautas de la Agencia Espacial Europea, todo un hito, ha tenido que enfrentarse a más puestas en escena de las que jamás habría imaginado...
HARPER’S BAZAAR: ¿Cómo nació su interés por la ciencia?
SARA GARCÍA: De forma lúdica. De pequeña, me pasaba el día jugando a cosas relacionadas con ella: mezclar potingues de colores, mirar por un microscopio de juguete, ver las constelaciones con el telescopio... La ciencia me parecía un juego. Necesitaba saber el porqué de las cosas, que me ataran cabos, que me dieran la explicación profunda. Ir más allá.
HB: ¿Qué la movió a terminar en la oncología?
SG: Haciendo prácticas en laboratorios llegué a un proyecto de oncología que me gustó muchísimo. Es necesario que muchas mentes piensen en la misma dirección y, al mismo tiempo, me parecía un reto social en el que verdaderamente se puede marcar la diferencia.
HB: ¿Es difícil lidiar a diario con una palabra como esa, 'cáncer'?
SG: Yo lo abordo de una manera lejana, porque no trato con pacientes. Trabajo con modelos celulares y animales con la intención de mejorar la vida de los afectados. El foco está ahí, en que lo que haces puede que se traslade a mejorar o alargar la vida de esas personas. Y eso no es duro, sino todo lo contrario: es una motivación.
HB: Creciendo en los 90, ¿diría que tuvo suficientes referentes de mujeres en la ciencia?
SG: No. Las había, y brillantes, pero no las veía. No estaban en los libros ni en los medios. Hoy se está haciendo mucha campaña por visibilizar a científicas. Es importante que haya ejemplos de mujeres de todas las edades que han triunfado en distintos grados y sectores y, ahora, con las redes sociales, también se puede acercar uno a su día a día como científicas de renombre, demostrando que no hay que ser ningún bicho raro, que el cliché no es cierto.
HB: Usted es hoy uno de esos referentes, especialmente visible tras su selección como astronauta de reserva en la Agencia Espacial Europea. ¿Siente cierta responsabilidad?
SG: ¡Muchísima! No quiero decepcionar. Pero, al mismo tiempo, es muy bonito y muy interesante. Me gustaría transmitir que se atreviesen, que viesen que se pueden conseguir grandes cosas si te dejas llevar por lo que te motiva.
HB: ¿Cuándo empieza su carrera espacial?
SG: De pequeña, mi padre y mis tíos me llevaban a ver las estrellas en mi pueblo con cartas de mapas del cielo para identificar constelaciones. Además, veía mucha ciencia ficción, pero ser astronauta me parecía precisamente eso: imposible. Me lo he planteado de adulta, cuando he visto que era una opción real siendo científica. El proceso duró 18 meses y fue durísimo. Todo esto, a mayores de tu trabajo y de tu vida, que no cesa. Y menos mal, porque las posibilidades de lograrlo son tan bajas que, si realmente lo dejas todo para conseguirlo, probablemente fracases.
HB: ¿Qué hila la investigación oncológica con el espacio?
SG: La motivación que tenía de niña la vi en ambos mundos: avanzar en el conocimiento para mejorar la vida de la gente. Yo lo hago desde el laboratorio, con lo más pequeño, pero descubrí que la exploración espacial humana busca lo mismo con un añadido de aventura y de emoción. Es un trabajo literalmente extraordinario.
HB: Y cuando se le asigne una misión... ¿cuál será su reacción?
SG: De alegría, claro, porque podré cumplir un sueño. También por lo interesante que creo que es para nuestro país, para las nuevas generaciones, que vean a una mujer de 35 años que ha podido ir al espacio, contarlo e investigar contra el cáncer. Y, bueno, también un... no voy a decir miedo, pero sí respeto por subirme a un cohete. ¡Nadie puede estar tranquilo! [ríe]. Por lo que conlleva y por no liarla, hablando mal y pronto. Espero estar a la altura.
HB: ¿Qué es lo más importante que ha aprendido de este proceso?
SG: Que el ser humano es capaz de adaptarse muy bien a las situaciones cambiantes, que soy más fuerte y resistente de lo que pensaba y que estamos legitimados para cometer errores porque somos humanos y nadie es infalible.
HB: Después de esto, ¿le queda algún sueño por cumplir?
SG: ¡Muchos! Yo querría vivir mil vidas... y llevo 100. ¡Me quedan 900! Para mí, la vida es un acopio de experiencias, de aprendizajes, de gente que conoces y momentos que atesoras, y esos son infinitos.
Peluquería y maquillaje: Kley Kafe (Esther Almansa). Producción: Beatriz Martínez Velasco. Asistente de fotografía: Idoia Vitas.
