12 horas de fiesta 'non-stop' para celebrar el solsticio de verano en Suecia

En la noche del 23 de junio, quien pase por cualquiera de las costas españolas se encontrará con playas rebosantes de gente riendo, bebiendo y saltando hogueras (a veces, incluso quemándose accidentalmente). La estampa no podría ser otra que la noche de San Juan, una de esas fiestas religiosas que tan alegremente abraza el paganismo. Quizá en este caso, esta práctica aceptada por no creyentes esté más justificada que en otros, pues también coincide -día arriba, día abajo- con el 21 de junio, solsticio de verano, es decir: el día más largo del año. Una celebración de la luz y la purificación mística que otorga el fuego, como si de algún ritual de Juego de Tronos se tratase.

Una no sabía que en otros lares se vivía este día con tanta intensidad como en España pero, ¿y si el vodka Absolut viene y te dice que te invita a Suecia para vivir en primera persona lo que en su idioma se conoce como el midsommar? Pues ahí que puse rumbo. La premisa, sin duda, era tentadora: doce horas de fiesta junto a cien influencers de todo el globo en un pueblecito llamado Ahus, al que se llega en avión hasta Conpenhague, y de ahí en tren o autobús atravesando el impresionante puente que une ambos países. El objetivo no era otro que pasarlo bien, empaparse de las tradiciones suecas y, por qué no decirlo, también de algún que otro (perdí la cuenta…) cóctel a base de vodka.

El lugar no podía ser más recóndito. Se trata de la región de Skane, al sur de Suecia, que en 70 km2 de su superficie alberga la fábrica que produce todo el vodka Absolut que se bebe en el mundo. El dato es sorprendente. Quién iba a decir que uno de los destilados más populares y distribuidos internacionalmente iba a mantener un savoir faire tan local y artesano. El día anterior al fiestón, todos los invitados disfrutamos de la ruta One source (en castellano: una sola fuente), que nos llevó por las distintas etapas del vodka: la recogida del trigo en el campo, la destilería y el embotellamiento. Un proceso que pasa de la labor manual del agricultor local a la tecnología más puntera.

El día 21 (oh, díos, ¡qué emoción!), los invitados estábamos puntuales a las 13 h. en el vestíbulo del hotel, tal y como nos habían pedido. No sabíamos dónde era la fiesta ni qué nos íbamos a encontrar. El único requisito era que fuésemos vestidos de blanco. Al llegar al destino, me di cuenta de que el midsommar que Absolut había organizado no distaba mucho de una rave: una dj pinchando house en mitad de un campo verde en el que habíamos aparecido tras veinte minutos de autobús. No serías capaz de encontrarnos, lo juro. La única diferencia era que todos íbamos muy limpios (de momento) y que había mesas con coronas de flores para uso y disfrute de los asistentes. También había mesas maravillosamente decoradas donde pudimos disfrutar de los grandes manjares suecos: salmón, pan con mantequilla, albóndigas y patatas. De repente me encontré a mí misma cantando orgullosa un típico himno sueco tras el que religiosamente había que atizarse un chupito de vodka. Skal!

El objetivo principal del midsommar es compartir un día entre amigos y familia al aire libre. En esta ocasión, un centenar de personas de diecisiete nacionalidades distintas (España, Suecia, EE.UU, Australia, Sudáfrica, Emiratos Árabes, México, Turquía, Polonia, Bulgaria, Reino Unido, Francia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Irlanda y Alemania), totales desconocidos entre nosotros, estuvimos codo con codo durante doce horas que dieron de sí para workshops, carreras de sacos, un tug-of-war (dos equipos se sitúan a ambos lados de una cuerda y tienen que derribar al contrario), bailes y muchos y deliciosos cócteles. Un buen puñado de periodistas, blogueros, instagrammers, directores creativos, djs, promotores de festivales, fotógrafos y artistas que bajo el hasthag #absolutmidsummer produjimos cantidades ingentes de posts en Instagram y Snapchat. Ocho djs pasaron por la cabina más bonita que he visto en mi vida (formada por la A de Absolut en aluminio), deleitándonos con sesiones de disco, electro, house, minimal y techno. Incluso unas bailarinas espectaculares que simulaban ser una especie de ninfas del bosque nos dejaron a todos boquiabiertos con sus performances. A lo lejos, separada por un lago, se divisaba una casa enorme, una mansión digna de una de esas celebraciones antológicas del Gran Gatsby. Pero en pleno clímax de la fiesta (a eso de la medianoche), cuando la pista de baile se había trasladado a un granero invadido por luces, humo y más electrónica, pensé: '¿Quizá Gatsby seamos nosotros?'.

Menuda suerte haber sido una de las pocas privilegiadas que asistió a la primera edición del Absolut Midsummer, un festival en toda regla con ánimo de convertirse en cita que peregrine por diferentes ciudades del mundo. Os aseguro que si algún día vais, nunca más celebraréis San Juan.