Tengo 20 años más que Andrea Janeiro, me considero una mujer adulta y a prueba de las balas de esta vida, esas que entran a bocajarro cargadas de dolor y crueldad. Y sin embargo, sé que no podría soportar el linchamiento que ha sufrido estos días la hija de Belén Esteban. No hay autoestima de titanio capaz de aguantar todos esos insultos, todo ese odio hacia ella y su físico. Le han dicho fea, la han llamado monstruo. Ahí, donde más duele a esa edad.

Cumplió 18 años y se abrió la veda para las ratas que abundan en esa cloaca llamada Twitter. La mayoría de edad es sólo una ilusión legal, ella sigue siendo una niña, pero les da igual. Vomitan odio, porque sale gratis. El precio lo paga Andreíta, como la siguen llamando con la mayor hipocresía. ¿Cuánto ha llorado desde el día de su cumpleaños? ¿Cómo demonios se consuela a una hija cuando la están devorando?

Me pasa eso cuando la veo, pienso en mi niña. Sé que esa empatía no es exclusividad de los que somos padres, también la pueden sentir quienes no lo son. Al menos, deberían sentirla igual. Pero como madre, me resulta imposible no pensar en todo esto sin acordarme de la mía. En una batalla diaria, la veo mirarse en el espejo, buscar la belleza en su ropa, en sus gestos, en sus anhelos. Como un mantra, le repito, nena, puedo tener una hija fea, pero tonta no. Sorda, ella sigue ahí, coqueteando con la vida como sólo se coquetea a esa edad. Y posa para las fotos, inocente como Andrea Janeiro en Instagram. Sin esperar el ataque, sin entender el peligro de esa jauría.

Dan igual mis pecados, mi hija no debe pagar mi penitencia. La de Belén Esteban tampoco. Aunque no te guste el personaje, ni lo que dice ni cómo se comporta, nada es excusa para atacar a esa niña. Andrea ni siquiera ha tenido tiempo de cometer sus propios errores, le hemos robado ese derecho mientras la hacemos sufrir por los de su madre.

Desde el mismo momento de su nacimiento, nuestros hijos se convierten en nuestra gran debilidad. Andrea es el punto débil de Belén Esteban, de eso no hay duda. Ella ha mercantilizado con su vida lo que ha querido y muchas veces ha pagado el precio de tanta miseria moral, pero ha cuidado a su hija, ha logrado tenerla a salvo de los medios mientras era menor de edad. Ella se ha expuesto hasta las vísceras, pero a su niña no. Mientras el padre apenas se hacía cargo de la menor, la Esteban corría con toda la crianza.

Por lo visto, Belén ha guardado todo el dinero que le ha pasado Jesulín de manutención durante todos estos años, lo ahorró en una cuenta bancaria para cuando cumpliera los 18. Andrea ahora sabe cuánto vale su padre ausente: 250.000 euros. También, que su madre no ha necesitado a ningún hombre para sacarla adelante, aunque para ello se vendiera hasta el despojo y la parodia.

Belén Esteban ya ha dicho que se arrepiente, tanto insulto a su hija ha engordado el sentimiento con el que peor y más a menudo lidiamos las madres: la culpa. Pero ella no es la culpable de tanta miseria humana. Los culpables son ellos, los adultos que insultan a una niña desde el cómodo anonimato. Todo esto pasará y, cuando consiga superarlo, espero que Andrea Janeiro aprenda esta lección: el odio siempre es cobarde. Tendrá que ser muy valiente para cerrar esa herida.