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Ruta con historia por los 'spas' de República Checa

Con su majestuosidad congelada en el tiempo, las localidades de Karlovy Vary, Frantiskovy Lazne y Marianske Lazne conforman el triángulo de los 'spas' de la bohemia Checa. Una ruta cuyas bondades se conocen desde la Edad Media y en la que entregarse al termalismo como reyes.

Por Paloma Abad
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Las columnatas del mercado de Karlovy Vary, con su estructura de madera de 1882, mantiene intacto su encanto original.

Cuenta la leyenda que fue Carlos IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia, el primero en descubrir las propiedades curativas de los manantiales calientes de Karlovy Vary (los baños de Carlos, en español). Al parecer, durante una expedición de caza, uno de sus perros persiguió a un ciervo hasta que el animal se precipitó por un acantilado. La suerte quiso que el sabueso –algunas versiones dicen, en cambio, el venado– cayera sobre una de las 80 fuentes termales que brotan en la zona (de las cuales 14 se siguen empleando para aliviar ciertas afecciones en la actualidad) y las heridas del aterrizaje se curaron milagrosamente. Fantasía o realidad, el caso es que, en 1370, el emperador inauguraría una tradición termalista que ha alimentado la región hasta nuestros días. Eso sí, seis siglos después de garantizarle derechos reales, al monarca seguro que le costaría reconocer su propia ciudad.

Situado a la orilla del río Teplá, a poco más de un centenar de kilómetros de la bulliciosa Praga, este reducto de paz mantiene en perfecto estado de conservación (y uso) los numerosos hoteles y balnearios de estilo neoclásico destinados a albergar la aristocrática afición termal del siglo XIX. Aunque sus columnatas (obra del arquitecto Josef Zítek) para resguardar de la lluvia a los visitantes que tomaban las aguas de las fuentes mineromedicinales no siempre han sido tan tranquilas. Por ellas pasearon Pedro I de Rusia, la todopoderosa emperatriz María Teresa, Johann Wolfgang von Goethe y músicos como Bach, Beethoven, Brahms, Wagner, Tchaikovsky o Dvorak, que incluso estrenó allí su Sinfonía del nuevo mundo, en 1884. Quedan destellos de esos tiempos de bonanza y algarabía en las fachadas de algunos edificios, como la Casa de los Tres Moros o el Balneario Imperial, que disponía incluso de gimnasio y se construyó para recibir al emperador Francisco José I, en 1904.

Las Guerras Mundiales fueron las causantes de que sus calles pasaran drásticamente del alboroto de andar a empujones al sosiego más absoluto. Hoy ya nadie piensa en Karlovy Vary como un lugar en el que ver y dejarse ver. Lo que impera, más bien, es el deseo de imbuirse –con permiso de los habituales jubilados rusos y turistas japoneses con paloselfie– en el espíritu de aquel mundo nuevo que prometían los albores del siglo XX. Sorprendentemente, no resulta difícil: los cinco grandes balnearios de la localidad ofrecen los mismos baños de turba y aguas termales que hace años; en los bares se sigue sirviendo Becherovka, un potente licor local que infusiona hierbas y especias, y una retahíla de doctores continúa pasando visita a pacientes que prolongan varias semanas su estancia en el imponente Grand Hotel Pupp (en cuya fachada, juran los locales, se inspiró Wes Anderson para su película El Gran Hotel Budapest, estrenada en 2014) y pasean por las columnatas, jarras de porcelana en mano, para beber (según prescripción facultativa) el agua medicinal desde primera hora de la mañana hasta que se pone el sol.

La ruta de la salud, que Harper’s Bazaar hizo invitada por la oficina de turismo de la República Checa, continúa 45 kilómetros al oeste, bordeando el bosque Slavkov hasta casi llegar a la frontera con Alemania. Allí se alza Frantiskovy Lazne. Con un urbanismo tan uniforme como prístinamente conservado, los edificios de tres plantas y pintados de amarillo que ideó el arquitecto Tobias Gruber bien podrían ser el decorado de la próxima cinta de Anderson. Aunque las bondades de sus aguas se conocían desde la Edad Media, fue también un monarca el que le abrió las puertas al público. Francisco I de Austria la inauguró como ciudad balnearia en 1793. "El casco histórico, surgido hace más de dos siglos, no ha cambiado nada y, encima, sigue cumpliendo su función. Gracias a ello, no se ha convertido en museo, sino que permanece viva", explicaba recientemente Eva Douchová, responsable del hotel Tri Lilie a Radio Praga. Llegan cerca de 60.000 personas cada año, principalmente para realizar tratamientos ginecológicos y endocrinos a través del agua y los baños de barro. El ambiente es de calma total (Goethe, cuando recaló allí, lo calificó de "paraíso en la Tierra"). Entre las paradas indispensables destaca la estatua de un Francisco I aún infante, obra de Adolf Mayer, a cuyos metálicos genitales se le atribuyen cualidades milagrosas: relucen más que el resto del cuerpo, ya que se cree que tocarlos favorece la fertilidad. El visitante actual no llena su agenda con grandes cenas ni bailes de gala. De hecho, pasadas las ocho de la tarde resulta difícil encontrarse con alguien en la calle. Esta inusitada tranquilidad permite disfrutar, casi en soledad, de un enclave majestuoso.

No ocurría así en tiempos de Goethe, cuya perseverancia termalista se centraba más en las jóvenes checas que en las propiedades del agua. El alemán también se alojó en Marianske Lazne, 30 kilómetros al sur de Frantiskovy Lazne. De hecho, fue en esta ciudad, que completa el triángulo de spas de la región de Bohemia, donde a los 73 años se enamoró de la baronesa Ulrike von Levetzow, casi medio siglo más joven que él. En su regreso a Weimar, en 1823, tras la negativa de la muchacha a su propuesta de matrimonio, escribió la desconsolada Elegía de Marienbad. La localidad se lo agradeció en 1932, centenario de su fallecimiento, con una estatua desde la que se divisan las coloridas casas del otro lado de la colina, de finales del siglo XIX, y el templete que alberga algunas de las fuentes medicinales de las que emana un inconfundible aroma sulfúrico.

Sin embargo, el mayor atractivo de Marianske Lazne para el público ávido de una inmersión histórica es la oportunidad de vivir una experiencia regia. Las cabinas de baño construidas para la reunión de Eduardo VII (el monarca británico disfrutó del enclave hasta en nueve ocasiones e incluso hizo construir un campo de golf adyacente) y el emperador Francisco José I (el marido de la popular Sissi, que prefería los balnearios húngaros), en 1904, aún conservan las paredes de azulejos con el alicatado original, la bañera de cobre y el arcaico y sonoro sistema de calentamiento y distribución del agua. Así es el nuevo termalismo checo. Combina lo mejor de dos mundos: los cuidados tradicionales más lujosos en un entorno de tranquilidad y reposo difícil de encontrar en la era de Internet. Si Carlos IV levantara la cabeza.

Grand Restaurant Pupp

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Su aristocrática decoración encandiló a James Bond (lo visitó en Casino Royale) y a Wes Anderson (dicen que se inspiró en él para El Gran Hotel Budapest). En el Grand Hotel Pupp en Karlovy Vary.

Cafe Elefant

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Parada obligada en Elefant, en Karlovy Vary, para un café y un trozo de tarta en un enclave centenario (abrió en el siglo XVIII). Lo reconocerán por el elefante dorado que corona su entrada.

Sanatorio Bristol

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El majestuoso y centenario Sanatorio Bristol, en Karlovy Vary, que funciona como hotel.

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Restaurant Goethe

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Cenas tempranas con música en directo y decoración francesa inspirada en la época del dramaturgo. En el casino de Frantiskovy Lazne.

U Zlate Koule

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Imprescindible el venado con acompañamiento de dumplings, una especie de masa hervida muy popular en Chequia, del restaurante U Zlate Koule en Marianske Lazne.

Hotel Nove Lazne en Marianske Lazne

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Entrada a la Cabina Real de Eduardo VII en el hotel Nove Lazne en Marianske Lazne.

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