A poco que te interese el universo literario habrás escuchado el nombre del autor noruego que a nadie deja indiferente. Su nombre es Karl Ove Knausgård y la crítica de todo el mundo le ha coronado como el Marcel Proust de nuestros tiempos. El motivo no es otro que la ambiciosa empresa de plasmar toda una vida sobre papel en sus novelas Mi Lucha que hasta el momento son tres en nuestro país (con otras tres en camino) editadas por Anagrama: La muerte del padre, Un hombre enamorado y La isla de la infancia. En esta particular búsqueda de su tiempo perdido el autor noruego, haciendo gala de una prosa exquisita y de un don natural para mantener fascinada a su audiencia incluso en los tiempos muertos, atrapa al lector visitando las islas de su memoria y revelando los detalles más íntimos de su vida, desde la complicada relación con su padre, con la literatura, con sus hijas, con su mujer y también con su ex mujer.

Dijo de él y de su trabajo la escritora británica Zadie Smith, considerada una de las grandes voces de la literatura inglesa actual, que la clave de su éxito es que el lector “vive su vida con él. No es una simple identificación con el personaje. Lo que hace el lector es convertirse en él”. Porque a fin de cuentas Mi Lucha es la historia de un hombre corriente con el que nos podemos cruzar a diario, una lucha interna –consigo mismo y con los sucesos de su vida – recogida escrupulosamente en forma de emociones y recuerdos. Knausgård se desnuda en negro sobre blanco en un intento de alcanzar aquello que tantos otros hombres a lo largo de la historia tan solo han soñado con rozar con la punta de sus dedos: el éxito y una silla perpetua en la mesa de los inmortales.

Human, Cheek, People, Yellow, Hairstyle, Skin, Chin, Forehead, Text, Eyebrow, pinterest

Con Knausgård y su lucha también llegó la polémica. La primera de ellas por el título escogido para englobar la colección que, pese a que en España mantuvo su traducción original, el Mein Kampf en Alemania no contó con el beneplácito de las editoriales y tuvo que ser modificado. Las razones resultan evidentes. Pero la mayor de las polémicas despertadas a raíz de la novela ha sido el asunto de la sobreexposición a la que Knausgård somete a las personas que forman y han formado parte de su vida, ya que en este ejercicio de honestidad y memoria de seis tomos, el escritor baja a ese oscuro sótano que son sus recuerdos arrastrando consigo –quieran o no- a las personas que han orbitado a su alrededor. Las figuras clave en lucha con Mi lucha fueron (y son) por orden de aparición; la madre del autor que le rogó en un primer momento que no publicase la novela, su tío que le demandó una vez fue publicada la obra, parte de su familia paterna que firmaron un artículo en un periódico Noruego llamándole “Judas” y finalmente, su ex mujer quien furiosa participó en un programa de radio para dar cuenta de su visión de los hechos.

De modo que a un lado tenemos el éxito de Knausgård, contando con las alabanzas de autores de la talla de la Jeffrey Eugenides y el beneplácito de las mejores plumas de The New York Times y por otro, la furia de todos aquellos que, sin quererlo y por el simple hecho de haber coincidido con el autor han visto expuesta su vida –o mejor dicho, la versión de otra persona de su vida- en un marco global, lo que nos lleva a la pregunta que encabeza el titular de este artículo: ¿vale todo en favor de una gran obra?

La cuestión ética

Para intentar responder a esta cuestión es interesante remontarse a esa pregunta que todo profesor hace a sus alumnos cuando realizan la carrera de periodismo, arrastrando a esos pupilos que a esas alturas piensan más en juergas y botellones a un drama ético que protagonizará grandes debates a la hora del café. Pongámonos en antecedentes: en 1993, el New York Times publica una fotografía firmada por el fotoperiodista Kevin Carter que, más tarde, le valdría el premio Pulitzer. La fotografía, tomada al sur de Sudán, muestra a una niña famélica con la cabeza gacha en el suelo, al fondo, un majestuoso buitre parece esperar paciente el final más esperado de la pequeña. Dieciséis meses después de aquella foto, Kevin Carter, viniendo de recoger el ansiado galardón, dejó una confusa nota y acabó con su vida. Tras la publicación de aquella fotografía el fotoperiodista había sido foco de una masa enfurecida que le tildó de inhumano por no haber salvado a aquella criatura de la bestia.

Una vez narrada la historia el profesor siempre planteaba el mismo ejercicio: “¿Qué hubieras hecho tú?”. Se abría debate.

Las visiones de los estudiantes eran siempre dispares. El dilema moral era fuerte y nadie en aquellas clases quería ser el primero etiquetado de mala persona. Pero lo cierto es que Kevin Carter no era el causante de la desnutrición infantil al sur de Sudán, ni de la malaria o del gusano de Guinea. Kevin Carter dio testimonio fotográfico de lo que observó en aquella zona y lo que debería haber preocupado no era su acción, sino todo lo que estaba contando a través de aquella instantánea. No era un superhéroe, era un fotoperiodista, ¿le convierte eso en una mala persona?

La cuestión artística

Clothing, Lip, Cheek, Hairstyle, Chin, Forehead, Eyebrow, Textile, Photograph, Facial expression, pinterest

No es casualidad escoger un ejemplo periodístico para esta ocasión. El trabajo de Karl Ove Knausgård, englobado dentro de lo autobiográfico, es sin embargo de difícil categorización cuando nos planteamos los límites de la ficción y la no ficción. Así, su narrativa, no deja de contar hechos reales, utilizar como personajes a personas existentes e inspirarse en todos los sucesos que han acontecido en la vida del escritor y por tanto es no ficción, como pudiera serlo un documental sobre su vida. Sin embargo, la visión no deja de ser subjetiva – la de sus recuerdos y su memoria – y la presentación es novelesca. Es decir, son libros de no ficción que están cosechando el éxito de cualquier novela ficcionada.

Si cambiamos de tercio y nos vamos a un ejemplo televisivo, no podemos dejar de observar rasgos de la vida y la personalidad de su creadora en la serie Girls de Lena Dunham. Si además cogemos como guía su libro Not that kind of girl pronto nos daremos cuenta de que Dunham se ha inspirado en su vida para la mayoría de los capítulos que completan la serie. Tomando un ejemplo cinematográfico, observando las películas de Woody Allen podemos darnos cuenta rápidamente de que todo lo que cuenta empieza y termina en sí mismo: su neurosis y su visión neoyorkina del planeta parecen tintar el grosso de la obra del autor. La diferencia, quizás, entre ellos y Knausgård es sencilla: con Dunham y con Allen no podemos saber cuánto hay de cierto o de ficticio, cuánto de verdad y cuánto de fantasía y sobre todo, aunque ciertas personas puedan sentirse reflejadas en situaciones o personajes que exponen los dos directores, quedará siempre protegido bajo un nombre falso y no será expuesto de manera radical –y sin consentimiento – a ojos de todo el mundo. Porque Dunham y Allen dejan claro en todo momento que lo que hacen es ficción y pueden hacer uso de esa frase tan manida de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

Quizás esa honestidad haya sido la grandeza y a la vez la flaqueza de Karl Ove Knausgård, parece como si el arte pudiera estar por encima de todo salvo del sufrimiento –o la crítica- de algunas personas relacionadas con el mismo. Si Knausgård hubiese utilizado nombres, fechas y lugares inventados, ¿sería una obra más ética? Posiblemente. ¿Tendría el mismo valor? ¿Hubiese cautivado del mismo modo a público y a crítica? Parece improbable.

Lo que quedará de Karl Ove Knausgård dentro de unos años será su obra. La polémica es accesoria, puro marketing. Si el autor se arrepiente o no de sus actos es algo que no podremos saber hasta que, quizás, decida escribir sobre ello. De momento lo que sabemos con certeza es que sí parece haberle merecido la pena.