Apenas roza el cuarto de siglo, y la magia que desprenden sus autorretratos trufados de intriga y nostalgia son quizás una de las sorpresas más gratas que ofrece Internet. Kyle J. Thompson (Portland, 1992) comenzó a retratarse con el rostro en llamas o el cuerpo enrollado en sábanas infinitas cuando apenas se libraba de la adolescencia, pero el hilo psicológico que aquellas sesiones impromptu tendían con sueños de noches anteriores y pulsiones internas hizo que de afición pasara a ser lo que hoy considera su absoluta vocación.
Basándose en el surrealismo conceptual, Thompson es capaz de convertir lugares abandonados y escenas cotidianos como un baño en el mar o un paseo por los bosques de su Chicago natal en ráfagas emocionales de un dramatismo perturbador. Autodidacta y profuso en sus métodos, suele tardar una hora en fotografiar lo que procede de un sueño pero dedica el doble, como mínimo, a la edición posterior.
Su personalísimo estilo –no ha estudiado fotografía– está asociado a la generación de artistas esculpidos por Tumblr, pero este joven oregoniano posee un empeño envidiable para su edad: en 2012 se embarcaba con Flickr en el proyecto 365, con el que publicó una foto al día a lo largo de un año; en 2014 publicaba su primer libro, Somewhere Else, y en 2015 presentó su primera exposición en su Portland natal, titulada Ghost town.
Al mismo tiempo que ha dejado de captarse en exclusiva a sí mismo para hacerlo a amigos y otros artistas, Thompson ha evolucionado sus técnicas de postproducción y ha comenzado a jugar con el fuego, el cristal y el agua entre sus efectos, pero dos cosas no han variado: su cámara sigue siendo una Canon 60D, y su desdén por los suburbios de las ciudades, culpables de que huyera en busca de inspiración a los bosques y paisajes abandonados, sigue siendo el mismo.