El primer 'no' que escuchó Sydney Sweeney (Spokane, 1997) en su carrera fue el de sus padres. De pequeña, se enteró de que a su pueblo en el estado de Washington iba a llegar el rodaje de una película independiente. Nada grande, pero todo un mundo para un lugar donde el deporte al aire libre y la naturaleza marcan el ritmo. Se decía que la productora iba a hacer castings a locales para papeles menores, y algo le dijo que tenía que presentarse. Se había pasado la niñez en el jardín trasero de su casa inventando historias en su imaginación y jugando a ser otras personas: una aventurera, una química; lo que le viniera a la cabeza al cerrar los ojos. De alguna manera, siempre supo que ella terminaría siendo actriz. "Pero mis padres se negaron en rotundo", dice con una carcajada. "Así que monté una presentación con un plan estratégico a cinco años vista en la que empezaba diciendo que, si conseguía ese papel, seguro que el director de casting me podría poner en contacto con otros, y que quizá así conseguiría un agente. En fin, les conté cosas aleatorias que no entendía ni yo, pero necesitaba demostrarles que quería hacerlo y que me lo iba a tomar en serio a pesar de ser tan joven".
Sweeney habla al otro lado de una pantalla en negro. "¿Qué hora es ahí?", pregunta. Son las dos y media de la tarde, y un cálculo mental rápido la sitúa a ella a las cinco de la mañana. "¡Sí...! Aquí es noche cerrada, por eso dudo que me veas, ¡hola!", contesta natural con un aspaviento a la cámara que sí atino a ver. Está en California, ha sacado un hueco en su agenda —nada fácil— de camino a un rodaje y pensar que hubo un tiempo en el que su vida no era una maratón vital entre grabaciones y alfombras rojas se le hace extraño. Los castings comenzaron a los 12 años, después del de su pueblo. "Empecé haciendo películas indies de bajo presupuesto, sobre todo, hasta que a los 19 entré en una serie llamada Sharp Objects —recuerda—. Eso me curtió, me enseñó cómo funcionan las cosas, y me ayudó a conseguir confianza en mí misma". En 2019, llegó el rol que la catapultó a la fama, el de Casie en Euphoria. Con este, también tuvo un 'no' por primera respuesta: al verla, el director de casting le dijo que ni se molestara en hacerlo, pues no encajaba con el personaje como él lo había imaginado. Pero Sweeney se grabó en una cinta y la mandó. Hoy, ella es una de las muchas estrellas que salieron de esa fábrica de iconos (Zendaya, Jacob Elordi, Hunter Schafer). De nuevo, como con sus padres, mereció la pena arriesgar. "¡Es importante hacerlo! Si no, terminas viviendo en una caja toda la vida. Y yo no estoy aquí para eso".
El éxito (a un nivel desorbitado) llegó rápido. Y lo consiguió sin un apellido célebre en plena era de los bautizados como nepo babies. "Ha sido un camino difícil, la verdad. Requiere de mucho empeño, determinación y trabajo, y el recorrido es largo", asegura. Sobre todo para mantenerse, ahora que los ídolos parecen efímeros debido a los muchos impulsos que reciben las nuevas generaciones a diario. Su clave es tomarse su profesión tan en serio como lo hizo cuando presentó esa pequeña tesis para ser actriz ante sus padres. "No me promulgo mucho, sólo para hablar de los papeles que hago, y eso me ha permitido seguir disfrutando de esto a pesar del ritmo, y mantener los pies en la tierra". Sus raíces han ayudado, el criarse en un pueblo pequeño, jugando en el equipo de fútbol y a años luz de Hollywood. "¡Ni siquiera sabía lo que era! De pequeña no teníamos Internet en casa ni ordenador. No tuve teléfono hasta los 14, así que no era algo que hubiese visto o con lo que soñara. Simplemente sabía que me gustaba interpretar, pero no entendí lo que era la industria hasta que llegué a ella".
Hoy, Sydney Sweeney es la chica del momento, eso que en los 90 llamarían ser la 'novia de América'. Un día antes de escribir este texto, entró en el desfile de Miu Miu en París rodeada por una nube de fotógrafos. En este mismo momento, tiene dos películas a la vez en taquilla, y prepara el estreno de uno de sus proyectos más personales, Immaculate, un thriller psicológico protagonizado y producido por ella. Su personaje, Cecilia, una americana devota que decide formarse como monja en un convento italiano, ha sido uno de los más intensos de interpretar: "Pasa por tanto emocional y mentalmente y en tan poco tiempo en pantalla, que necesitaba asegurarme de que el espectador sintiera el calvario por el que pasa", concede. Junto a ella, el español Álvaro Morte interpreta a uno de los curas. "Lo conocí en un evento en Madrid cuando estábamos en plena preproducción de la película y al instante tuve claro que tenía que ser él. Le contamos el proyecto, le encantó, y nos mandó muchísimas notas sobre el personaje. Una semana después, estaba en Italia con nosotros", comparte.
Sydney tiene claro que la fama no va a superarla. A esto contesta rotunda, como si no fuera con ella: "Es que siempre he sabido encontrar el equilibrio", dice. Por eso sigue permitiéndose algunos placeres que antes le daba el anonimato, sin importar que ahora sea famosa. "Hay un restaurante en Los Ángeles, el BJ’s, cuyo plato estrella es un Pizookie, una cookie hecha en una fuente de pizza, y con helado de vainilla encima. Es espectacular, ¡no puedo no ir...!", confiesa divertida. "Pero hay una cosa que echo de menos: el poder permitirme equivocarme como una persona normal. Ahora la sociedad no lo permite", sentencia. Se refiere a la responsabilidad de ser un referente para tanta gente, la gran mayoría muy jóvenes. "Soy consciente de que la tengo, pero también tienen que entender que yo también soy joven, que también estoy aprendiendo, intentando saber cómo se hacen las cosas. Porque si no cometes errores, no aprendes, y entonces no creces. Eso es así".
Peluquería: Glen Coco. Maquillaje: Melissa Hernández. Manicura: Zola Ganzorigt. Producción: Johnny Pascucci, Robby Fiore y Jason Agron. Project manager: Merry Nestor. Técnico digital: Tara Chumpelik. Técnico de luces: Andy Lei. Asistente de fotografía: Dave Klaus. Asistentes de estilismo: Melody Huang y Elliot Soriano. Agradecimientos: Nicole Perona.
