El secreto de Cinque Terre
Tres días, dos atardeceres y un puñado de Aperol Spritz en uno de los rincones más encantadores de Italia.
Una brizna de viento recorre la marina de La Spezia en un día soleado a finales de septiembre. Sobre el paseo marítimo, en varios restaurantes a pie de Mediterráneo reza orgulloso el cartel que indica los tipos de pescado que los marineros recogen por la mañana para servir al comensal cuando anochece. Ni rastro de lujos o menús turísticos: la ciudad que ejerce de puerto deportivo al entramado de pueblos que forman la zona de Cinque Terre es un reducto humilde donde perderse entre buenos locales de pasta –croxetti, circular y fina como una oblea, es la más popular de Liguria– y planear todas las cosas que se pueden hacer en la riviera más hechizante del noroeste italiano (con perdón de Amalfi y Sorrento) en un fin de semana. Ni excursiones organizadas, ni billetes de tren o periplos planeados con antelación: en este lugar basta con bolígrafo y hoja de papel para pensar, día a día, como enamorarse de este destino declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
En Cinque Terre, aparte de pescado y croxetti, se come trofie al pesto (para sorpresa de algunos, fue en Liguria donde nació esta salsa), pizza bianca y se bebe Aperol Spritz a cualquier hora del día. Eso sí, es importante adaptarse al concepto de aperitivo para disfrutarla como merece y desmarcarnos de las cenas a medianoche ubicuas en el estío español. Entre las doce y las dos del mediodía, el aperitivo incluye normalmente un cóctel o vino con focaccia o algo de picar y por la tarde la apericena, de cinco a nueve de la noche, donde establecimientos como Nessun Dorma (en Manarola), A Pie de Ma (Riomaggiore) o Bar Zurigo (Portovenere) incluyen un buffet libre de pasta o algo de panadería salada. Esas son las dos coordenadas para saber que aquí se come bien y mucho, por mucho que uno intente evitarlo.
El único paso a seguir con algo más de disciplina y antelación es el vuelo. Génova y Pisa distan una escasa hora de La Spezia o Portovenere (el municipio que da la bienvenida a este Golfo de los Poetas, como así lo llaman) y desde allí es fácil como epatante acceder a Cinque Terre. Los cinco pueblos a ver, en este orden: Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso al Mare. La forma, la elige el viajero: por un lado, un pequeño barco recorre la costa uno a uno en un tramo de aproximadamente dos horas, mientras que el tren los cruza por el interior en apenas 20 minutos. Todo ello, a ras de mar desde la afilada montaña.
Luego están las playas: olvídense de arena fina y chiringuitos porque el encantado de estas calas reside en ser básicamente un puñado de piedras desde las que zambullirse a una piscina natural infinita. Si la parada elegida es Riomaggiore, basta con atravesar el puente subterráneo que guía al minúsculo puerto y escalar hacia la derecha del municipio para llegar a un pequeño recorrido de calas de piedra. Todas ellas terminan en la Via Dell'amore, una suerte de camino esculpido entre este pueblo y Vanarola donde el Síndrome de Stendhal está garantizado.
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